Cuando
me saqué los audífonos para poder pagarle al colectivero y darle la dirección a
la que me dirigía, me di cuenta (sin poder creerlo bien en un comienzo) que la
canción que estaba escuchando desde su radio era Sweet Harmony, de The Beloved. ¡Mierda, sentí como si mis
pantalones se hubieran humedecido de inmediato! Me sorprendió bastante escuchar
“esa canción” en “ese contexto”, puesto que el tema es, en teoría, un One Hit
Wonder que muchos conocen, pero que nadie sabe identificar con certeza; y digo
que me sorprendió realmente por dos cosas bastante puntuales:
1) Soy de los que tiene la sensación
que las canciones escuchadas desde una radio (sintonizando cualquier estación,
en realidad) tienen un fuego único que no se puede comparar en nada con la
posibilidad de poder repetirlo cuantas veces uno quiera desde su celular o el
dispositivo de música que sea; es como que si al saber que una canción tiene
una vida particularmente limitada, tratamos de disfrutarla al máximo, antes que
se apague y nos deje con una sensación de vacío bastante desagradable anidada en
nuestros corazones.
2) Porque los colectiveros, en
general (hago hincapié en que no generalizo completamente), tienen un gusto musical
de mierda.
Fue entonces que después de pagarle
el pasaje a aquél laborioso hombre, me vi en la necesidad de pausar la canción
que estaba reproduciendo en aquél momento, dejar los audífonos colgando bajo mi
cara como dos testículos especialmente delgados (como vaciados de su contenido)
y comenzar a disfrutar del tema moviendo mis dedos al ritmo del pegajoso
teclado solista que se mueve por todos sus ámbitos, deleitándome como siempre
lo hacía, y cantando por lo bajo el coro que parecía no terminar nunca (y ojalá
nunca lo hiciese).
Luego de que el tema diera paso a
otra canción que ya no recuerdo (de la new
wave ochentera), me atreví a decirle al chofer del colectivo:
−Ponen buena música en esta radio −percatándome
que la emisora en la que estaba sintonizado era la Concierto.
−Sí, en ésta ponen música güena −me respondió, mirándome por un
breve segundo, sin perder la vista de su camino−. En las otras radios ponen
puras güeás −añadió, desahogándose.
−Es verdad −dije, tratando de volver
a la normalidad de mi vida con mi lista de música del celular (donada
caritativamente por mi hermana chica, Francisca), poniendo Ke$ha, o algo por el
estilo. Sin embargo, había encendido, sin querer queriendo, las ganas de querer
conversar del conductor.
−En las otras radios ponen puro reggeaton, esa güeá de mierda que no dice ni una güeá −El tipo del colectivo se quedó un buen rato mirando al
frente, dudoso de seguir dando abiertamente su punto de vista con respecto a la
música que ponían en otras emisoras--. Ya no hacen música como ésta −Sonaban
los primeros acordes de Dance with Me de
Alphaville−. ¡Mierda, éste tema es buenísimo! −exclamó, golpeando el manubrio.
Quise decirle que sí, que tenía
razón, que la música de moda hoy en día es una basura, que más arte tiene el
conjunto cremoso de mis excrementos coloridos con mi propia sangre que esa
mierda, pero no pude. Sólo asentí y volví a ponerme los audífonos, cerrando la
puerta de mi mundo con el de los demás. Pensé en que si un amante del reggeatón tendrá la misma sensación
cuando escuche a Wisin y Yandel diez años después desde una radio, en un
colectivo, o si sólo lo pasará por alto y dirá, para sus adentros, avergonzado,
qué mierda de música escuchaba cuando era joven.
Sólo me sentí feliz de saber que al
menos, de todo lo malo que pueda decir la gente sobre mi persona, nadie puede
negar que tengo un gusto más o menos bueno respecto a la música en sí; porque Sweet Harmony es un temazo por donde se
le mire, y se debe pensar que ha trascendido anónimamente por años, de
generación en generación de personas.
Sinceramente,
pensé, no creo que ningún tema de Wisin y Yandel (o de reggeatón de moda en estos momentos) logre jamás aquello que Sweet Harmony logró en todo el mundo:
trascender.