Microcuento #22: El momento menos indicado



A plena luz del día, mi polola me gritó:

            −¡Erís un mentiroso conchetumare!

            A lo que le respondí:

            −Al menos no tanto como el Gobierno y los Cristianos.

            Me llegó una cachetada de vuelta que me quedó doliendo por al menos unos diez minutos: mi polola provenía de una fuerte familia Cristiana y trabajaba para el Gobierno en un puesto muy importante.  

Creo que debería dejar de decir la verdad en los momentos menos indicados.

Historia #71: El atraco

Para Carlos Cerda.
Lo prometido es deuda.




Cansado, casi abatido, Omar regresaba a su casa a eso de las dos de la madrugada. Caminaba pensando en lo hijos de perra que podían llegar a ser sus jefes, haciéndolo trabajar hasta tan tarde por un miserable bono de mierda, como si sus horas de vida valieran en verdad tan poco. “Hijos de perra, hijos de perra, hijos de perra” repetía a cada paso que daba, mirando al suelo con el ceño fruncido, escupiendo cada ciertos tantos; lo único bueno que le quedaba era poder llegar a casa lo más pronto posible y encontrar a su esposa aún despierta, toda caliente, y poder follar tranquilo con ella hasta quedarse dormido y despertar totalmente renovado al otro día, listo para seguir con la rutina de mierda de guardia de supermercado, como siempre.

            Iba en eso, pensando en todo lo que le haría a su esposa antes de dormir, cuando un tipo encapuchado le saltó encima, pillándolo totalmente por sorpresa; intentó gritar fuerte, pero su atacante fue mucho más rápido al tapar su boca con una mano sudada y hedionda. Omar trató de desprender su cuerpo de su captor, mas le fue imposible; movió sus hombros, los brazos, pero estaba completamente jodido.

            Entonces el atacante, utilizando todas sus fuerzas, arrastró a Omar calle abajo hasta llegar a un pasillo oscuro y desolado, donde las pisadas producían fuertes ecos contra las paredes y la basura parecía haberse acumulado por al menos unas tres semanas.

            −¡Suéltame, maricón, suéltame! –intentaba gritarle Omar al tipo, pero de su boca, por desgracia, no alcanzó a salir más que un tenue e inaudible graznido. Su captor, por el contrario, aumentó aún más la fuerza con la que lo mantenía apresado y con una mano ágil y furiosa, le desabrochó la correa y sus pantalones para luego bajarle los calzoncillos de un solo manotazo; Omar intentó gritar con todas sus fuerzas, consciente de lo que deseaba hacer el tipo detrás suyo, pero su mano sudada y hedionda era superior incluso a sus propios esfuerzos. Pensó en su esposa, acostada sobre la cama, con ese piyama de verano que tan bien le quedaba, haciendo notar sus gruesos pezones a través de su fina tela; pensó en eso, en lo mucho que deseaba estar ahí con ella, cuando un dolor punzante en el ano le hizo volver en sí y ser consciente de la situación de mierda que estaba viviendo. Apretó los dientes, el rostro entero, e intentó olvidarse de todo lo que sentía por el tiempo que duró la violación; de sus ojos salieron gruesas lágrimas, mezcla de humillación y dolor, mientras que desde su culo se extendía una fina línea de sangre, manchando silenciosamente todo a su paso.

            El tipo estuvo así unos dos minutos, jadeando con violencia, descompasadamente, hasta que sacó su pene de Omar y lo empujó hacia adelante, derribándolo de manera limpia contra el suelo. Omar no quiso levantarse de inmediato; de hecho, ni siquiera quería verle la cara al hijo de puta que acababa de vejarlo…

            Mierda, la sensación era horrible.

            Con los ojos llenos de lágrimas, Omar se levantó luego de un rato, consciente de que su captor ya había partido hacia su guarida, quizá para esperar a otro como él, perdido en sus propios pensamientos… Le dolía el culo, un montón, así como todos sus músculos luego de la fuerte tensión vivida. Se apoyó en la pared más cercana, se puso los pantalones (notando que sus calzoncillos estaban manchados con sangre) y trató de seguir su curso como si nada hubiera ocurrido. Pensó en caminar todo el trayecto que restaba hasta su casa, pero al darse cuenta de lo mucho que le costaba y dolía, se detuvo en una esquina para esperar al primer taxi que pasara por ahí. Lleno de miedo, estuvo así por unos diez minutos, hasta que apareció el bendito vehículo que necesitaba: le hizo señas y éste se detuvo a su lado; se subió, le dio la dirección al chofer y partieron rumbo a casa por el camino más largo hasta ella; Omar no quiso hacer ningún comentario al respecto.

            Cuando llegaron a su destino, Omar tuvo que pagarle al taxista la misma cantidad de dinero ganada como bono por las “horas extras” (que en realidad habían sido impuestas por sus jefes) y se bajó sintiéndose la persona más desdichada del mundo; pudo haber insultado al hombre, haberle dicho que se metiera su plata por la raja antes de cerrar la puerta del vehículo, pero prefirió quedarse callado y dejar que las cosas siguieran su rumbo; total, ¿qué podía hacer él contra eso, después de todo?

            Sacó sus llaves, abrió la reja y la puerta principal de su casa, y se dirigió inmediatamente al baño, donde se sacó los pantalones y calzoncillos para echar estos últimos a una bolsa de plástico que guardó en la mochila que llevaba al trabajo. Se miró al espejo y lloró otro poco en silencio, sin poder creer todo lo que le había pasado.

Mierda, la sensación era imperturbablemente horrible.

El hombre se calmó un poco respirando como le había enseñado su madre cuando niño, y bebió agua y se lavó los dientes antes de ir a su cuarto, donde encontró todo oscuro y a su esposa durmiendo profundamente entre las sábanas, tal como temía; su deseo de follarla antes de dormir se habían ido a la mierda. Entonces se puso el piyama, se metió a la cama (pidiéndole al cielo que su culo no continuara sangrando por la noche y terminara por mancharlo todo) y se quedó ahí un buen rato, pensando en que al otro día tenía que volver al supermercado donde trabajaba como guardia, posiblemente hasta altas horas de la madrugada, para poder recibir su sueldo de mierda a fin de mes, pagar las cuentas que se iban acumulando a una velocidad vertiginosa en el cajón de su velador, y hacer feliz a su esposa, haciéndole creer que todo estaba bien, que el mundo estaba mejor que nunca, que todo iba a salir bien al final del día…