Cuento #4: Después de cuatro años




Después de arrojarme contra el baño, cerró la puerta con una hábil maniobra. No necesité escuchar el suave clic del pestillo para saber lo que había hecho: volvíamos a estar encerrados en una habitación, solos. Nos miramos por un par de segundos, sopesando la situación, y nos lanzamos el uno contra el otro, como si no pudiéramos esperar más por besarnos. No podía creer que después de tantos meses separados, volvía a tenerla frente mío.
−¿Tienes condón? −me preguntó, haciendo una pausa entre jadeos.
−No –le contesté; y estuve a punto de decirle: “mi polola toma pastillas”, pero me callé justo a tiempo.
−Ya, no importa.
Me desabrochó los pantalones sin parar de besarme y palpó mi pene por sobre mis calzoncillos.
−Mierda, lo echaba de menos –me dijo, mirándome con sus grandes y brillantes ojos, como si aquello fuera un tierno cumplido.
−Yo igual te extrañé.
Me bajó los calzoncillos y no dejó de masturbarme hasta que le quité su blusa y su sostén, dejando al descubierto unos firmes pechos de pezones diminutos y cafés; recordé de inmediato que solía tener la gran ocurrencia de decirle que estos se parecían a los krispies de chocolate que tienen las galletas Kuky cada vez que hacíamos el amor. Los contemplé por un breve instante y me lancé sobre ellos para lamerlos de una manera casi animal.
−Conchetumare –me decía ella con los ojos cerrados, exhalando aire descontroladamente. Estaba al borde del éxtasis.
Entonces reaccionó y me hizo sentar en la tapa de la taza del baño; se levantó la falda hasta la cadera y corrió un poco sus calzones, dejando una pequeña abertura hasta su vagina. Luego se sentó encima mío, dándome la espalda, y pude sentir mi piel erizándose al adentrarme en ella. Acto seguido, su cuerpo comenzó a saltar de forma violenta sobre mí, como si de verdad estuviera cabalgando la carrera de su vida. Tuve tiempo para pasar mi lengua por toda su espalda, por los hoyuelos de su cadera, por los finos vellos que coronaban la punta de su trasero, antes de ver que tomaba sus pechos con ambas manos y se auto complacía frotando sus dedos contra sus pezones; con aquella imagen, no pude aguantar más mis impulsos y terminé por acabar dentro de ella.      
Fue en ese momento que todo se detuvo, como si el mundo por fin hubiera decidido hacer un alto: ella dejó de moverse, quedando suspendida a escasos centímetros de mi bajo vientre, aún con mi pene en su interior, y yo recordé que tenía novia, una novia con la que tenía planes de independencia y compromisos superiores a los de un simple pololeo. Se podían escuchar a lo lejos las aguardentosas risas de nuestros amigos en el patio de la casa.    
Ella se levantó, dejando caer un gran chorro de semen que lo ensució todo, y me miró directo a los ojos. Su mueca ya no era de éxtasis, sino de temor. No esperó mucho para soltar su gran secreto.
−Estoy embarazada del Félix, mi pololo –me dijo, y vi cómo su cara hizo el ademán de contraerse, como si esperara una bofetada mía en respuesta.
No pude concebirlo de inmediato. Me esperaba que tuviera novio, por supuesto, porque ya había pasado tiempo desde que habíamos terminado, pero no que hubiera quedado embarazada de alguien tan pronto.
−Cómo pudiste… −susurré, tratando de mantener la calma−. ¿Hace cuánto que estás embarazada?
−Tengo siete semanas… Lo siento, nunca pensé que te fuera a afectar.
−¡Claro que me iba a afectar! ¡Vas a ser mamá, por la mierda! ¡Tienes una guagua creciendo dentro tuyo!
El saber que su primer hijo iba a ser de otra persona, me hizo sentir enfermo, lleno de mierda.
−¡Vas a ser mamá y acabamos de tener sexo! ¿Crees que eso está bien?
Mi ex no supo qué decir. Ahora que había parado la acción, se veía frágil y triste, con su torso desnudo y su entrepierna chorreando una brillante simiente.
−Lo siento, lo siento, de verdad… −decía ella, tratando de apaciguarme. Pero era tarde: me subí los pantalones, y sin limpiarme ni nada, me abroché el cinturón−. ¡Por favor, no te vayas, no tienes por qué ponerte así! ¡Tú también estás pololeando, lo vi en Facebook!     
−¡Sí, pero no tengo ningún hijo dentro! –No dejaba de temblar de rabia−. ¿Sabes qué va a pasar cuando el imbécil de tu pololo se entere que eyaculé en su hijo? Te va a matar.
−No tiene por qué saberlo –dijo ella, firme−. Y si lo hace, la estúpida de tu polola también lo sabrá.
−No me importa. No tengo nada qué perder. ¡Suéltame! –exclamé cuando ella intentó detenerme. Saqué el pestillo de la puerta y me fui, caminando directo hacia la salida. Todos nuestros amigos estaban en el patio, borrachos y hartos de comer tanta carne. Nadie se había dado cuenta, al parecer, que nos habíamos desaparecido por un breve periodo de tiempo.
−¡Espera, no te vayas! –me gritó mi ex desde el baño, poniéndose su blusa sin haberse puesto el sostén.
Obviamente, no le hice caso y accioné el seguro electrónico de la reja.
            −¡Por favor, las cosas no tienen que terminar así! –me volvió a gritar, esta vez desde la puerta del vestíbulo.
            −Vete a la mierda –le respondí, y le levanté mis dedos del medio en señal de despedida.
            Debí haber sospechado que las cosas iban a terminar así apenas la vi entrar a la fiesta junto a Mariana, mi reciente amiga que resultó ser su prima lejana que jamás había conocido antes. Porque cuando las cosas habían estado cuatro años terminando una y otra vez mal, se deducía que la siguiente oportunidad tampoco sería la excepción.