Cuento #63: La Teoría de las gemelas



En uno de los tantos giros que tuvo la conversación, después de servirse otra piscola, el Carlos me preguntó si sabía lo de la supuesta suplantación de identidad de la Luli, sí, la Luli, la famosa modelo rubia de pelo ondulado que salía en la tele mostrando sus exuberantes atributos. No, le dije divertido, no cachaba qué onda el asunto.
            −Dicen que la verdadera está muerta –me dijo, y no supe si reír y escupir el pisco que tenía en la boca.
            −¿En serio?
            −¿La viste en la tele para el Festival de Viña? –Asentí; era imposible no haberla visto en el Festival de Viña, si toda la maldita prensa no paraba de hablar de esa mierda durante el verano entero−. ¿Te diste cuenta que está cambiada?
            −Mmmm, puede ser. Me pareció que tenía las tetas más grandes que antes.
            −No me refiero a sus tetas, estúpido –repuso el Carlos−. Me refiero a que está cambiada en el aspecto personal, no físico.
            −¿Cómo? –Seguía sin pillarle la idea.
            −¡A que ahora es menos idiota que antes! ¿No te diste cuenta?
            Traté de recordar la última vez que la había escuchado hablar y se me vino a la cabeza un día que desperté resacoso y no había nada más en la tele que ella siendo entrevistada por la prensa. Claro, antes hablaba arrastrando las palabras como una estúpida, haciendo ademanes coquetos como si no supiera hacer otra cosa más que eso. Al principio llegaba a ser molesta, pero ahora era distinta; hasta podía quedarme acostado todo resacoso mirándola hablar, expresar sus ideas, mientras me toqueteaba el entrepiernas pensando en lo generosos que eran sido sus nuevos implantes.
            −Ahora habla mejor –dije, encontrándole poco a poco sentido a lo que decía mi amigo.
            −De hecho, ahora habla como un ser humano –dijo el Carlos−. Antes hablaba como una verdadera retardada.
            −¿Y qué tiene que ver todo eso con lo de la suplantación de identidad?; porque no me vayai’ a decir ahora que ese es tu único argumento.
            −No es el único argumento, pero es la base para todo lo demás –Carlos hizo una pausa para bajar unos cuantos centímetros del contenido de su vaso−. La Luli de ahora no solo habla bien, lanza frases semánticamente correctas y no arrastra las palabras, sino que hasta se ha vuelto una muy buena inversionista.
            −¿Ya, en serio? –No sabía ese detalle.
            −En serio. Ahora es dueña de varios departamentos y otros bienes raíces que harán que recupere su plata invertida y más en muy poco tiempo.
            Los bienes raíces siempre daban ganancias cuando las inversiones eran buenas.
            −Vaya, no me esperaba algo así de ella –Tomé un sorbo de mi trago−. Me esperaba que gastara toda su plata en ropa, botas, autos, cosas estúpidas como esas, pero no en bienes raíces.
            −Pudo haber sido un buen asesoramiento, está claro. Pero ¿por qué ahora y no antes?
            Me quedé un rato en silencio tratando de pensar en una buena respuesta. Desde donde nos encontrábamos, en el patio de la casa del Carlos, se escuchaba una fiesta de adolescentes unos cuantos metros más allá. Su música era nuestra música, prácticamente.
            −Pues porque…, ¿la antigua (la tonta) está muerta y la que la reemplazó no? –lo dije como temiendo equivocarme.
            −¡Pues claro! –exclamó el Carlos, chocando su puño y la palma−. Si la Luli tonta está muerta, la nueva, la que la reemplaza, puede permitirse darle un mejor destino a la plata que malgastaba la otra y asegurar su futuro con ella. ¿No te parece obvio?
            Evité responderle y en cambio formulé una pregunta:
            −¿Y como es que tú sabes todo esto?
            Carlos se quedó callado y miró hacia su regazo; en un principio pensé que lo había pillado, que iba a decirme por fin que todo era una mentira y bla, bla, blá, pero sólo estaba buscando su cajetilla de cigarros. Tuve que apuntarle con el índice el lugar sobre la mesa en el que se encontraban para que pudiera sacar uno y prenderlo sin siquiera avergonzarse de su despiste.
            −¿Te acordai’ de la Vale, la pelirroja con la que anduve el año pasa’o?
            Asentí: era una de esas pelirrojas que se frecuenta sólo en los videos de las páginas porno. Todo un triunfo para el Carlos.
            −Sí, me acuerdo.
            −¿Y te acordai’ que era modelo?
            −Sí, creo que sí –Mentira: lo tenía más que sabido.
            −Cacha que me contó que una vez, no hace mucho, se topó con la Luli en un evento.
            −¿En serio?
            −Sí, a veces se topaba con muchas famosas de la tele tras bambalinas.
            −¿Alcanzaste a ver alguna?
            −Sí: todas flacas. La tele las engorda, en serio.
            −¿Y qué pasó con la Luli?
            −Cuando se acabó el evento, terminó curándose raja en el cóctel.
            −Me hubiera gustado ver eso –comenté más para mis adentros que para el Carlos.
            −El asunto es que al principio estaba callada y todo, no decía nada, sólo tomaba y miraba a las demás como la mujer recatada en la que se había convertido. Pero después de unos cuantos minutos, el alcohol hizo su efecto.
            −¿Terminó mostrando las tetas en público?
            −Mucho mejor que eso –El Carlos se inclinó un poco hacia mí−. Empezó a decir que ella no era la verdadera Luli, sino que su hermana gemela.
            Si hubiera estado bebiendo de mi trago en ese momento, con toda seguridad lo habría escupido sobre la mesa.
            −¿Hermana gemela?
            −Tal como escuchaste.
            −Pero si ella hubiera tenido una hermana gemela, con toda seguridad… habría salido en la tele…, ¿cierto?
            −A menos que…
            −…a menos que…
            El Carlos me miraba esperando la respuesta; como se dio cuenta que estaba lejos de tenerla, resopló de manera cansina.
            −A menos que la hubieran ocultado, obvio –dijo.
            −¿Pero por qué ocultarla? –pregunté, sabiendo que por lo general los famosos se sentían encantados de tener a alguien que se les asemejara.
            −Porque su mamá no deseaba tener dos hijas.
            −¿Me dices entonces que una permanecía oculta porque su mamá no quería dos Lulis en su casa?
            −Así, tal cual.
            −Güau. Deberían darle una condecoración por buena madre.
            −Y eso no es todo –dijo el Carlos−. Como nadie podía verla, la Luli nueva tuvo que vivir por mucho tiempo sin que nadie más supiera de ella. Por lo que contó ese día del cóctel, su mamá la encerraba en su pieza cada vez que alguien las visitaba.
            −Pero…, cómo es posible…
            −Cosas como ésta pasan a menudo, güeón; Europa está plagado de casos así.
            Estuve a punto de decirle que Chile no era Europa, pero me dio flojera pensar en explicarle por qué lo decía. En vez de eso decidí preguntarle algo que no me quedaba muy claro.
            −¿Entonces por qué la nueva Luli (la otra Luli) se encuentra caminando entre nosotros ahora, dando entrevistas tontas por la tele y esas cosas?
            −Porque la otra, la que conocimos en un principio, está muerta.
            −¿Muerta?
            −Sí, muerta.
            −¿Cómo…?
            −Un accidente de autos. Pasó después de un evento de modelaje.
            −Esto es como la supuesta muerte de Paul McCartney –comenté, riéndome nerviosamente−. ¿Cómo se puede creer una mierda como ésta?
            −Hay muchos detalles que pueden aprobarla.
            −¿La confesión de una mujer con poco coeficiente intelectual y borracha?
            −¡Hey, algo es algo!
            −¿Y qué hicieron después con ella; con la Luli nueva y borracha, quiero decir? –pregunté.
            −Como se puso a llorar desconsoladamente recordando su pasado de mierda y la muerte de su gemela, tuvieron que sacarla de ahí y mandarla a su casa; me refiero a su casa nueva, la que ocupaba la difunta, no en la que la mantenían encerrada.
            −Entiendo, entiendo.
            Carlos tomó otro sorbo de su piscola, acabando el vaso entero. La música de unas cuantas casas más allá seguía y seguía aunque fuera bien entrada ya la madrugada.
            −A veces el asunto está en simplemente creer, amigo. Nadie nos dice que en realidad todo esto sea mentira, ¿no?
            Traté de dejar la mente en blanco para no pensar en nada.
            Asentí con la cabeza.
            −Está bien −dije−. De todas formas, es una muy buena historia.
            −Puede que incluso ella misma la haya creado para demostrarnos que nos puede pasar a todos por la raja, ¿no?
            −¿Cómo una demostración de que no es tan tonta después de todo?
            −Claro.
            −Pues sería escalofriante.
            −Cosas así suceden a menudo.
            Sentí un breve temblor en mi espinazo; lo acallé bebiendo un buen trago de mi vaso.
            −¿Te imaginai’ cómo sería tener a dos Lulis contigo en la cama? –le pregunté al Carlos.
            −Oh, no estaría nada malo –me respondió, y seguimos conversando de cualquier otra cosa.
            A la hora siguiente, los paco detuvieron la fiesta adolescente, nuestro pisco se había acabado por completo y todas las botillerías se hallaban cerradas. Nosotros, por otro lado, ya nos encontrábamos durmiendo.
           
           
           
           
           
           

Poema #27: Frases al aire



Mi abuelo
y su sorbeteo al almuerzo
en el te
en la sopa
y sus gargajos acumulados
en la garganta
y su sonido al tragarlos.
Mi abuelo
y sus frases inconexas
muchos sujetos
pocos complementos
sus frases inconexas
sus palabras flotando en el aire.
Mi abuelo
y la memoria
el frágil terciopelo
en un mar oscuro.
Mi abuelo
y todo lo que lo echaré de menos
cuando todo esto termine
con la música
el sorbeteo al almuerzo
y sus frases inconexas
en el aire.