La carta macabra pasó de mano en mano por entre los compañeros de
curso hasta llegar a Nicole, quien ubicada en la parte más cercana a la salida y
la pizarra de la sala, no se había percatado de todo el ajetreo que ésta iba
dejando a su paso. Al principio pensó que podía ser un mensaje cariñoso de
alguien que la admiraba, como ya había ocurrido antes, pero al abrirla se dio
cuenta que estaba lejísimo de hallarse en lo correcto; la joven palideció en el
acto.
−¿Qué venía en la carta? –le preguntó Carla, su amiga,
husmeando por sobre su brazo−. ¿Puedo…? ¡Oh, mierda!
Dentro del sobre había una gran mota de bellos
púbicos ensortijados, con un mensaje que decía claramente: “por maraca”. Nicole
miró por encima de su hombro a sus demás compañeros ubicados tras ella,
completamente enfurecida y dolida, pero ninguno de los que le devolvió la
mirada tenía pinta de ser el culpable.
Entonces todos sus
compañeros le sonrieron a la vez, sin quitarle los ojos de encima, mientras
Carla, a su lado, le daba un suave codazo para pasarle otra nota destinada a
ella. Nicole tomó ésta con las puntas de sus dedos (esperando lo peor) y leyó que
decía: “no te hagai’ la tonta, si todos cachamos que te gusta que se te queden
pegaos los pendejos en los dientes, maraca chupapico”.
Sin poder creerlo muy bien, miró a su amiga por
sobre la nota, como buscando algún apoyo por parte de ella, pero era totalmente
inútil: no había mucho qué pudiera hacer al respecto de todas maneras.
−Culiaos maricones –farfulló apretando los dientes,
reconociendo entre el montón de vellos púbicos los de Álvaro y Diego, antiguos
expololos del verano pasado.