Cuento #5: El chico que odiaba a las mujeres





Nunca había ido a un psicólogo antes, por lo tanto no sabía qué decirle exactamente a la mujer que tenía al frente, quien por su lado no dejaba de mirarme tras su escritorio lleno de ordenadas agendas y fotos enmarcadas de su familia. Tenía esa mirada de indiferencia camuflada, como si sus ojos inevitablemente me dijeran en contra de cualquier deseo suyo: “no hables, si quieres, me da lo mismo: de todas formas tu tiempo aquí vale oro en mis bolsillos”.
            Debió haberse dado cuenta que no sabía sobre qué hablar, porque se acomodó en su silla y me preguntó, sin dejarme de dirigir aquella particular mirada:
            −¿Es primera vez que vienes a un psicólogo, cierto?
            −Sí, es mi primera vez −Hubo un momento de silencio que le pareció incomodar un poco; no supe qué más agregar. Podría haberle dicho que mi mamá prácticamente me había engañado para llegar hasta su consulta, diciéndome que me iba a hacer una especie de regalo sorpresa muy especial si la acompañaba hasta donde tenía que ir; en mi mente infantil había pensado que tal vez me iba a llevar a una librería para comprar libros o algo por el estilo, sin embargo, cuando vi que manejaba en dirección contraria al Centro de la Ciudad,  supe que había caído en su trampa y que ya era muy tarde para bajarme de su auto sin que me rompiera una pierna o me pasaran los demás vehículos por encima. Sólo me resigné y me hice una marca en mi mano con las uñas a modo de recordatorio para vengarme de ella apenas tuviera la oportunidad. Podría haberle dicho eso y más, pero nada de lo que pensé salió de mi boca.
            −Entonces no sabes cómo funciona esto, ¿no?
            −No, no lo sé.
            −Bueno, puedes hablarme de lo que sea −La mujer hizo una pausa en la que fingió hacer trabajar su cerebro para darme buenos ejemplos con los cuales poder empezar la sesión−. Puedes hablarme de tu novia, por ejem…
            −No tengo novia −me apresuré a responderle−. Descubrí que mi mejor amigo se la follaba.
            La psicóloga abrió ligeramente los ojos con un aire mojigato, como si no pudiera creer la respuesta que le había dado.
            −Pero no es por eso que me trajeron hasta aquí, no −me apuré en explicar−. En realidad ni siquiera sé por qué lo hicieron. Mi mamá sólo lo hizo.
            −Entonces no sabes…
            −Sí, no lo sé.
            −Ya veo.
            Se notaba que la había pillado por sorpresa: acostumbrada a encontrarse siempre con personas con ganas de mejorar su vida gracias a sus consejos y notas en su agenda, tal vez no creyó posible que un adolescente como yo viniera a darle tantos dolores de cabeza.
            Meditó un poco y me dijo:
            −Háblame de tus sueños −Aquello me pilló desprevenido−. Podríamos empezar por hablar de tus sueños. ¿Los recuerdas?
            −Sí, claro que los recuerdo −repliqué−. Nunca se me olvidan.
            −Es que hay gente que suele no acordarse de ellos a la mañana siguiente −dijo la mujer, dándome a entender que la cosa no era tan lógica como parecía−. ¿Qué tipos de sueños tienes?
            Hice una pausa en la que ordené mis ideas.
            −Son raros –comencé−. Algunos son en blanco y negro, y casi siempre hay arañas, ratas o serpientes mordiéndome los brazos o la cara. ¡Hasta una vez intenté salvar un gato atropellado que terminó por sacarme un ojo con una de sus zarpas!
            La psicóloga me examinó desde su escritorio con un gesto reprobador. Se removió en su silla cambiando el peso de sus piernas ligeramente cruzadas.
            −¿Pero ves personas en tus sueños?; me refiero a humanos como tal… ¿o siempre vez arañas, ratas, o lo que sea tratando de hacerte daño?
            −Bueno, no siempre. A veces sueño que follo con mujeres famosas, como con Katy Perry o Chloë Grace Moretz…
            −¿Chloë Grace qué?
            −Moretz. Es el apellido de una actriz de Hollywood y esas cosas. No puedo evitarlo. Simplemente lo sueño, créame.
            La mujer esbozó una sonrisa, lo que me dio a entender que con toda seguridad no sabía quién era Chloë Grace Moretz ni cuántos años de diferencia separaban nuestras edades.
            −¿Y tienes otros sueños con personas en que veas a tus padres, a tus amigos, o alguien conocido?
            No supe qué decir: para ser sincero, raras veces tenía sueños con mi familia; no obstante, recordé justamente algo que había soñado hacía un par de semanas.
            −Sabe, hace unos días soñé con un amigo; mi mejor amigo, digo −La psicóloga sonrió sorpresivamente, enseñando sus dientes, dándome un claro indicio de que sus demás sonrisas habían sido tan falsas como su buena onda.
            −¿Qué sucedía en ese sueño? Cuéntame.
            −Bueno, soñé que despertaba en una especie de frigorífico, como uno de esos en que mantenían criogenizado a Austin Powers en su primera película −La mujer me miró de una manera insondable, como si no supiera de qué hablaba. Me dio lo mismo−. Intuyo que me descongelaron, porque cuando tuve conciencia de lo que hacía, ya estaba desnudo y muerto de frío en una habitación blanca y extraña, con muebles de metal y de bordes redondos y otros cuantos instrumentos tecnológicos que jamás supe qué eran… ¿Cómo puedo soñar con cosas que sé que no existen?
            −Tu mente configura recuerdos e imágenes que han tenido contacto contigo de forma inconsciente en tu diario vivir −dijo la psicóloga, con su aire de sabelotodo−. Probablemente hayas visto todas esas cosas en alguna película, o algo por el estilo. Es como cuando sueñas con personas que crees que no conoces, pero que en realidad has visto pasar al lado tuyo en la calle y en las que ni siquiera has reparado.
            −Ah… Bueno, el asunto es que alguien grita a lo lejos (no le veo la cara): “¡se ha despertado!”, y entonces comienzo a escuchar a una persona acercarse a mí. Como estoy algo aturdido por haber sido descongelado hace poco rato, no consigo ver con claridad quién viene; sólo distingo una sombra que se acerca relajadamente. No siento temor ni nada, sólo una especie de ligera expectación, como en la mayoría de mis sueños… ¿está bien sentir eso?
            −No, no, está bien −se apresuró a responder la psicóloga, algo nerviosa−. Por favor, prosigue. Quiero escucharlo todo.
            −Okey −Hice una pausa para aclararme la voz−. Resulta que el tipo que venía hacia mí era mi mejor amigo, y venía vestido todo raro, como un general del ejército futurista. Me sonreía.
            »Le pregunté que qué mierda hacía ahí (perdone mi expresión, pero eso fue exactamente lo que le pregunté), que no sabía dónde estaba y que por favor me explicara por qué todo parecía tan raro, como si fuera otra época. Entonces él me dijo: “amigo, estamos en el futuro; te congelamos para evitar que murieras en el pasado”.
            −¿Soñabas con el futuro, entonces? −me interrumpió la mujer.
            −Sí, con el futuro. Es por eso que todas las cosas que nos rodeaban parecían ser de otro mundo.
            »En fin, cuando mi amigo, el general futurista, me mencionó que me habían salvado de la muerte, quise saber qué había pasado conmigo, lo que es obvio, ¿no? Me dijo: “tuviste una seria disputa con una de tus ex en la calle. Naturalmente, iba mucho mejor preparada que tú, por lo que no le costó apuñalarte unas veinte veces y hacer parecer todo como si hubiese sido un suicidio”.
            −Espera −me detuvo la mujer−. ¿Me estás contando literalmente todo lo que te dijo tu amigo en tu sueño? −Parecía un poco sorprendida.
            −Sí, así es. Y no piense que soy mentiroso −añadí al ver su cara de “no te lo creo para nada”−: tengo la tendencia de grabarme hablando sobre mis sueños apenas despierto, para que no se me olviden.
            La psicóloga anotó algo que no pude ver en su agenda. Luego hizo un gesto con su cabeza para que continuara con mi relato.
            −Eso no fue todo lo que dijo mi amigo. Me siguió contando que por esas casualidades de la vida, él se había topado con mi cadáver arrojado en la famosa plaza de mala muerte donde suelen reunirse los travestis en esta ciudad.
            −¿Y qué hizo con él?; me refiero a tu cuerpo, claro.
            −Lo llevó hasta su casa para experimentar. Raro, ¿no?: mi amigo jamás ha mostrado mucho interés por la ciencia en la vida real, pero en el sueño resultó ser el maldito Einstein de la criogenización.
            −¿Cómo es eso…?
            −Bueno, resulta que el título de general se lo dieron a modo de condecoración por haber realizado la primera criogenización revitalizadora del mundo; yo fui su conejillo de indias.
            El semblante de la psicóloga se estaba poniendo cada vez más pálido y rígido.
            −Y también por haber propuesto una ley que repercutió en todo el país.
            −¿Por haber propuesto una ley?
            −Sí, una ley −respondí−. Mi amigo me dijo que mi muerte lo había afectado tanto, que se vio en la necesidad de ir hasta el Congreso para hacer una campaña a favor de una ley que pudiera diezmar a las mujeres que mataban cruelmente a hombres como yo. Y creo que dio resultado, ¿sabe?
            −¿Por qué? −Su cara reflejaba un horror apenas contenido−. ¿Por qué dio resultado?
            −Esto fue lo que más me llamó la atención. Cuando le pregunté a mi amigo que dónde estábamos, me dijo que en el presente, pero que todo había evolucionado drásticamente gracias a la ley que permitía matar al menos una mujer por mes.
            En ese momento vi cómo la psicóloga casi se cae de espaldas en su asiento, sin poder contener un gritito que más pareció un gruñido de gato.
            −¿Le pasa algo, doctora? −quise saber.
            Ella no supo qué decir en un principio.
            −¿Es verdad todo lo que me estás contando, cierto?
            −Usted me dijo que le contara lo que soñaba, ¿no? −le dije, alzando mis hombros.
            −¿Y sueñas comúnmente con cosas como ésta?
            −Le dije que no. Por lo general, sueño con serpientes, ratas y arañas que me muerden y pican sin darme descanso. No, esto fue algo poco común, porque pocas veces sueño con personas.
−Vaya…
            −Y eso no es todo, doctora, porque el sueño no termina ahí.          
            »Cuando mi amigo me cuenta todo esto, simplemente no le creo. Le digo: “ya, ¿en serio?”, y él me dice: “sí, es en serio”. En eso veo que una mujer se acerca a nosotros con un montón de toallas, seguramente para secar mi cuerpo aún medio congelado y dolorido.
            »”Mira, ¿quieres comprobar si es verdad?”, me pregunta, y antes de responderle cualquier cosa, desenfunda rápidamente una pistola de su uniforme y gira sobre sus talones para darle de lleno en el pecho a la mujer que venía con las toallas. Fueron nueve disparos que prácticamente la pulverizaron. Debo aceptar que quedé descolocado.
            La psicóloga no comentó nada.
            −Entonces me dijo: “ves, este es un mundo nuevo donde las cosas se han puesto un poquito moviditas”, y comenzó a reírse así: “jijijijijijijijijijijiji”, y desperté… riéndome de aquella manera sin poder controlarlo… Extraño, ¿no?
            La psicóloga continuó sin decir nada.
           −Luego, como ya sabe, tomé mi celular y comencé a grabarme narrando el sueño que acababa de tener.
            −¿Y qué… qué piensas de ello? –se dignó por fin a decir la mujer.
            −Que fue un sueño bastante raro, evidentemente.
            −¿Solamente eso?
            −¿Debería pensar algo más de un simple sueño?
            −…
            −¿Le pasa algo, doctora?
           −No, nada… No me pasa nada −La mujer se levantó de su asiento algo temblorosa. Sus manos tiritaban un poco. Probablemente no esperaba encontrarse con nada de lo que le había dicho−. Creo que nuestra sesión ha acabado…
            −¡Pero si sólo llevamos veinte minutos aquí! ¡Me estaba empezando a divertir, lo juro!
        −¡He dicho que ha acabado! –De su boca saltó un poco de saliva. No podía creer lo descompuesta que se veía−. Cuando salgas, dile a mi secretaria que venga aquí… por favor.
            −¿Entonces esto es todo?
            −Sí, esto es todo.
            −¿Nos veremos en otra sesión?
            −Tendría que hablarlo con tu mamá.
            −Bien, bien.
            −Hasta luego.
            −Hasta luego.
            Cuando salí del despacho de la psicóloga, mi mamá se levantó impaciente de su asiento y dio un par de zancadas para llegar a mi lado y preguntarme:
            −¿Cómo te fue?
            −Bien, mamá, pero para la otra vez que quieras traerme a un psicólogo, no me engañes: dímelo.
            −Pero es que pensé que te ibas a… En fin. ¿Qué fue lo que te preguntó la psicóloga ahí dentro?
            −Me preguntó sobre mis sueños.
            −¿En serio?
            Mi mamá me miró con esa expresión de disimulado temor.
            −¿Y te gustó? −quiso saber.
            −Sí –dije−. Y mucho.