La ausencia de luz (gracias a los focos rotos del atajo) le permitían fundirse
con la profunda negrura de las sombras; era por eso que no tenía más que mantenerse
estático y esperar hasta que alguien, falto de tiempo y cuidado, transitara por
ahí para saltarle encima. Lo había hecho muy bien hasta ese momento: la gente,
por valorar su vida más que cualquier otra cosa, siempre terminaban por darle
todo lo que les pedía. Era el poder de la cuchilla, la sorpresa y la
sobrevaloración de estas respecto sus miserables y patéticas existencias. A
veces prendía un cigarro cuando estaba aburrido de tanto esperar, ocultando el
brillo y el humo dentro de su chaqueta a cada calada; otras, pensaba en cómo
gastar todo el dinero recaudado, consciente, como siempre, que después de todo
terminaría por usarla para comprar más y más pasta base y marihuana prensada.
Así estaba, atento y
ansioso, terminando uno de sus cigarros, cuando vio una silueta avanzando hacia
el atajo a oscuras. Entonces arrojó la colilla con cuidado para no alarmar al
hombre que venía hacia él, sacó su navaja del bolsillo y se acuclilló,
esperando el momento preciso.
El joven venía a
pasos rápidos como tantos otros lo habían hecho, creyendo, probablemente, que
nada malo le podía pasar en aquél lugar. Ya faltaban pocos metros para poder
saltarle encima. Veinte, quince, diez; ¡ahora era cuándo!
Sin embargo, un
extraño cambio en el aire nocturno hizo que ambos se detuvieran de sopetón y
cayeran en la cuenta que había un tercer individuo entre ellos; parecía haber
estado esperando desde hacía horas. Al principio pensaron que se trataba de un
hombre grande, acompañado de una extraña y chata mascota; pero éste, al acercárseles
más, demostró no ser más que un delgado joven vestido de una manera muy
estúpida, con un casco en forma de XD y lo que parecía ser un perro negro,
pequeño y horrible, como si hubiera sufrido alguna especie de terrible
atropello.
−Deja a ese hombre en
paz, maldito bribón –dijo el joven; por la cadencia de su voz, los otros dos
hombres concluyeron que debía tener alrededor de unos dieciséis años−. Sé lo
que le haces a tipos como él.
El hombre de la cuchilla
se sintió enormemente aturdido; ¿un pendejo de mierda lo estaba increpando?
−¿Quién eres tú,
maldito idiota? –le preguntó, haciendo un rudo ademán con su arma.
−Soy el Señor Equis
De –fue la respuesta.
El tipo se mantuvo un buen rato en silencio, pero
pasados algunos segundos, no pudo resistir más la tremenda risa que tenía
atascada en la garganta.
−¡Já, ¿Señor Equis
De?! ¡Pero qué mierda es ésa!
El tipo que iba a ser
asaltado estaba paralizado, mirando con extrañeza la rara escena que estaba ocurriendo
frente a sus ojos.
El joven disfrazado,
por su lado, miró desafiante al hombre de la cuchilla desde su casco; tenía una
expresión mezcla de ira y seguridad, como si supiera que después de todo, el
final de aquél encuentro estaba ya resuelto.
−Ya sabrás qué mierda
es –dijo el joven, esbozando una leve sonrisa; acto seguido, soltó la correa de
su negra mascota y exclamó−: ¡A él, Equis
Pé!
Entonces la cosa
negra y chata tomó impulso y se lanzó en contra del tipo en cuestión, cayendo
directamente en sus testículos; tanto el atacado, como el tipo que iba a ser
asaltado, soltaron un fuerte y agudo grito de dolor y terror, respectivamente.
El tipo intentó quitarse la cosa con las manos, pero ésta era mucho más fuerte
que cualquier otro animal que hubiera llegado a conocer antes. No podía verlo
con claridad, pero sentía que unos afilados y diminutos dientes estaban volviendo
una grotesca masa sanguinolenta lo que hacía minutos atrás eran sus testículos
y pene; entonces intentó apuñalarla con su cuchilla, mas quedó atascada en su
carne, que parecía más una mezcla de barro con mierda seca que cualquier otra
cosa.
−¡Vamos, Equis Pé, acábalo! –le azuzó su dueño,
con un dejo de diversión en la voz.
La cosa negra soltó
al tipo, haciendo que un montón de sangre brotara de su herida, y tomó aún más
impulso para saltarle en la cara. Primero se oyó un aullido sordo, luego un
sonido como de rasgadura, y al final el gran impacto del cuerpo del asaltante
contra el suelo, completamente muerto; su rostro estaba irreconocible.
El joven disfrazado
se acercó lentamente hasta el cadáver para darle una buena patada en lo que le
quedaba de rostro, mientras su mascota lo miraba ansiosa, como esperando más
órdenes para cumplir.
−Tú… –le dijo el
joven al tipo que iba a ser asaltado, apuntándolo.
−¡Nomehagasnada,porfavor,telosuplico!
–gimió el hombre, lanzándose de rodillas frente a él−.
¡Porloquemásquieras,tengohijos,tedoytodo,porfavor!
−No te haré nada. En
serio –El hombre levantó su cabeza, extrañado−. Pero debes prometerme una cosa.
−¡Cuál, dime, haré lo
que sea!
−Debes decirle a todos
los que conozcas que el Señor Equis De ha llegado para quedarse y salvarlos a
todos. Diles eso. Si te creen, genial. Si no, probablemente sepan de mí muy
pronto.
El tipo no sabía qué responder
en realidad; demoró unos tres segundos en percatarse que de esa respuesta
dependía su vida, así que luego de dar un violento respingo, prometió:
−¡Sí, sí, lo haré, lo
haré! –agachando sumisamente su cabeza.
−Muy bien. Ahora
sigue tu camino y anuncia mi presencia en esta ciudad. ¡Que todos lo sepan,
amigo, que todos lo sepan! ¡Equis Pé!
–La cosa negra levantó su chata cabeza y miró a su dueño, expectante−.
¡Vámonos!
Y dicho esto, la cosa
negra agrandó su tamaño hasta que le brotaron unas raras antenas de su espalda;
parecían unas alas para nada seguras. Acto seguido, se elevó por sobre el suelo
luego de batirlas repetidas veces y le ofreció sus cuartos traseros al joven
disfrazado.
−¡Adiós, amiguito,
adiós! –se despidió el joven, alzándose junto la cosa negra hasta perderse por
completo en el oscuro cielo encapotado.
El tipo los quedó
mirando con el cadáver de su presunto asaltante a un lado, consciente de que nunca
nadie le creería lo que acababa de vivir.