Historia #143: Mis amigos son tan básicos



Mis amigos son tan básicos…:
            que cuando entré a mi sesión de e-mails, me di cuenta de inmediato que habían manipulado la cuenta poniendo la foto de un pene erecto, grueso y venoso, carnoso, me habían subscrito a montones de tiendas eróticas gay que no dejaban de mandarme sus catálogos y ofertas a la bandeja de entrada (con bochornosas fotos de sus productos adjuntas), habían reenviado un montón de correo confidencial a gente indebida, y me habían hecho seguidor de canales como los del Movilh y el de Germán Garmendia.
            (suspirando, escribiendo boca abajo en mi diario de vida mientras muevo mis pies en el aire, sosteniendo mi mentón con una mano) Ay…, mis amigos…

Historia #142: Lo suficientemente rápido



Me puse los pantalones, la polera, el abrigo, me despedí de mi chica y salí a la calle. Hacía frío. Abrí la puerta y la reja, y una vez fuera me di cuenta que había olvidado la billetera con mis documentos en la mesita de mi cuarto. Entonces volví atrás lo suficientemente rápido como para pillar a mi otro yo follándose a mi chica antes de ponerse los pantalones, la polera y el abrigo y salir a la calle con un poco de retraso.
            Entonces no pude evitar la oportunidad para hacer un trío conmigo mismo.

Historia #141: Le comieron la lengua los ratones



El joven empaque echó las bolsas del cliente en su carro con cuidado, quien esperó unos segundos a que la cajera le pasara su boleta y el vuelto para irse sin despedirse ni darle las gracias a ninguno de los dos.
            El empaque sonrió con ironía y le dijo a la cajera, aprovechando que no había ningún cliente cerca:
            −Parece que le comieron la lengua los ratones –y los dos rieron al respecto.
            −Quizá no sabía hablar nuestro idioma –siguió la cajera, sin dejar de reír.
            −O sus papás no le enseñaron buenos modales –continuó el empaque.
            −¡O tal vez ni siquiera tuvo padres!
            −Puede que haya estudiado en un colegio para sordo-mudos.
            −O puede que trabaje en un edificio de telépatas –dijo la cajera, llevándose las mano al estómago.
            −O puede que lo hayan violado brutalmente por la boca cuando chico y por eso no puede hablar ni decir las gracias. Ya sabe: fantasmas del pasado y esas cosas.
            La cajera lo quedó mirando, calmándose de a poco. Su semblante demoró unos cinco segundos en volver a su faceta seria.
            −¡Ay, Daniel, siempre tú con tus comentarios tan raritos!