Nos detuvimos para comprar
papas fritas y refugiarnos de la lluvia después de clases, tú con tu chaqueta
calipso, yo con la mía de chiporro. Nos detuvimos, pagamos y nos besamos
mientras esperábamos a que las papas estuvieran listas. Pensaste en la ropa que
habías lavado en la mañana y que habías colgado para que se secara en el patio.
Te dio mucha risa aquello. “Así es nuestra ciudad”, te dije. “A veces amanece
soleado y ¡pum! se pone a llover de la nada”. “Es un clima bipolar”, dijiste y
volviste a reír, aún colocada. La señora nos pasó las papas fritas y me tomaste
de la mano y volvimos a estar bajo la lluvia. “La lluvia, tú y las papas fritas
son mis preferidas”, me dijiste, mientras me hacías dar vueltas bajo las
punzantes gotas de lluvia. “Tu pelo, tus ojos y tu risa son las mías”; pero no
escuchaste: porque seguías y seguías dando vueltas, riendo, aún colocada.