Historia #112: La televisión



Cuando Claudio se dirigió a su cocina a tomar onces ese domingo, se encontró con su mamá clavada al televisor. Se veía muy, muy preocupada.
            −¿Qué pasó ahora, mamá? –preguntó éste, mientras se sentaba a la mesa y retiraba la bolsa de té de su taza.
            −Una matanza –replicó su mamá, sin moverse de su puesto−. Han matado a más de cincuenta personas en un club gay.
            −¿En Estados Unidos, no?
            −Sí, en Estados Unidos.
            −Me lo imaginaba –dijo Claudio, abriendo un pan por la mitad−. Esos hijos de puta son capaces de cualquier cosa.
            −Pero en los boletines dicen que el asesino fue un tipo del Medio Oriente –observó su madre, girando hacia él−. Fue un acto terrorista.
            Claudio sonrió y meneó la cabeza. Untó margarina en cada una de las mitades de su pan y, dándole una mordida a una de ellas, declaró:
            −Ése no fue el Medio Oriente con otro de sus actos terroristas, mamá –La aludida lo miraba con una expresión de sorpresa, como si no pudiera creer que su hijo estuviera diciendo tales cosas−. Ése fue Estados Unidos con otro de sus tantos métodos para tenerlos a todos controlados.
            Su mamá parecía no creerlo. En el televisor tras ella se repetían las mismas imágenes del atentado una y otra vez, hasta el cansancio.
            −¿De qué estás hablando…?
            −Mamá, es muy lógico. Además no es la primera vez que sucede –dijo Claudio, dejando su comida de lado. Su madre seguía sin comprender nada−. Mira, si quieres que la gente te haga caso en todo, primero, como base fundamental, debes meterles miedo, mucho miedo; es como cuando no quieres que un niño se acerque a un lugar o haga algo específico y le dices que no vaya ahí o no haga tal cosa porque se puede meter en problemas, porque aparecerá un fantasma que le robará el alma, o porque el coco terminará haciendo de las suyas con su cuerpo. Es así de fácil.
            Su mamá lo observaba con mucha atención.
            −El segundo punto –prosiguió Claudio−, es que a cualquier país que quiera transformar a su gente en eternos esclavos, tendrá siempre un miedo constante a la revolución por parte de estos, a un levantamiento contra la edificación de su poder –Su mamá ladeó la cabeza, como si no hubiera entendido la idea del asunto−. Es sabido que Estados Unidos tiene una Constitución que ha durado por cientos de años sin mayores modificaciones (a gran diferencia de la nuestra, que los políticos y dictadores pasan cambiando para su propio bien y el de las empresas dueñas de todo), la misma que aprueba que cada ciudadano estado unidense tenga el derecho a portar un arma sin dificultades.
            >>Ahora bien, como la gente tiene el derecho a portar armas sin ser penada por la ley, es obvio que también podrían utilizarlas para su propia defensa en caso de desarrollarse una guerra civil en la que las personas ya agotadas de tanto abuso decidan tomarse la justicia por sus propios medios contra todos sus líderes. Por eso resultan tan importante estos acontecimientos para el Gobierno de Estados Unidos: porque de otra forma la gente, su gente, no podría estar en desacuerdo para con sus propios derechos constitucionales. En otras palabras, es como si el Gobierno fuera un padre temeroso del poder de sus hijos y no tuviera mejor solución que plantar en ellos un miedo profundo hacia algo de lo que son dueños. ¿Captas la idea, mamá?
            Su interlocutora no tenía idea qué decir al respecto.
            −Es doloroso, lo sé –dijo Claudio, bebiendo un gran sorbo de té de su taza−, porque siempre muere gente inocente, gente que no lo merece, y eso es una basura –El joven apuntó hacia la tele, como si la acusara de hacer cosas terribles−. Pero así funciona la cosa.
            >>Además está lo del utilizar personas de origen repudiable para incentivar a la gente a apoyar todas sus políticas destructivas para con los otros países: adueñarse de sus tierras, de sus tesoros, del petróleo y todo lo demás; porque debemos estar claros que con todo esto el odio de la gente (la mayoría del mundo occidental) hacia los del Medio Oriente va a crecer como la espuma, y comenzará a apoyar fervientemente su destrucción, si es que ya no lo hacen.
            En la mente de la mamá de Claudio todo era confusión; creía que su hijo no estaba haciendo otra cosa más que tomarle el pelo.
            −Seguro que es otra de esas tonteritas que andan circulando por Internet –dijo ella, como quitándose de encima toda la blasfemia que acababa de escuchar−. Deja de creer en el Internet y ponte a ver las noticias mejor, que son las que informan de verdad.
            Claudio, en vez de replicarle cualquier cosa, volteó hacia su comida y continuó comiendo en silencio, sin prestarle atención ni a ella ni a la tele y su eterna perorata. Lavó el servicio y la taza luego de terminar, dio las gracias y volvió a su cuarto, donde se encerró con seguro.
            “Niño estúpido”, pensó su mamá, sin quitarle la vista a la pantalla frente a sus ojos. Las noticias habían dicho la verdad todo el tiempo, desde que ella tenía consciencia: ¿cómo iban a hacer lo contrario ahora que las cosas en el mundo parecían tornarse cada vez más confusas, oscuras y extremas?
            No, no, de seguro que su hijo estaba equivocado. Estaba equivocadísimo.