La
ciudad se mueve rápida,
indiferente
a tu hermosa risa.
Se
mueve rápida
y
nos quedamos sin aliento,
tumbados
en el pecho del otro,
mientras
los vehículos avanzan frenéticos,
con
sus luces y sus ruidos,
con
su rabia y sus chillidos.
Todo
avanza
y
yo sólo quiero
que
todo pare,
que
la luz se detenga
en
tus ojos
y
este viaje continúe por siempre,
que
no haya un límite
y
nos perdamos
en
la infinidad de la negrura,
cayendo
por siempre
en
ese precipicio creado en tus pupilas,
en
tus ojos,
en
tus labios,
en
la negrura de la infinidad misma.