Historia #92: Un mensaje de texto



Angélica tomó su celular para ver la hora apenas despertó y se encontró con un mensaje de texto de Ricardo; se pasó una mano por los ojos y lo abrió para leerlo con cierta emoción, siendo consciente que ninguno de los dos había dado señales de vida desde que habían estado juntos por última vez, hacía ya dos días.

            Angélica pestañeó una vez y empezó a leer:

            “Hoy dia desperte echandote mucho de menos, y en la duermevela (ese estado en que todavia no sabes si es sueño o no) pense que estabas a mi lado; te iba a abrazar (estabas de espalda) pero resulta que solo era el fantasma de mi hermana mayor que se suicido hace unos años. Por un breve momento fui feliz”.

            Angélica leyó el mensaje otra vez para cerciorarse de lo que tenía frente a sus ojos, sin poder creerlo; debía ser una broma, seguro: Ricardo a veces tenía arranques como esos y a ella le fascinaban, pero… ¿era verdad que su hermana mayor se había suicidado? Llevaba unas cuantas semanas de haberlo conocido, sabía que era el mayor de dos hermanos, sin embargo éste nunca le había dicho que una hermana nacida antes que él había existido, menos que se había quitado la vida o algo parecido.

            Angélica dejaba su celular a un lado para tratar de seguir durmiendo sin darle mucha importancia al asunto, cuando sintió que algo al lado suyo se removió en el espacio de su cama vacía. Giró la cabeza sabiendo que no iba a encontrar nada, pero ahí, frente a rostro, apenas a unos centímetros de distancia, había una joven mirándola directamente a los ojos, la piel gris como la ceniza, la boca morada como la enfermedad. Tenía una marca en el cuello, como si se hubiera cerrado un fuerte lazo de cuerda en ella.

            Ayuda –le dijo, y Angélica no recordó más.





Las Crónicas de Lago Ensueño #3: Entra Sr. Equis De



La ausencia de luz (gracias a los focos rotos del atajo) le permitían fundirse con la profunda negrura de las sombras; era por eso que no tenía más que mantenerse estático y esperar hasta que alguien, falto de tiempo y cuidado, transitara por ahí para saltarle encima. Lo había hecho muy bien hasta ese momento: la gente, por valorar su vida más que cualquier otra cosa, siempre terminaban por darle todo lo que les pedía. Era el poder de la cuchilla, la sorpresa y la sobrevaloración de estas respecto sus miserables y patéticas existencias. A veces prendía un cigarro cuando estaba aburrido de tanto esperar, ocultando el brillo y el humo dentro de su chaqueta a cada calada; otras, pensaba en cómo gastar todo el dinero recaudado, consciente, como siempre, que después de todo terminaría por usarla para comprar más y más pasta base y marihuana prensada.
            Así estaba, atento y ansioso, terminando uno de sus cigarros, cuando vio una silueta avanzando hacia el atajo a oscuras. Entonces arrojó la colilla con cuidado para no alarmar al hombre que venía hacia él, sacó su navaja del bolsillo y se acuclilló, esperando el momento preciso.
            El joven venía a pasos rápidos como tantos otros lo habían hecho, creyendo, probablemente, que nada malo le podía pasar en aquél lugar. Ya faltaban pocos metros para poder saltarle encima. Veinte, quince, diez; ¡ahora era cuándo!
            Sin embargo, un extraño cambio en el aire nocturno hizo que ambos se detuvieran de sopetón y cayeran en la cuenta que había un tercer individuo entre ellos; parecía haber estado esperando desde hacía horas. Al principio pensaron que se trataba de un hombre grande, acompañado de una extraña y chata mascota; pero éste, al acercárseles más, demostró no ser más que un delgado joven vestido de una manera muy estúpida, con un casco en forma de XD y lo que parecía ser un perro negro, pequeño y horrible, como si hubiera sufrido alguna especie de terrible atropello.
            −Deja a ese hombre en paz, maldito bribón –dijo el joven; por la cadencia de su voz, los otros dos hombres concluyeron que debía tener alrededor de unos dieciséis años−. Sé lo que le haces a tipos como él.
            El hombre de la cuchilla se sintió enormemente aturdido; ¿un pendejo de mierda lo estaba increpando?
            −¿Quién eres tú, maldito idiota? –le preguntó, haciendo un rudo ademán con su arma.
            −Soy el Señor Equis De –fue la respuesta.
El tipo se mantuvo un buen rato en silencio, pero pasados algunos segundos, no pudo resistir más la tremenda risa que tenía atascada en la garganta.
            −¡Já, ¿Señor Equis De?! ¡Pero qué mierda es ésa!
            El tipo que iba a ser asaltado estaba paralizado, mirando con extrañeza la rara escena que estaba ocurriendo frente a sus ojos.
            El joven disfrazado, por su lado, miró desafiante al hombre de la cuchilla desde su casco; tenía una expresión mezcla de ira y seguridad, como si supiera que después de todo, el final de aquél encuentro estaba ya resuelto.
            −Ya sabrás qué mierda es –dijo el joven, esbozando una leve sonrisa; acto seguido, soltó la correa de su negra mascota y exclamó−: ¡A él, Equis Pé!
            Entonces la cosa negra y chata tomó impulso y se lanzó en contra del tipo en cuestión, cayendo directamente en sus testículos; tanto el atacado, como el tipo que iba a ser asaltado, soltaron un fuerte y agudo grito de dolor y terror, respectivamente. El tipo intentó quitarse la cosa con las manos, pero ésta era mucho más fuerte que cualquier otro animal que hubiera llegado a conocer antes. No podía verlo con claridad, pero sentía que unos afilados y diminutos dientes estaban volviendo una grotesca masa sanguinolenta lo que hacía minutos atrás eran sus testículos y pene; entonces intentó apuñalarla con su cuchilla, mas quedó atascada en su carne, que parecía más una mezcla de barro con mierda seca que cualquier otra cosa.
            −¡Vamos, Equis Pé, acábalo! –le azuzó su dueño, con un dejo de diversión en la voz.
            La cosa negra soltó al tipo, haciendo que un montón de sangre brotara de su herida, y tomó aún más impulso para saltarle en la cara. Primero se oyó un aullido sordo, luego un sonido como de rasgadura, y al final el gran impacto del cuerpo del asaltante contra el suelo, completamente muerto; su rostro estaba irreconocible.
            El joven disfrazado se acercó lentamente hasta el cadáver para darle una buena patada en lo que le quedaba de rostro, mientras su mascota lo miraba ansiosa, como esperando más órdenes para cumplir.
            −Tú… –le dijo el joven al tipo que iba a ser asaltado, apuntándolo.
            −¡Nomehagasnada,porfavor,telosuplico! –gimió el hombre, lanzándose de rodillas frente a él−. ¡Porloquemásquieras,tengohijos,tedoytodo,porfavor!
            −No te haré nada. En serio –El hombre levantó su cabeza, extrañado−. Pero debes prometerme una cosa.
            −¡Cuál, dime, haré lo que sea!
            −Debes decirle a todos los que conozcas que el Señor Equis De ha llegado para quedarse y salvarlos a todos. Diles eso. Si te creen, genial. Si no, probablemente sepan de mí muy pronto.
            El tipo no sabía qué responder en realidad; demoró unos tres segundos en percatarse que de esa respuesta dependía su vida, así que luego de dar un violento respingo, prometió:
            −¡Sí, sí, lo haré, lo haré! –agachando sumisamente su cabeza.
            −Muy bien. Ahora sigue tu camino y anuncia mi presencia en esta ciudad. ¡Que todos lo sepan, amigo, que todos lo sepan! ¡Equis Pé! –La cosa negra levantó su chata cabeza y miró a su dueño, expectante−. ¡Vámonos!
            Y dicho esto, la cosa negra agrandó su tamaño hasta que le brotaron unas raras antenas de su espalda; parecían unas alas para nada seguras. Acto seguido, se elevó por sobre el suelo luego de batirlas repetidas veces y le ofreció sus cuartos traseros al joven disfrazado.
            −¡Adiós, amiguito, adiós! –se despidió el joven, alzándose junto la cosa negra hasta perderse por completo en el oscuro cielo encapotado.
            El tipo los quedó mirando con el cadáver de su presunto asaltante a un lado, consciente de que nunca nadie le creería lo que acababa de vivir.