Historia #147: A través de las paredes



Tres amigos están en el patio de una de sus casas, sentados a la mesa y echados sobre sus asientos sin hacer nada más que mirar las nubes de la tarde.
            −Está súper piola el día –dice uno, tratando de mover la mínima cantidad de músculos en el acto. Sus dos amigos asienten con un ruido de garganta.
            Todo está silencioso en la tarde hasta que una nave cae de la nada unas cuadras del patio donde sucede esta escena, causando gran estruendo y matando a un puñado de civiles inocentes, aplastándolos en sus casas de manera brutal. Se abre la notoria escotilla de escape de la destrozada nave y sale un hombre –a juzgar por su porte− vestido de astronauta disparándole a todo quien se cruza por su camino con una pistola 9mm.; goza de una puntería excelente, propinando todos sus tiros en la cabeza.  
            −(You’re not gonna take me, you’re not gonna take me, fucking bastards!) ¡No me tendrán, jodidos bastardos, no me tendrán! –grita el astronauta, desesperado.
            Sin embargo está tan enfrascado en matar las personas cerca suyo, que no se percata que un águila gigantesca viene cayendo a toda velocidad hacia él, para tomarlo con sus garras, levantarlo por los aires y estrujarlo hasta que revienta y salen tres cráneos, siete fémures, seis cajas torácicas y un montón, montón de sangre por todos lados. Acto seguido el águila se posa sobre la cima de una montaña cercana, saca un celular y unos lentes oscuros de su plumaje y llama por el primero.
            −Aló, sí, tu mamá en cuatro.
            Y luego se marcha abriendo un orificio de muchos colores chillones en el cielo.
            −¿Oye, qué fue eso? –pregunta uno de los amigos, saliendo del trance en que estaban con un aletargado sobresalto.
            −No sé, güeón, no sé.
            Lo cual era muy obvio: el patio tenía paredes; y las paredes, naturalmente, no se puede mirar a través de ellas.

Historia #146: conversación con Lento & tranquilo



−Cuando era chico, pensaba que las guaguas se tenían por el culo.
            −Yo cuando era chico, pensaba que en los 80’s todo era en blanco y negro.


−conversación con Lento & tranquilo−.

Historia #145: Melorto



Cansada y todo, sintiendo las mareantes luces en los ojos y el incesante ruido de las enloquecidas máquinas tragamonedas funcionando, Luisa continuó ofreciendo tragos y cerveza entre los jugadores que ni siquiera parecían pestañear frente las brillantes pantallas del casino de juegos. Algunos negaban con un gesto de la cabeza, unos decían que no, gracias, otros ni siquiera contestaban; los demás sólo abrían sus billeteras y sacaban sus tarjetas sin llegar a preocuparse un poco por el estado de sus cuentas. A Luisa le gustaban aquéllos por sobre los demás. Sin embargo, había un tipo de jugadores dentro de esta misma categoría que ya estando achispados o borrachos tenían la tendencia a volverse insolentes y acabar diciendo y haciendo cosas que dejaban bastante que desear para su previo comportamiento. Como ese tipo gordo de pelo largo y negro, con aspecto de no tener muy buena higiene y un tatuaje de él mismo sonriendo como idiota en su brazo, que al preguntarle si quería algo, un trago o una cerveza, había dicho que sí, que quería una cerveza, una Melorto.
            −Demoré tres días en enterarme de su chiste –le dijo Luisa a Roberto luego de tomar un sorbo de su mojito−. Bueno, en realidad fue mi hermano el que se percató de eso, cuando le conté mi historia.
            −¿No te diste cuenta que era el Bananero?
            −No, nunca vi sus videos hasta que mi hermano me explicó lo que había intentado decirme.
            −¡Son súper buenos, siempre me cago de la risa!
            Roberto alzó su mano para llamar al mesero ubicado a muchos metros de distancia. Le preguntó a Luisa:
            −¿Quieres otra cosa más para tomar?; yo te invito.
            −¿En serio?
            −Sí, en serio. Pide lo que quieras.
            −¡Quiero una cerveza!
            −¿Cuál?
            −Una cer-vézame el orto.
            Roberto estuvo a punto de ponerse a reír del chiste y la buena astucia de su compañera de carrera, pero tras mirarla a los ojos, se dio cuenta que ella hablaba muy, muy en serio.