Antes de torcer a la derecha
para tomar el camino de tierra hacia la casa de la abuela, papá detuvo el auto,
puso el freno de manos y se mantuvo en silencio un buen rato. Todos estábamos
expectantes (bueno, todos excepto yo, que sabía de qué iba el asunto) por lo
que diría a continuación.
−Familia, debo serles sinceros −dijo él con aire serio−.
Debo admitir, en primer lugar, que la abuela no se encuentra en estado grave.
Mamá y hermana se miraron extrañadas, y yo les imité
cuando posaron sus ojos en mí para saber mi reacción.
−Oh, no, papá, ¿por qué nos has mentido? −le dije
lastimero, poniendo una mano sobre mi pecho−. ¿Qué te ha llevado a violar
nuestra confianza?
Pero papá no cayó en mi juego; sólo me miró feo y
continuó como si nunca hubiera dicho nada.
−En segundo lugar −dijo él−, debo decirles que los que se
encuentran en grave peligro en realidad somos nosotros; la abuela sólo fue una
excusa para mantenernos a salvo.
−¿Qué quieres decir con eso de que estamos en grave
peligro? −preguntó mamá con un brillo raro en la mirada−. ¿Alguien quiere
asesinarnos?
−Algo así −farfulló papá.
−¡Súper! −exclamaron mamá y hermana al unísono, chocando
sus manos.
−¡Esto se pone
bueno! −dijo hermana, apretando los dientes.
−A veces se me olvida que ustedes están locas −dijo papá
antes de quitar el freno de manos y echar a andar el auto nuevamente, lanzando
un fuerte eructo por la ventana. El vehículo se movió y enfiló por el camino de
tierra hacia la casa de la abuela.
−¿Nos podrías explicar por qué nos encontramos en grave
peligro? −preguntó mamá.
Papá resopló y dijo:
−Es una larga
historia.
−No me vengas con esas porquerías, por favor −dijo mamá,
frunciendo el ceño−. Cuéntanos, si no quieres que te haga sufrir con mi técnica
de Cosquillas nivel cuarenta.
Papá frenó con fuerza y prendió los intermitentes del
vehículo.
−¡No, cualquier cosa menos tu técnica de Cosquillas nivel
cuarenta! –exclamó él.
−¡Entonces cuéntanos!
Papá se aclaró la voz y empezó:
−¿Se acuerdan de ese anciano que vendía videojuegos en el
Centro Multinacional para Vendedores sin Amigos en el Poder, cerca del local
del tipo de las plantas devora hombres en el tercer piso?
−¿Ése con el que solías jugar en las máquinas de baile
después del trabajo? −enfatizó mamá.
−Sí, ese mismo –aclaró papá−. Bueno, su nombre es Samuel
Maluenda, y desde que fueron lanzados al mercado, ha sido un gran aficionado
para con los videojuegos. Dice que le fascinan tanto, que se frota los
cartuchos de los mismos por la zona genital, asegurando que eso genera vínculos
entre ambos y tal; qué tontería, ¿no?
Como si yo no le hubiera visto hacer lo mismo con el Zelda Ocarina del Tiempo que me regaló
para una Navidad, encerrado en su cuarto jurando que nadie lo miraba, dejándolo
con un horrible hedor a mariscos impregnado en su superficie. Moví mi cabeza de
un lado a otro tratando de remover aquel espantoso recuerdo y pensé que de ahí
venía la familiaridad con que me sonaba el nombre de Samuel Maluenda: mi papá
tuvo un periodo en que fue uña y mugre con él, utilizando su tiempo libre para
estar en su compañía más que con nosotros; pero eso, evidentemente, es harina
de otro costal.
−El asunto −continuó papá−, es que un día le conseguí uno
de sus videojuegos, uno que quería jugar mucho y que él cuidaba aún más
todavía, y… y…
−¡Papá, termina pronto, por favor, no te quedes
estancado! −exclamó hermana, perdiendo un poco la paciencia.
−¡Y bueno, bueno, ya: borré su partida del videojuego con
el ciento un por ciento pasado!
Con hermana ahogamos un grito de horror tapándonos la
boca.
−¡¿De verdad hiciste eso, papá?! −le dije; jamás pensé
que la razón por la cual Samuel Maluenda había enviado un cazarrecompensas a
por él fuera ésa.
−Me temo que sí…
−¡Qué idiota, papá, cómo se te ocurre hacer algo así! −le
recriminó hermana, con un dejo de rabia.
−Y eso no es todo −prosiguió papá, compungido−. Resulta
que un par de años antes de conocernos, el único nieto que ha tenido Samuel
hasta ahora murió de una forma un tanto extraña; me gustaría contarles, pero es
algo muy fuerte, yo…
Papá esperaba
que alguien le picara y le preguntara que cómo había muerto el chico en
cuestión, pero como afuera se posó un pájaro azul y morado sobre el capó del
auto que nos llamó más la atención que toda su palabrería, explicó de todas
maneras como si uno de nosotros le hubiera preguntado al respecto:
−Bueno, ya,
sólo para que lo sepan: su nieto fue hallado en su cuarto, frente a su
computador. Murió luego de masturbarse por más de una hora a la velocidad
experto, cuando era sólo un niño de trece años, un novato…
Vaya idiota el
niño este, pensé.
−…Por lo que
Samuel se vio en la obligación de utilizar un viejo hechizo (que encontró en un
extraño libro en el sótano de su casa) para guardar el alma de éste, su nieto,
dentro del cartucho de uno de sus videojuegos favoritos, específicamente en una
partida nueva a la que le dedicaría todo su esfuerzo para sacar hasta el último
de sus secretos.
Se hizo el
silencio dentro del auto; el pájaro posado en el capó emprendió el vuelo luego
de insultarnos en su idioma y todos volvimos a ser conscientes de la situación
en la que nos hallábamos.
−Y bueno −dijo
papá−, ya pueden apostar a quién fue el que borró la susodicha partida…
−Quién más… −resopló
mamá.
−¿Es por eso entonces
que estamos en peligro? −quiso saber hermana.
−Claro, claro −contestó
papá−. Samuel Maluenda se ha enterado hace muy poco de esto, y como no quiere
ensuciarse las manos con mi sangre, ha contratado a un cazarecompensas para dar
conmigo y así acabarme.
−Venganza −dijo hermana, enseñando sus dientes con violencia.
−Así es −dijo papá−. Es por eso que necesitamos
refugiarnos por unos días hasta que las cosas se calmen un poco y veamos bien qué
haremos a continuación. La casa de campo de la abuela parece una de las mejores
opciones para el caso.
Nos quedamos pensando un rato, reflexionando sobre el
asunto.
−Creo que deberíamos darle una buena patada en el culo al
cazarrecompensas ése y a Samuel Maluenda por haberlo contratado para capturarte
−dijo mamá luego de un momento, decidida; su espíritu aventurero y violento
salía a flote una vez más.
−¿Estás hablando en serio? −dijo papá−; ¡pero si fui yo
quien eliminé por completo el alma del…!
−Nada de eso −dijo mamá−. Cuando te declaran la guerra,
lo mínimo que puedes hacer es darles guerra de vuelta, ¿no?
Siempre me he preguntado por lo errados que me parecían
ciertos patrones de ética y moral que regían mucho de los comportamientos de
mamá; a veces me parecían que estaban bastante fuera de lugar para ser parte de
la cabeza de la familia.
−¿Qué dicen, familia? −preguntó mamá echando chispas por
los ojos−. ¿Le damos su merecido a esos dos pasteles llenos de moco?
Nos
miramos por un par de segundos antes de unir nuestras manos, chocarlas y
alzarlas gritando como chicas recién salidas del instituto que lo único que
desean es darle su merecido a quien se lo está buscando. Los momentos
familiares así me encantaban.