Aún puedo recordar su olor, el fuerte tacto de sus brazos en mi
cintura, su mirada siempre segura clavada en mis ojos; lo recuerdo todo, y sigo
sin entender cómo detalles así pueden continuar aún en mi pecho, como un
malestar que ha hecho ya su nido y que jamás podré arrancar de mí.
A veces, por las noches, escuchó su voz llamándome
hasta despertarme; entonces me doy cuenta que en realidad los años ya han hecho
su irreversible trabajo: el tiempo oxida nuestros recuerdos, confunde nuestros
pasados y presentes, y contra ello ya no podemos hacer realmente nada; somos
humanos, después de todo, y es por eso que nos equivocamos, tomamos caminos
errados y perdemos a quienes en realidad no deseamos perder. Somos estúpidos y
fríos, y nadie nos lo dice hasta que es demasiado tarde, cuando solo podemos
recordar un olor, el fuerte tacto de los brazos de alguien, o una segura mirada
clavada en uno, tratando de llenar los viejos espacios vacíos que no nos
dejarán tranquilos hasta el último instante de nuestras vidas.