Bastián sintió que la resaca le partía la cabeza incluso antes de
abrir los ojos; era como si el dolor fuera aún más rápido que la toma de
conciencia misma.
−¡Mierda! –refunfuñó,
llevándose las manos a las sienes para apretarlas. El cuerpo le dolía como si
hubiera hecho ejercicios durante todo un día, le afectaba una sed terrible y su
estómago parecía querer advertirle que mejor fuera preparándose para una buena
sesión de limpieza en el baño−. ¡Carajo!
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, el muchacho puso
sus pies desnudos en el suelo, sintiendo el frío del piso como una bendición;
entonces, una vez sentado en el borde de su cama, pudo al fin respirar hondo y
felicitarse a sí mismo por haber sorteado la primera dura prueba del día.
Ahora le quedaba llegar hasta el baño sin ser visto
por nadie, lo cual sería toda una proeza.
Bastián se levantó tambaleándose ligeramente, como
si sus piernas no tuvieran la fuerza suficiente como para sostenerlo por mucho
tiempo, para luego tomar su celular de la mesita de noche, esperando que aún le
quedara algo de batería; acto seguido, se apoyó un poco en la pared que tenía a
su derecha y consiguió llegar hasta la puerta de su cuarto sin más
dificultades. “Objetivo número dos completo”, pensó con cierta dificultad, sonriendo
para sus adentros.
Y así, sintiendo su boca pastosa y un latido
horrible dentro de su cabeza, Bastián salió al pasillo de su casa esperando no
encontrarse con nadie en esas condiciones.
Sin embargo, y como si las cosas no pudieran salir
peor, el muchacho se topó con sus padres y sus otras dos hermanas sentados a la
mesa. Estaban almorzando.
−Ehhh…, hola –dijo avergonzado, tratando de ocultar
la protuberancia del entrepiernas de su piyama sin que nadie se diera cuenta.
Pero sus padres ni sus hermanas pequeñas le
respondieron. Estaban estáticos, serios, como si esperaran alguna explicación
de su parte. Bastián no sabía qué hacer ni qué decirles, así que luego de
sentir otro de esos violentos retorcijones estomacales, optó por farfullar un
suave:
−Provecho –para dirigirse directamente al baño de la
planta baja, dejándolos atrás así sin más.
Una vez ahí dentro, cerró la puerta con un
movimiento torpe y prácticamente saltó sobre el asiento del retrete temiendo no
ser lo suficientemente rápido para lograrlo; luego, como es evidente, vino todo
lo demás, como si se tratara de detonaciones de escopeta en un lugar completamente
cerrado y acuoso.
Para cuando Bastián hubo terminado la primera fase
de su explosiva desintoxicación, ya estaba lo suficientemente relajado como
para esperar pacientemente la siguiente avalancha de mierda que avanzaba
lentamente por su interior. Entonces recordó que traía su celular encerrado en
una de sus manos, el cual, por fortuna, aún gozaba de tener un 10% de batería.
Sin dejar de sonreír lánguidamente, ingresó su clave para desbloquearlo y abrió
su perfil de Facebook antes que cualquier otra cosa.
No obstante, no pudo evitar susurrar un lento:
−Qué... mierda… –al comprobar que su foto de perfil
había sido reemplazada por la de un ano (al juzgar por su forma, el de una
mujer) sufriendo un prolapso. No lo entendía, sus desconectadas neuronas le
impedían procesar la información que recibían sus ojos; pensó que era un error
del servidor, o de Facebook en sí; a veces sucedía que la página te mostraba
cosas que en realidad no estaban ahí por culpa del gran tránsito de usuarios,
errores provenientes de la compañía de Internet, o algo así le había escuchado
decir a uno de sus amigos. Pero después de ver todos los comentarios que tenía
la foto a sus pies, no le cupo duda que eso en verdad estaba ocurriendo.
“Basti, qué onda esta foto?”, decía el de su amiga
Angélica.
“Así te dejaron el culo ayer, maricón?”, le había
escrito otro de sus amigos.
Bastián sintió un frío recorrer su espinazo.
“Siempre supe que eras homosexual”, decía otro
comentario, el de un antiguo compañero de la Básica que le caía mal.
“Bastián, hijo, ¿necesitas ayuda?”, le había
posteado una de sus tías que vivía en el sur del país sirviendo en una iglesia
evangélica de gran renombre.
−Hijos de puta –dijo el chico, creyendo saber
quiénes estaban detrás de todo aquello.
Apretó el botón para retroceder a la página anterior
y comenzó a revisar las publicaciones de su muro, encontrándose con un montón
de otras fotos posteadas desde su cuenta en las que salía sin consciencia y
totalmente desnudo sobre la alfombra de la casa de su amigo. En algunas salía
boca arriba, con su arrugado pene al aire, y en otras boca abajo, con distintos
objetos insertos entre sus nalgas: en una era una salchicha congelada; en otra
era un enorme bate de béisbol introducido hasta su mango; después fue el turno
de una brillante raqueta para jugar tenis...
Bastián, asqueado y furibundo, no quiso seguirlas
viendo, buscando rápidamente la opción que permitía borrarlas y olvidarlas para
siempre. No obstante, antes de siquiera intentarlo, se dio cuenta que un nombre
bastante conocido le había puesto me
gusta a una de ellas (en la que salía con el bate de béisbol entre sus
nalgas, para ser más exactos).
−No puede ser –dijo el muchacho, horrorizado: resultaba
que su dueño no era otra persona más que su propio padre−. Mierda, no…−Su padre
le había puesto me gusta a su foto,
lo que significaba, con toda certeza, que ya las había visto; quizá era por eso
que todos se habían comportado así con él en la mesa mientras comían−. Mierda…
Instintivamente, Bastián apretó su mandíbula,
sintiendo que las venas de su cuello y sienes iban a explotar en cualquier
momento; su rabia parecía querer abarcarlo todo.
Entonces la luz del baño empezó a titilar
espasmódicamente, los vidrios vibraron como si se estuviera acercando un enorme
camión a la casa y la pantalla del celular comenzó a resquebrajarse sin ninguna
explicación bajo sus dedos.
El muchacho sentía que la ira se esparcía por su
sangre como una mancha oscura y virulenta, ensuciando todo lo bueno que podía
haber dentro suyo. La sintió en sus brazos, dedos, pies, músculos, pensamientos
y sentimientos..., hasta que anidó en su cabeza, como si hubiera encontrado ahí
el lugar perfecto para levantar su eterno hogar.
Fue en eso que el vidrio, el espejo frente al
lavamanos y la bombilla que no dejaba de temblar, explotaron arrojando
fragmentos de sus cristales por todos lados; el celular de Bastián, por su
parte, saltó lejos sin previo aviso y estalló en el aire, reduciéndose a un
montón de trozos de plástico fundido.
Se escuchó alguien avanzar rápido por el pasillo del
otro de la puerta; al cabo de unos breves segundos, el papá de Bastián golpeó
ésta última y llamó:
−¡Pasa algo! ¡Qué fue eso!
Pero su hijo no respondió; en vez de eso se levantó
sin molestarse en limpiarse, ni ponerse el piyama, ni pisar los trozos de
vidrio del suelo.
El hombre volvió a golpear la puerta, esta vez con
más fuerza, y gritó nuevamente:
−¡Bastián, dime qué pasa…!
Sin previo aviso, ésta se abrió de par en par con
violencia, mostrando lo que podía seguir
considerando su hijo; pero sus ojos estaban completamente oscuros, como si les
hubiera caído tinta negra en su interior hasta inundarlos por completo.
−¿Bas… Bastián? –preguntó temeroso el hombre, sin
reparar en que volvía a ver a su hijo desnudo por segunda vez en menos de
veinticuatro horas−. ¿Estás… bien, Bastián?
Su hijo, de diecisiete años, levantó ambas manos hasta
dejar sus palmas a la altura de su cara; después de eso, todo fue oscuridad y
la nada.