Historia #17: Mi héroe




Esperaba a mi chica en aquella esquina, parado como un verdadero idiota, muerto de frío y hambre. Pasaron diez, veinte, sesenta minutos, y no aparecía; el cielo se volvió oscuro, la mayoría de los faroles se encendieron y de ella aún no sabía nada.
            Entonces se me acercó un chico de mal aspecto, con el semblante duro y curtido, que no tardó en amenazarme con una cuchilla.
            −Pasa la plata, gil culiao’ −rezongó, y yo me puse nervioso.
            “Cagué”, me dije, y cuando estaba en eso de entregar mis cosas, sucedió algo que todavía no puedo dejar de creer: desde la esquina del pasaje donde esperaba, apareció un vehículo inhumanamente manejado, chocando tachos de basura, plantas, y por último, atropellando al tipo que me amenazaba, partiéndolo sonoramente en dos.
            Mi corazón latía extremo, mi pulso se había ido al carajo. ¡Me habían salvado!
−¿Estás bien? −le pregunté al conductor, mostrando claras señales de agradecimiento.
−Sí, mejor que nunca −respondió Martín Larraín, bajándose trabajosamente del vehículo, dejando caer dos botellas de whiskey vacías de su regazo.
            −Eres mi héroe −le dije.

Cuento #15: Laika





Juan y Francisco no dejaban de abrir una cerveza tras otra sentados en la escalera de los departamentos donde vivían; eran más de las cinco de la tarde de un sábado de febrero y el calor era realmente agobiante.
Para cuando los dos amigos se proponían abrir el siguiente pack de 18 latas refrigerado, se escuchó el fuerte abrir y cerrar de una puerta unos cuantos pisos más arriba que hizo retumbar todas las ventanas cercanas. Después de eso, los pasos acelerados de alguien bajando por las escaleras hicieron que los muchachos miraran hacia arriba, a la espera del dueño de ellas.
Resultó que era Nelson, otro de sus amigos del departamento. Estaba pálido y nervioso, como si no supiera qué hacer.
            −¿Qué te pasó, güeón? –le preguntó Francisco, con pastoso modular−. Parece como si hubierai’ visto un fantasma.
Juan le pasó una lata a modo de saludo.
−¿Qué onda, güeón, por qué esa cara?
Nelson miró arriba, en dirección a su departamento; luego observó a los demás, sin ocultar su nerviosismo. Acto seguido, abrió la cerveza y bebió un gran sorbo; eructó y volvió a mirar a su alrededor, como si quisiera comprobar que no había nadie más escuchando, y resopló ligeramente. Estaba tan nervioso, que ni siquiera había reparado en que a esa hora del día todos se hallaban en la playa.
−¿Nos vai’ a decir o no? –dijo Juan.
−Sí, pero… -Nelson volvió a beber otro sorbo, esta vez más corto-. No me van a creer, pero…
−¿Qué cosa, po’? –chistó Francisco.
−¡Habla más bajo! –murmuró Nelson, haciendo un ademán con la mano−. ¡Esta güeá es un secreto!
Juan y Francisco se observaron por un breve instante, inconscientemente.
Entonces Nelson se sentó con ellos y sacó otra cerveza del pack.
−No me van a creer lo que vi recién –dijo por fin.
−¿Qué viste?
−Cacha que salí del baño después de cagar como por una hora y fui a mi pieza pa’ jugar con la Nintendo DS. Como la güeá’ no tenía pilas, fui donde mi hermano a conseguirle unas.
El joven se detuvo un momento, moviendo ligeramente la cabeza, como si negara a una pregunta jamás formulada.
−¿Ya po’, qué onda?
−Fui a la pieza de mi hermano pa’ conseguirle las pilas y… ¡Güeón, lo pillé culiándose a la Laika!
La noticia pilló tan desprevenido a Francisco, que no tuvo tiempo para aguantarse y evitar escupir la cerveza que estaba tomando en ese preciso momento.
−¡¿Qué güeá’?!
Nelson resopló.
−¡Mi hermano se estaba culiando a la perra de la casa, güeón, se la estaba culiando! ¿Podís creer esa güeá’? ¡Se la estaba culiando!
−¡Qué chucha tu hermano! –dijo Juan, sin poder ocultar lo divertido que encontraba todo−. ¡Culiándose a tu perra! –Y se desternilló de la risa.
−¡Culiao’ pesao’! –le dijo Nelson, pegándole un codazo en una costilla−. ¡La güeá’ es seria!
−¿Y qué hiciste? –preguntó Francisco, quien a diferencia de Juan, parecía un tanto preocupado−. ¿Le pegaste?
−No, no… Sólo lo vi metiéndoselo a la Laika, sin condón ni nada y… salí sin que se diera cuenta.
−¿A quién chucha se le ocurre culiarse a su perra? –comentó Juan, sobándose el costado golpeado−. Tu hermano está enfermo.
Nelson vació su lata de un solo sorbo; después la arrugó con sus manos y la echó en la bolsa de supermercado donde estaban las demás cervezas.
−¿Le vai’ a contar esto a tu mamá? –dijo Francisco. Nelson volvió a mirar arriba y exhaló con pesar.
−No sé… No creo. Es mi hermano, qué güeá voy a hacer –El muchacho hizo una corta pausa; después agregó, como si no pudiera creer lo que estaba diciendo−: No puedo olvidarme de la cara de la Laika… Era como si con los ojos me dijera: “¡por favor, amigo, ayúdame!”... Fue horrible.
−Te creo –dijo Juan.
Unos cuantos pisos más arriba, alguien abrió una puerta y salió por ella para bajar por las escaleras. Para cuando se encontró con los tres amigos, estos se dieron cuenta que era el hermano chico de Nelson con Laika amarrada de una cadena.
−Hola –los saludó a todos con una sonrisa, pasando por su lado como si nada de lo que hubiera dicho Nelson fuera verdad−. Oye, Nelson, voy al río con la Laika. Vuelvo más tarde.
−Okey, okey… −farfulló el aludido, mirando al suelo.
−Chao –se despidió el niño.
−Chao –se despidieron los demás, viendo cómo bajaba las escaleras para dirigirse a la entrada de los departamentos con Laika a su lado, quien no dejaba de mirar atrás como diciendo: “¡ayúdenme, por favor, amigos, sálvenme!”.
Pero los jovenes en vez de hacer algo por ella, sólo siguieron bebiendo cerveza para aplacar el calor de aquella tarde de sábado de febrero sin hablar ni comentar nada de lo sucedido.