En medio del trajín de la
tarde, un grupo de tres jóvenes ingresó frenéticamente a un local de aparatos
eléctricos, valiéndose de empujones y gritos para llegar hasta el mesón de
atención. Sudados y sin importarles que los clientes que estaban siendo atendidos
les insultaran por su intromisión, le mostraron una vieja radio al tipo que les
atendía.
−¡Tiene un cable de poder para este puerto! –gritó el que llevaba el aparato a cuestas, salpicando saliva por todos lados.
El vendedor le miró con rabia y le dijo:
−No, me temo que ya no hacen de esos…
Pero una enceguecedora explosión –que hizo desaparecer
más de media cuadra– le impidió terminar con su frase.