Cuando Claudio se dirigió a
su cocina a tomar onces ese domingo, se encontró con su mamá clavada al
televisor. Se veía muy, muy preocupada.
−¿Qué pasó ahora, mamá? –preguntó éste, mientras se
sentaba a la mesa y retiraba la bolsa de té de su taza.
−Una matanza –replicó su mamá, sin moverse de su puesto−.
Han matado a más de cincuenta personas en un club gay.
−¿En Estados Unidos, no?
−Sí, en Estados Unidos.
−Me lo imaginaba –dijo Claudio, abriendo un pan por la
mitad−. Esos hijos de puta son capaces de cualquier cosa.
−Pero en los boletines dicen que el asesino fue un tipo
del Medio Oriente –observó su madre, girando hacia él−. Fue un acto terrorista.
Claudio sonrió y meneó la cabeza. Untó margarina en cada
una de las mitades de su pan y, dándole una mordida a una de ellas, declaró:
−Ése no fue el Medio Oriente con otro de sus actos
terroristas, mamá –La aludida lo miraba con una expresión de sorpresa, como si
no pudiera creer que su hijo estuviera diciendo tales cosas−. Ése fue Estados
Unidos con otro de sus tantos métodos para tenerlos a todos controlados.
Su mamá parecía no creerlo. En el televisor tras ella se
repetían las mismas imágenes del atentado una y otra vez, hasta el cansancio.
−¿De qué estás hablando…?
−Mamá, es muy lógico. Además no es la primera vez que
sucede –dijo Claudio, dejando su comida de lado. Su madre seguía sin comprender
nada−. Mira, si quieres que la gente te haga caso en todo, primero, como base
fundamental, debes meterles miedo, mucho miedo; es como cuando no quieres que
un niño se acerque a un lugar o haga algo específico y le dices que no vaya ahí
o no haga tal cosa porque se puede meter en problemas, porque aparecerá un
fantasma que le robará el alma, o porque el coco terminará haciendo de las
suyas con su cuerpo. Es así de fácil.
Su mamá lo observaba con mucha atención.
−El segundo punto –prosiguió Claudio−, es que a cualquier
país que quiera transformar a su gente en eternos esclavos, tendrá siempre un
miedo constante a la revolución por parte de estos, a un levantamiento contra la
edificación de su poder –Su mamá ladeó la cabeza, como si no hubiera entendido
la idea del asunto−. Es sabido que Estados Unidos tiene una Constitución que ha
durado por cientos de años sin mayores modificaciones (a gran diferencia de la
nuestra, que los políticos y dictadores pasan cambiando para su propio bien y
el de las empresas dueñas de todo), la misma que aprueba que cada ciudadano
estado unidense tenga el derecho a portar un arma sin dificultades.
>>Ahora bien, como la gente tiene el derecho a
portar armas sin ser penada por la ley, es obvio que también podrían utilizarlas
para su propia defensa en caso de desarrollarse una guerra civil en la que las
personas ya agotadas de tanto abuso decidan tomarse la justicia por sus propios
medios contra todos sus líderes. Por eso resultan tan importante estos acontecimientos
para el Gobierno de Estados Unidos: porque de otra forma la gente, su gente, no
podría estar en desacuerdo para con sus propios derechos constitucionales. En
otras palabras, es como si el Gobierno fuera un padre temeroso del poder de sus
hijos y no tuviera mejor solución que plantar en ellos un miedo profundo hacia
algo de lo que son dueños. ¿Captas la idea, mamá?
Su interlocutora no tenía idea qué decir al respecto.
−Es doloroso, lo sé –dijo Claudio, bebiendo un gran sorbo
de té de su taza−, porque siempre muere gente inocente, gente que no lo merece,
y eso es una basura –El joven apuntó hacia la tele, como si la acusara de hacer
cosas terribles−. Pero así funciona la cosa.
>>Además está lo del utilizar personas de origen
repudiable para incentivar a la gente a apoyar todas sus políticas destructivas
para con los otros países: adueñarse de sus tierras, de sus tesoros, del petróleo
y todo lo demás; porque debemos estar claros que con todo esto el odio de la
gente (la mayoría del mundo occidental) hacia los del Medio Oriente va a crecer
como la espuma, y comenzará a apoyar fervientemente su destrucción, si es que
ya no lo hacen.
En la mente de la mamá de Claudio todo era confusión;
creía que su hijo no estaba haciendo otra cosa más que tomarle el pelo.
−Seguro que es otra de esas tonteritas que andan
circulando por Internet –dijo ella, como quitándose de encima toda la blasfemia
que acababa de escuchar−. Deja de creer en el Internet y ponte a ver las
noticias mejor, que son las que informan de verdad.
Claudio, en vez de replicarle cualquier cosa, volteó
hacia su comida y continuó comiendo en silencio, sin prestarle atención ni a
ella ni a la tele y su eterna perorata. Lavó el servicio y la taza luego de
terminar, dio las gracias y volvió a su cuarto, donde se encerró con seguro.
“Niño estúpido”, pensó su mamá, sin quitarle la vista a
la pantalla frente a sus ojos. Las noticias habían dicho la verdad todo el
tiempo, desde que ella tenía consciencia: ¿cómo iban a hacer lo contrario ahora
que las cosas en el mundo parecían tornarse cada vez más confusas, oscuras y
extremas?
No, no, de seguro que su hijo estaba equivocado. Estaba
equivocadísimo.