Historia #10: Entra mi abuelo




Estábamos con el Fabián y el Mauro esperando a que el Roberto se desocupara de no sé qué cosa. No recuerdo bien qué hacíamos, pero de tan pegados que estábamos, lo único que atiné fue a decirles que miraran al espejo que teníamos en frente, para sacarnos una foto y así inmortalizar nuestros rostros con aspecto de culo de simio con diarrea que teníamos: la primera salió borrosa, al igual que la segunda, pero la tercera, tal y como dice el famoso dicho, resultó perfecta.
Sin embargo, cuando fuimos a verla desde la pantalla de mi celular, juntando todos nuestras cabezas, el Mauro dijo: ¡güeón, qué güeá esa güeá!, apuntando a un lugar específico de la foto.
Miramos mejor y ahí lo vimos: borroso, con un resplandor casi celestial, se encontraba el fantasma de mi abuelo sobrevolando nuestras espaldas, con la cabeza un poco ladeada y fumando un gigantesco pito de marihuana, echando una enorme bocanada de humo por su boca y levantando ambos dedos del medio, dirigiéndose claramente hacia nosotros.
Entonces nos quedamos en silencio, sin saber qué decir.
La intención y el mensaje de mi abuelo eran claros, y sé que mis amigos lo comprendieron de la misma manera que yo: quería decirnos que nos jodiéramos a nosotros mismos por ser unos perdedores maricuecas que no dejaban de lucir lo que en otros tiempos no se lucía y se hacía en completo silencio, con eso de las fotos auto sacadas y toda la basura que a veces hacíamos para llamar la atención de los demás en un mundo casi tan falso como la misma inocencia del Generalísimo. Vaya, vaya, de esta foto no aprendimos nada.
Lo siento, abuelo.



Poema #14: Arde el cielo

El cielo arde
y tú ríes
como si fuera
la mejor broma del mundo.
“Ahora es cuando
seremos eternos,
por siempre,
y para siempre”.

Historia #9: En dulce armonía



Cuando me saqué los audífonos para poder pagarle al colectivero y darle la dirección a la que me dirigía, me di cuenta (sin poder creerlo bien en un comienzo) que la canción que estaba escuchando desde su radio era Sweet Harmony, de The Beloved. ¡Mierda, sentí como si mis pantalones se hubieran humedecido de inmediato! Me sorprendió bastante escuchar “esa canción” en “ese contexto”, puesto que el tema es, en teoría, un One Hit Wonder que muchos conocen, pero que nadie sabe identificar con certeza; y digo que me sorprendió realmente por dos cosas bastante puntuales:

            1) Soy de los que tiene la sensación que las canciones escuchadas desde una radio (sintonizando cualquier estación, en realidad) tienen un fuego único que no se puede comparar en nada con la posibilidad de poder repetirlo cuantas veces uno quiera desde su celular o el dispositivo de música que sea; es como que si al saber que una canción tiene una vida particularmente limitada, tratamos de disfrutarla al máximo, antes que se apague y nos deje con una sensación de vacío bastante desagradable anidada en nuestros corazones.

            2) Porque los colectiveros, en general (hago hincapié en que no generalizo completamente), tienen un gusto musical de mierda.

            Fue entonces que después de pagarle el pasaje a aquél laborioso hombre, me vi en la necesidad de pausar la canción que estaba reproduciendo en aquél momento, dejar los audífonos colgando bajo mi cara como dos testículos especialmente delgados (como vaciados de su contenido) y comenzar a disfrutar del tema moviendo mis dedos al ritmo del pegajoso teclado solista que se mueve por todos sus ámbitos, deleitándome como siempre lo hacía, y cantando por lo bajo el coro que parecía no terminar nunca (y ojalá nunca lo hiciese).
            Luego de que el tema diera paso a otra canción que ya no recuerdo (de la new wave ochentera), me atreví a decirle al chofer del colectivo:
            −Ponen buena música en esta radio −percatándome que la emisora en la que estaba sintonizado era la Concierto.
            −Sí, en ésta ponen música güena −me respondió, mirándome por un breve segundo, sin perder la vista de su camino−. En las otras radios ponen puras güeás −añadió, desahogándose.  
            −Es verdad −dije, tratando de volver a la normalidad de mi vida con mi lista de música del celular (donada caritativamente por mi hermana chica, Francisca), poniendo Ke$ha, o algo por el estilo. Sin embargo, había encendido, sin querer queriendo, las ganas de querer conversar del conductor.
            −En las otras radios ponen puro reggeaton, esa güeá de mierda que no dice ni una güeá −El tipo del colectivo se quedó un buen rato mirando al frente, dudoso de seguir dando abiertamente su punto de vista con respecto a la música que ponían en otras emisoras--. Ya no hacen música como ésta −Sonaban los primeros acordes de Dance with Me de Alphaville−. ¡Mierda, éste tema es buenísimo! −exclamó, golpeando el manubrio.
            Quise decirle que sí, que tenía razón, que la música de moda hoy en día es una basura, que más arte tiene el conjunto cremoso de mis excrementos coloridos con mi propia sangre que esa mierda, pero no pude. Sólo asentí y volví a ponerme los audífonos, cerrando la puerta de mi mundo con el de los demás. Pensé en que si un amante del reggeatón tendrá la misma sensación cuando escuche a Wisin y Yandel diez años después desde una radio, en un colectivo, o si sólo lo pasará por alto y dirá, para sus adentros, avergonzado, qué mierda de música escuchaba cuando era joven.
            Sólo me sentí feliz de saber que al menos, de todo lo malo que pueda decir la gente sobre mi persona, nadie puede negar que tengo un gusto más o menos bueno respecto a la música en sí; porque Sweet Harmony es un temazo por donde se le mire, y se debe pensar que ha trascendido anónimamente por años, de generación en generación de personas.
Sinceramente, pensé, no creo que ningún tema de Wisin y Yandel (o de reggeatón de moda en estos momentos) logre jamás aquello que Sweet Harmony logró en todo el mundo: trascender.