Poema #21: No soy el único

Me han dado úlceras
gastritis
problemas al corazón
todas las veces
que he rabiado
frente al televisor
viéndolos sacudir sus manos
sonreír muy felices
llenar sus bolsillos
con nuestro dinero
mientras muchos mueren
de hambre
frío
pobres
y miserables.
Hijos de puta,
cómo pueden vivir
con todo eso a cuestas
fingiendo que nada pasa.
Hijos de puta,
hijos de puta,
deben saber que no
soy el único
que sentirá un alivio
cuando los veamos caer
y arder
por las mismas pantallas
que hemos roto

de rabia y odio.

Historia #26: No a todos les gustan las series de ficción



–Entra, no hay nadie –dijo Daniela, luego de abrir la puerta de su casa–. ¡Apúrate, que hace frío! –urgió al ver que Ricardo dudaba si traspasar el umbral o no.
–Gracias.
Ricardo se sintió inundado por la sensación de estar viviendo una situación totalmente irreal mientras traspasaba el umbral de la casa en cuestión. Daniela le venía gustando desde hacía tiempo, y siempre había pensado que nunca lo iba a considerar algo más que un compañero de copas fortuito; pero ahí estaba: en su casa, pasada la medianoche, a solas con ella, achispados.
–¿Te sirvo algo?; ¿un té, un café?
–No, gracias –replicó Ricardo–. Aunque bueno, si quieres dame un vaso de agua.
–Inmediatamente –dijo Daniela, partiendo hacia la cocina, encendiendo todas las luces que iba encontrando en el camino. La casa se veía amplia, ordenada y pulcramente ornamentada, llena de cuadros de Matta, fotos familiares y esculturas de animales hechas de cerámica. Ricardo pensó fugazmente en el buen gusto que tenían los padres de Daniela–. ¡Pasa a mi pieza por mientras! –le gritó ella desde la cocina, al tiempo que echaba a andar el agua del lavaplatos–. ¡Es la primera de la derecha!
Ricardo tragó saliva aprovechando que se encontraba solo y partió hacia el lugar señalado por Daniela, encendiendo la luz apenas tuvo el interruptor a mano. El muchacho no pudo no sorprenderse por el extremo cuidado de la joven, quien había dispuesto todas sus muñecas de colección por tamaño y color, al igual que sus peluches. Ricardo supo que si se acercaba lo suficiente a los estantes donde Daniela guardaba sus libros y discos, con toda probabilidad los encontraría estrictamente clasificados por orden alfabético o estilo.
–Toma, aquí tienes –le dijo Daniela a su espalda, pillándolo por sorpresa-. ¡Disculpa, no quise asustarte!
–¡No, no, no te preocupes, no pasa nada!; es que estaba mirando tus muñecas y esas cosas…
–¿Te gustan las muñecas? –quiso saber Daniela, adoptando una expresión rara, como de asco.
–¡No, no! –se apresuró a decir Ricardo-. Es sólo que me llama la atención el orden con el que las instalaste.
–¡Ah, sí! –La joven pareció alegrarse en un instante–. Siempre me ha gustado mantener todo limpio y ordenado.
–Eso es muy bueno. Mi mamá hubiera dado un trozo de su alma por tener una hija como tú.
Daniela rió por el comentario.
–¡Eres muy gracioso!
Ricardo sonrió como por toda respuesta.
–Toma, acá tienes tu vaso de agua.
–Gracias –dijo Ricardo antes de beber el agua de un solo trago, mientras Daniela encendía la cálida luz de su mesita de noche y apagaba la que provenía del techo para luego recostarse sobre su cama y decir:
–Ven; puedes ponerte cómodo si quieres.
–Gracias.
Ricardo se acercó a ella lo más tranquilo posible; no fuera que se le notara su extremo nerviosismo y lo echara a perder todo. Haciendo uso de toda su delicadeza, el muchacho se recostó a un lado de Daniela.
Así estuvieron unos cuantos segundos en silencio, hasta que Daniela dijo:
–Nunca pensé que fueras una persona tan genial.
–¿Piensas que soy genial? –Ricardo no pudo esconder el dejo de sorpresa en su voz.
–¡Sí, por supuesto! –respondió la muchacha–. Sabes un montón de cosas, haces reír a la gente y no te da miedo hacer el ridículo.
–Ya veo –Ricardo no podía creer lo último que le había dicho Daniela.
–¡Sí, hay muy pocos hombres como tú hoy en día! Es como si todos temieran ser ellos mismos, ser originales, auténticos.
–Me imagino.
–¿Puedes contarme un chiste?
–Eh…, no soy bueno para los chistes.
–Hazme reír.
–Te puedo hacer cosquillas.
Daniela volvió a reír por el comentario; aún se notaba algo achispada. Ricardo, por su lado, se sentía un tanto incómodo.
–¿Y si mejor me haces otras cosas?
–¡¿Cómo?! –Ricardo estuvo a punto de dar un brinco al escuchar su propuesta; no pudo no pensar inmediatamente en que todo eso podía tratarse de una broma o un estúpido mal entendido.
–Vamos, no seas tonto –Y dicho esto, Daniela se quitó su blusa con un ágil movimiento, arrojándola violentamente contra un rincón del cuarto; Ricardo notó fugazmente cómo sus pechos bailaban, blancos, dentro de su sostén–. Ven.
La joven entonces izó el cuerpo de Ricardo, aferrándose firmemente de su camisa que no demoró en sacar para luego comenzar a besarse por un buen rato, momento que ambos aprovecharon para quitarse mutuamente las prendas que les cubrían sus torsos.
–Qué rico besas –bufó Daniela, mordiéndose el labio inferior. Sus ojos brillaban ávidos–. Eres mejor que… ¡¿qué es eso?!
Ricardo dio un pequeño salto, totalmente asustado; se le ocurrió que podía tener una araña de rincón bajándole por la cara en ese mismo momento, dispuesto a picarle.
–¡¿Qué cosa, qué cosa?!
–¡Eso, ahí! –Daniela apuntó una parte específica de su cuerpo. Ricardo reparó entonces en que ella se refería al tatuaje que tenía en el dorso de su brazo derecho.
–¿Esto, el tatuaje? –Ricardo no podía estar más extrañado por la situación que estaba viviendo.
–¡Sí!
–¿Qué pasa con…?
–¡¿Es el signo de Harry Potter?! –Daniela parecía indignada–. ¡¿Es ése signo?!
–Sí, el de Las…
–¡No puedo creer que seas un maldito friki de mierda!
Ricardo no entendía qué le sucedía a Daniela.
–¡No puedo creer que seas un maldito friki de mierda!
–¡Hey, por qué dices eso! ¡Qué te he hecho…!
–¡Cómo mierda puedes tatuarte esa mierda de signo!
–No entiendo; qué onda; qué pasa.
–¡Mi hermana también tenía ese tatuaje, la muy maraca!
Ricardo pensó en responderle algo, pero Daniela fue mucho más rápida.
–¡A lesa güeona también le gustaba Harry Potter! ¡Lo sabía todo sobre Harry Potter! ¡Hasta se tatuó ese tonto signo, como tú! ¿Puedes creerlo?
Ricardo no supo qué decir.
–Mi papá siempre creyó que ella era la mosquita muerta, la que nunca hacía nada; porque claro, siempre estaba leyendo, siempre estaba escribiendo sobre Harry Potter o viendo esas tontas películas de mierda.
–…
–Hasta que un día conoció a mi ex, la muy zorra –Daniela hizo un agrio silencio, pensando en las palabras con las que continuaría–. No sé cuánto tiempo estuvieron metiéndose a mis espaldas, pero cuando los descubrí, ya había pasado mucho.
Ricardo sintió un poco de duda al respecto.
–¿Cómo…, cómo los descubriste?
–Por unas fotos que le encontré a mi ex en su computadora, donde salía el tatuaje ese eyaculado.
–¿Eyaculado?
–Sí, con semen encima. En las demás salían besándose mientras tiraban.
–…
–Fue horrible.
–¡Pero… ¿qué culpa tengo yo en esto?!
–¡La tienes por tener los mismos gustos que la zorra de mi hermana!
–No entiendo –Ricardo sintió un repentino e inexplicable temor.
Daniela estiró su cuerpo por sobre el suyo, posando indiferentemente sus pechos sobre su cara; cuando volvió a su lugar de origen, sus ojos brillaban demenciales y su mano derecha sostenía una larga tijera.
–No hay nada qué entender –Entonces la joven impulsó su cuerpo contra el de Ricardo, apuntándolo con la tijera.
Ricardo alcanzó a reaccionar justo a tiempo para correrse y caer fuera de la cama, dándose duramente contra el suelo; ni siquiera le bastó mirar a Daniela para saber que sus malas intenciones eran totalmente ciertas. Se levantó de un brinco, tropezando al enredarse sus pies tontamente; por suerte, alcanzó a llegar hasta la puerta de la habitación sin caerse ni perder su vida, dejando atrás su camisa y su polera.
–¡No! ¡No te vayas! –Los gritos de Daniela se hacían cada vez más furibundos; al parecer había tropezado al bajar de la cama, mientras Ricardo, por su lado, abría la puerta del vestíbulo de la casa para salir semi desnudo a una fría madrugada de invierno–. ¡No huyas!
El sentir la voz de Daniela más cerca que antes, hizo que el joven se decidiera por huir de ahí lo más rápido que podía. Para eso tomó impulso y se abalanzó contra la reja del antejardín, subiéndolo trabajosamente hasta llegar a su cima.
–¡No te vayas, no te voy a hacer nada! –gritó Daniela desde el umbral de la casa, tapándose ligeramente con su chaleco; pero para cuando lo hizo, Ricardo se hallaba ya del otro lado de la reja–. ¡Disculpa! ¡En serio, no ha sido mi intención! ¡Hey, hey, no te vayas! ¡Por favor, no se lo digas a nadie…!
Pero Ricardo se encontraba lejos corriendo calle abajo, muerto de frío, con su tatuaje de Las Reliquias de la Muerte brillando bajo la luz naranja de los faroles, maldiciendo su gusto por las sagas de ficción que no todos toleraban. 


Historia #25: En la plaza


Estaba en una plaza del centro con unos amigos, tocando guitarra y pasando las horas a eso de las seis de la tarde. Fue entonces que apareció un tipo de unos cincuenta años notoriamente borracho, con los zapatos anudados al hombro y una lata de cerveza en la mano; tenía los pantalones sucios, la bragueta abierta y el pecho del chaleco manchado con una costra de vómito. Era un completo desastre.
−Hola –nos dijo, tambaleándose.
−Hola.
−Cabros –El tipo parecía no saber muy bien qué decir−. ¿Dónde chucha estoy?
Con los demás no entendimos muy bien a qué se refería.
−¿Le pasa algo, señor? –le preguntó Diego, confundido.
−Soy de Santiago; no sé cómo chucha llegué acá.
−¿No se acuerda cómo llegó?
−Nada.
−Está en La Serena.
El tipo miró hacia todos lados y bebió su cerveza antes de arrojar la lata al suelo, como si le importara una mierda la limpieza del lugar.
−Ahora sí cagué –dijo, mirando neblinosamente al cielo−. ¡Pero a la chucha! ¡Chile es campeón, conchetumare! ¡Chile es campeón!
Y dicho esto, el hombre se fue entonando un himno de la barra chilena con su voz gastada, alzando los brazos y zigzagueando tal como había llegado.
Cuando estuvo a punto de desaparecer de nuestra vista, le pregunté a mi amigo:
−¿Por qué no le dijiste que nosotros también somos de Santiago y no sabemos cómo mierda llegamos aquí?
Diego, como toda respuesta, alzó sus hombros y siguió tocando guitarra. Sonaron los primeros acordes de Come as you are, de Nirvana.