Historia #199: La nana de los parlantes



Viene al caso decir, a modo de introducción para mis siguientes palabras, que llevo años tocando el bajo eléctrico con grandes amigos en una banda llamada Animales de Lumière. Con esto, naturalmente, no quiero demostrar mi versatilidad para con ciertos rubros artísticos ni nada por el estilo, sino que contextualizarlos en la extraña situación de la que fuimos parte los cuatro de la agrupación.
            Sucedió durante un ensayo, no sé si al inicio o al final de éste, mientras instalábamos (o desinstalábamos) nuestros instrumentos y hablábamos sobre cosas que ahora no vienen al caso. El asunto es que en un momento azaroso en que se hizo el completo silencio por unos segundos, escuchamos todos, sin lugar a dudas, el lúgubre y desesperado llanto de un bebé saliendo por uno de los parlantes encendidos de la sala. Sonó cascado, metálico, como si hubiera sido procesado por un efecto distorsionador de guitarra. Entonces nos miramos los unos a los otros, con la sonrisa a medio camino, como diciéndonos “estuvo buena la broma”, pero todos comprendimos, instrumentos y cables desconectados en nuestras manos, que de ser así, nadie pudo haberla ejecutado. Así fue que nuestras expresiones se tensaron y no dijimos nada al respecto hasta que el llanto volvió a llenar la estancia y nos volvimos a mirar muertos de miedo. Nadie entendía nada: ¿cómo era posible que de un parlante encendido pero sin ningún dispositivo instalado saliera aquél horrible y molesto ruido muy idéntico al de la estática, o al de un bebé siendo torturado cruelmente?
            El Satu, guitarra y voz de la banda, le pidió al Chibi –el tecladista– que por favor apagara el parlante antes que nos reventara los tímpanos –de por sí dañados. Mas cuando éste se acercó al aparato, sus manos tapando sus oídos, salió de ellos un arrullo nasal que nos dejó con la sangre helada. La voz era grave, pero femenina indudablemente; nos percatamos luego que sus palabras no pertenecían a nuestro idioma, ni tampoco a uno que pudiéramos identificar como para descifrarlas y entender su mensaje de forma limpia.
            –Está hablando en japonés –dijo el Gabo sin levantarse todavía de la batería, quedando con sus platillos a medio guardar en su estuche. Y era cierto, aunque con un leve desacierto: la mujer en realidad no hablaba, sino que cantaba…, le cantaba al bebé que no paraba de llorar del otro lado del parlante. Concluimos entonces que la mujer era su madre, y que trataba de hacer callar a su hijo de la manera que lo hacían sus pares en tiempos pretéritos.
            Y así, de manera tan inesperada como empezó todo, el ruido desapareció, llanto y nana, y el silencio y la expectación volvieron a reinar nuestra sala de ensayo y nuestros cuerpos. Aún persistían las últimas notas algo desafinadas de la mujer revoloteando por la estancia, pero no demoraron en desaparecer y difuminarse en el aire. El Chibi aprovechó de apagar el parlante antes que decidiera escupir más cosas incomprensibles y volvimos a quedarnos mirando los unos a los otros sin entender nada de lo ocurrido.
            Barajamos la posibilidad que se tratara de uno de esos fenómenos en que por casualidad un aparato eléctrico termina funcionando como un receptor de ondas lejanas, retransmitiendo un mensaje flotante en el aire, o –para ser más exactos– una grabación que jamás debió haber llegado hasta nuestros oídos, como ese caso en que un hombre con una placa metálica en el cráneo –producto de una cirugía que le salvó la vida– no dejaba de escuchar las transmisiones de radio lejanas, o los diálogos de los pilotos de los aviones que pasaban sobre él con los aeropuertos que tenían por destino. El asunto es que nunca tuvimos una idea clara del acontecimiento ocurrido, menos aún de qué se trataba el llanto desesperado del bebé ni de qué iba la letra de la canción de cuna de la mujer japonesa –si es que era japonesa, naturalmente.
            A veces, cuando recuerdo esto por las noches, termino por pensar en el bebé y la razón por la que lloraba de esa manera tan horrible: si es que era por hambre, debido a alguna molestia estomacal o una enfermedad que lo aquejaba, si tenía mucho sueño y estaba molesto con todo el mundo, o si de verdad lo estaban torturando unos japoneses malditos y retorcidos…; aunque luego de recapacitar en la mujer y su arrullo tierno y desafinado, esta última idea siempre termina por borrarse, gracias a todos los dioses, y después viene la duermevela, la mezcla de realidades, y entonces me olvido de todo esto hasta que vuelve a  asaltarme otra noche en que no puedo conciliar el sueño con facilidad.

Historia #198: Erección invertida



Me tocó empacarle las compras del supermercado a una mina súper bonita, estupenda, y como sólo podemos darle una bolsa plástica (producto de una ordenanza municipal que busca erradicarlas por completo), me dijo que lo echara todo adentro, que no tenía importancia porque andaba en auto y tal. Pucha, la loca la raja, pensé, feliz de que por fin me tocara una persona buena onda después de tantos viejos hijos de puta que no entendían este buen gesto para con el ecosistema. Pero cuando terminé de echarle las cosas en la bolsa (con una latiente y poderosa erección entre mis piernas) me dijo: “oh, qué bien, cabió todo adentro”, y yo sentí que todos los centímetros ganados en grosor y altura, se convertían ahora en estrechez y profundidad. Me dio unas monedas de propina y corrí al baño para cerciorarme de lo ocurrido: ahí, frente a mis ojos, donde debió estar mi pene, se hallaba ahora un vacío hondo y extraño, y yo no pude creerlo: su error gramatical me mató tanto las pasiones, que mi pobre pene no pudo hacer otra cosa más que esconderse y refugiarse de su vista. Hizo falta más de media hora de cariño y dedicación para que éste volviera a asomarse y continuar con todo como si nada hubiera pasado.
            “Ya, ya, querido”, le dije con ternura. “Para la otra me taparé los oídos”.  

Historia #197: Mientras tú no me pescas



Mientras tú no me pescas, la mina bonita a la que le empaco las cosas del supermercado me dice que se lo eche todo adentro.