El joven empaque echó las
bolsas del cliente en su carro con cuidado, quien esperó unos segundos a que la
cajera le pasara su boleta y el vuelto para irse sin despedirse ni darle las
gracias a ninguno de los dos.
El empaque sonrió con ironía y le dijo a la cajera,
aprovechando que no había ningún cliente cerca:
−Parece que le comieron la lengua los ratones –y los dos
rieron al respecto.
−Quizá no sabía hablar nuestro idioma –siguió la cajera,
sin dejar de reír.
−O sus papás no le enseñaron buenos modales –continuó el
empaque.
−¡O tal vez ni siquiera tuvo padres!
−Puede que haya estudiado en un colegio para sordo-mudos.
−O puede que trabaje en un edificio de telépatas –dijo la
cajera, llevándose las mano al estómago.
−O puede que lo hayan violado brutalmente por la boca
cuando chico y por eso no puede hablar ni decir las gracias. Ya sabe: fantasmas
del pasado y esas cosas.
La cajera lo quedó mirando, calmándose de a poco. Su
semblante demoró unos cinco segundos en volver a su faceta seria.
−¡Ay, Daniel, siempre tú con tus comentarios tan raritos!