Historia #47: Otra que muerde el polvo



En el supermercado en el que trabajo, frecuenta mucho una señora con unos verdaderos modales de mierda: nunca saluda, nunca se despide, y lo que es peor, nunca nos da propina; es como si fuera muda, una vieja muda de mierda que se llena siempre, todos los días, de bolsas plásticas. Por un tiempo decidimos no atenderla, viendo cómo la muy estúpida se enredaba entre sus propias compras, pero después de un buen tiempo nos penalizaron por no cumplir con nuestra verdadera función como empacadores del supermercado. Así fue que un día tuve que atenderla, a pesar de toda la rabia que sentí, para tener que mirarla de frente y decirle buenos días con la cara más tonta posible; la hija de puta, como siempre, ni siquiera me miró mientras le extendía los billetes a la cajera frente a mí; lo dejé pasar y le extendí las bolsas con sus compras. Entonces sucedió lo impensado: al recibir sus cosas, me echó una moneda a la mano en el breve lapso que alcanzó a estar extendida, y se marchó (como era de esperar) sin despedirse. Estaba maravillado, profundamente iluminado, hasta que me di cuenta que era una pequeña moneda de un centavo estadounidense.
Ahí fue que algo se rompió dentro de mí, haciéndome tomar su cabeza para terminar estrellándola contra el duro y limpio piso del recinto.
¡Ah, cómo sonaron esos huesos quebrándose…!
La gente cercana se impresionó al ver la escena, tapándose la boca con las manos y todo eso, así como las tías del aseo me insultaron al comprobar que tenían más trabajo qué hacer, después de todo, pero al cabo de un rato, todos siguieron con sus cosas como si nada hubiera pasado. Y bueno, es que nadie en realidad echa de menos a alguien con tan malos modales…


Historia #46: La carta macabra



La carta macabra pasó de mano en mano por entre los compañeros de curso hasta llegar a Nicole, quien ubicada en la parte más cercana a la salida y la pizarra de la sala, no se había percatado de todo el ajetreo que ésta iba dejando a su paso. Al principio pensó que podía ser un mensaje cariñoso de alguien que la admiraba, como ya había ocurrido antes, pero al abrirla se dio cuenta que estaba lejísimo de hallarse en lo correcto; la joven palideció en el acto.
−¿Qué venía en la carta? –le preguntó Carla, su amiga, husmeando por sobre su brazo−. ¿Puedo…? ¡Oh, mierda!
Dentro del sobre había una gran mota de bellos púbicos ensortijados, con un mensaje que decía claramente: “por maraca”. Nicole miró por encima de su hombro a sus demás compañeros ubicados tras ella, completamente enfurecida y dolida, pero ninguno de los que le devolvió la mirada tenía pinta de ser el culpable.
            Entonces todos sus compañeros le sonrieron a la vez, sin quitarle los ojos de encima, mientras Carla, a su lado, le daba un suave codazo para pasarle otra nota destinada a ella. Nicole tomó ésta con las puntas de sus dedos (esperando lo peor) y leyó que decía: “no te hagai’ la tonta, si todos cachamos que te gusta que se te queden pegaos los pendejos en los dientes, maraca chupapico”.
Sin poder creerlo muy bien, miró a su amiga por sobre la nota, como buscando algún apoyo por parte de ella, pero era totalmente inútil: no había mucho qué pudiera hacer al respecto de todas maneras.
−Culiaos maricones –farfulló apretando los dientes, reconociendo entre el montón de vellos púbicos los de Álvaro y Diego, antiguos expololos del verano pasado.
           

Historia #45: Los egipcios



Los egipcios, como método para no dejar embarazadas a las mujeres, se embadurnaban sus miembros en heces de cocodrilo antes de penetrarlas. ¡Fantástico! ¡Las heces de cocodrilo tienen propiedades anticonceptivas! Ahora bien..., ¿quiénes chucha fueron los retorcidos mentales en la historia que lo practicaron hasta descubrirlo?