En el
supermercado en el que trabajo, frecuenta mucho una señora con unos verdaderos
modales de mierda: nunca saluda, nunca se despide, y lo que es peor, nunca nos
da propina; es como si fuera muda, una vieja muda de mierda que se llena
siempre, todos los días, de bolsas plásticas. Por un tiempo decidimos no
atenderla, viendo cómo la muy estúpida se enredaba entre sus propias compras,
pero después de un buen tiempo nos penalizaron por no cumplir con nuestra
verdadera función como empacadores del supermercado. Así fue que un día tuve
que atenderla, a pesar de toda la rabia que sentí, para tener que mirarla de
frente y decirle buenos días con la cara más tonta posible; la hija de puta,
como siempre, ni siquiera me miró mientras le extendía los billetes a la cajera
frente a mí; lo dejé pasar y le extendí las bolsas con sus compras. Entonces
sucedió lo impensado: al recibir sus cosas, me echó una moneda a la mano en el
breve lapso que alcanzó a estar extendida, y se marchó (como era de esperar)
sin despedirse. Estaba maravillado, profundamente iluminado, hasta que me di
cuenta que era una pequeña moneda de un centavo estadounidense.
Ahí
fue que algo se rompió dentro de mí, haciéndome tomar su cabeza para terminar estrellándola
contra el duro y limpio piso del recinto.
¡Ah,
cómo sonaron esos huesos quebrándose…!
La
gente cercana se impresionó al ver la escena, tapándose la boca con las manos y
todo eso, así como las tías del aseo me insultaron al comprobar que tenían más
trabajo qué hacer, después de todo, pero al cabo de un rato, todos siguieron
con sus cosas como si nada hubiera pasado. Y bueno, es que nadie en realidad
echa de menos a alguien con tan malos modales…