En uno de los tantos giros
que tuvo la conversación, después de servirse otra piscola, el Carlos me
preguntó si sabía lo de la supuesta suplantación de identidad de la Luli, sí,
la Luli, la famosa modelo rubia de pelo ondulado que salía en la tele mostrando
sus exuberantes atributos. No, le dije divertido, no cachaba qué onda el
asunto.
−Dicen que la verdadera está muerta –me dijo, y no supe
si reír y escupir el pisco que tenía en la boca.
−¿En serio?
−¿La viste en la tele para el Festival de Viña? –Asentí; era
imposible no haberla visto en el Festival de Viña, si toda la maldita prensa no
paraba de hablar de esa mierda durante el verano entero−. ¿Te diste cuenta que
está cambiada?
−Mmmm, puede ser. Me pareció que tenía las tetas más
grandes que antes.
−No me refiero a sus tetas, estúpido –repuso el Carlos−.
Me refiero a que está cambiada en el aspecto personal, no físico.
−¿Cómo? –Seguía sin pillarle la idea.
−¡A que ahora es menos idiota que antes! ¿No te diste
cuenta?
Traté de recordar la última vez que la había escuchado
hablar y se me vino a la cabeza un día que desperté resacoso y no había nada
más en la tele que ella siendo entrevistada por la prensa. Claro, antes hablaba
arrastrando las palabras como una estúpida, haciendo ademanes coquetos como si
no supiera hacer otra cosa más que eso. Al principio llegaba a ser molesta,
pero ahora era distinta; hasta podía quedarme acostado todo resacoso mirándola
hablar, expresar sus ideas, mientras me toqueteaba el entrepiernas pensando en
lo generosos que eran sido sus nuevos implantes.
−Ahora habla mejor –dije, encontrándole poco a poco
sentido a lo que decía mi amigo.
−De hecho, ahora habla como un ser humano –dijo el
Carlos−. Antes hablaba como una verdadera retardada.
−¿Y qué tiene que ver todo eso con lo de la suplantación
de identidad?; porque no me vayai’ a decir ahora que ese es tu único argumento.
−No es el único argumento, pero es la base para todo lo
demás –Carlos hizo una pausa para bajar unos cuantos centímetros del contenido
de su vaso−. La Luli de ahora no solo habla bien, lanza frases semánticamente
correctas y no arrastra las palabras, sino que hasta se ha vuelto una muy buena
inversionista.
−¿Ya, en serio? –No sabía ese detalle.
−En serio. Ahora es dueña de varios departamentos y otros
bienes raíces que harán que recupere su plata invertida y más en muy poco
tiempo.
Los bienes raíces siempre daban ganancias cuando las
inversiones eran buenas.
−Vaya, no me esperaba algo así de ella –Tomé un sorbo de
mi trago−. Me esperaba que gastara toda su plata en ropa, botas, autos, cosas
estúpidas como esas, pero no en bienes raíces.
−Pudo haber sido un buen asesoramiento, está claro. Pero
¿por qué ahora y no antes?
Me quedé un rato en silencio tratando de pensar en una
buena respuesta. Desde donde nos encontrábamos, en el patio de la casa del
Carlos, se escuchaba una fiesta de adolescentes unos cuantos metros más allá.
Su música era nuestra música, prácticamente.
−Pues porque…, ¿la antigua (la tonta) está muerta y la
que la reemplazó no? –lo dije como temiendo equivocarme.
−¡Pues claro! –exclamó el Carlos, chocando su puño y la
palma−. Si la Luli tonta está muerta, la nueva, la que la reemplaza, puede
permitirse darle un mejor destino a la plata que malgastaba la otra y asegurar
su futuro con ella. ¿No te parece obvio?
Evité responderle y en cambio formulé una pregunta:
−¿Y como es que tú sabes todo esto?
Carlos se quedó callado y miró hacia su regazo; en un
principio pensé que lo había pillado, que iba a decirme por fin que todo era una
mentira y bla, bla, blá, pero sólo estaba buscando su cajetilla de cigarros.
Tuve que apuntarle con el índice el lugar sobre la mesa en el que se
encontraban para que pudiera sacar uno y prenderlo sin siquiera avergonzarse de
su despiste.
−¿Te acordai’ de la Vale, la pelirroja con la que anduve
el año pasa’o?
Asentí: era una de esas pelirrojas que se frecuenta sólo en
los videos de las páginas porno. Todo un triunfo para el Carlos.
−Sí, me acuerdo.
−¿Y te acordai’ que era modelo?
−Sí, creo que sí –Mentira: lo tenía más que sabido.
−Cacha que me contó que una vez, no hace mucho, se topó
con la Luli en un evento.
−¿En serio?
−Sí, a veces se topaba con muchas famosas de la tele tras
bambalinas.
−¿Alcanzaste a ver alguna?
−Sí: todas flacas. La tele las engorda, en serio.
−¿Y qué pasó con la Luli?
−Cuando se acabó el evento, terminó curándose raja en el
cóctel.
−Me hubiera gustado ver eso –comenté más para mis
adentros que para el Carlos.
−El asunto es que al principio estaba callada y todo, no decía
nada, sólo tomaba y miraba a las demás como la mujer recatada en la que se
había convertido. Pero después de unos cuantos minutos, el alcohol hizo su
efecto.
−¿Terminó mostrando las tetas en público?
−Mucho mejor que eso –El Carlos se inclinó un poco hacia
mí−. Empezó a decir que ella no era la verdadera Luli, sino que su hermana
gemela.
Si hubiera estado bebiendo de mi trago en ese momento,
con toda seguridad lo habría escupido sobre la mesa.
−¿Hermana gemela?
−Tal como escuchaste.
−Pero si ella hubiera tenido una hermana gemela, con toda
seguridad… habría salido en la tele…, ¿cierto?
−A menos que…
−…a menos que…
El Carlos me miraba esperando la respuesta; como se dio
cuenta que estaba lejos de tenerla, resopló de manera cansina.
−A menos que la hubieran ocultado, obvio –dijo.
−¿Pero por qué ocultarla? –pregunté, sabiendo que por lo
general los famosos se sentían encantados de tener a alguien que se les
asemejara.
−Porque su mamá no deseaba tener dos hijas.
−¿Me dices entonces que una permanecía oculta porque su
mamá no quería dos Lulis en su casa?
−Así, tal cual.
−Güau. Deberían darle una condecoración por buena madre.
−Y eso no es todo –dijo el Carlos−. Como nadie podía
verla, la Luli nueva tuvo que vivir por mucho tiempo sin que nadie más supiera
de ella. Por lo que contó ese día del cóctel, su mamá la encerraba en su pieza
cada vez que alguien las visitaba.
−Pero…, cómo es posible…
−Cosas como ésta pasan a menudo, güeón; Europa está
plagado de casos así.
Estuve a punto de decirle que Chile no era Europa, pero
me dio flojera pensar en explicarle por qué lo decía. En vez de eso decidí
preguntarle algo que no me quedaba muy claro.
−¿Entonces por qué la nueva Luli (la otra Luli) se
encuentra caminando entre nosotros ahora, dando entrevistas tontas por la tele
y esas cosas?
−Porque la otra, la que conocimos en un principio, está
muerta.
−¿Muerta?
−Sí, muerta.
−¿Cómo…?
−Un accidente de autos. Pasó después de un evento de
modelaje.
−Esto es como la supuesta muerte de Paul McCartney
–comenté, riéndome nerviosamente−. ¿Cómo se puede creer una mierda como ésta?
−Hay muchos detalles que pueden aprobarla.
−¿La confesión de una mujer con poco coeficiente
intelectual y borracha?
−¡Hey, algo es algo!
−¿Y qué hicieron después con ella; con la Luli nueva y
borracha, quiero decir? –pregunté.
−Como se puso a llorar desconsoladamente recordando su
pasado de mierda y la muerte de su gemela, tuvieron que sacarla de ahí y
mandarla a su casa; me refiero a su casa nueva, la que ocupaba la difunta, no
en la que la mantenían encerrada.
−Entiendo, entiendo.
Carlos tomó otro sorbo de su piscola, acabando el vaso
entero. La música de unas cuantas casas más allá seguía y seguía aunque fuera
bien entrada ya la madrugada.
−A veces el asunto está en simplemente creer, amigo.
Nadie nos dice que en realidad todo esto sea mentira, ¿no?
Traté de dejar la mente en blanco para no pensar en nada.
Asentí con la cabeza.
−Está bien −dije−. De todas formas, es una muy buena
historia.
−Puede que incluso ella misma la haya creado para
demostrarnos que nos puede pasar a todos por la raja, ¿no?
−¿Cómo una demostración de que no es tan tonta después de
todo?
−Claro.
−Pues sería escalofriante.
−Cosas así suceden a menudo.
Sentí un breve temblor en mi espinazo; lo acallé bebiendo
un buen trago de mi vaso.
−¿Te imaginai’ cómo sería tener a dos Lulis contigo en la
cama? –le pregunté al Carlos.
−Oh, no estaría nada malo –me respondió, y seguimos
conversando de cualquier otra cosa.
A la hora siguiente, los paco detuvieron la fiesta
adolescente, nuestro pisco se había acabado por completo y todas las
botillerías se hallaban cerradas. Nosotros, por otro lado, ya nos encontrábamos
durmiendo.