Historia #15: El mejor duelo de mi vida



Cuando tenía unos ocho años, las Cartas Pokémon estaban en pleno apogeo: todos jugaban, no importaba si eran hombres o mujeres, grandes o chicos; lo hacían en los recreos, después de clases, en la calle, en los locales de cartas intercambiables, o en sus casas, mientras comían algo o escuchaban música. Muchos podrían decir que fue una moda, pero sinceramente, se jugaba a las cartas porque era todo un estilo de vida, una forma de desprenderse de esas malditas horas que pasábamos agobiados y encerrados en las salas de clases, o en las oficinas que muchos deseaban incluso quemar con sus jefes adentro.  
Bueno, como te decía, Isa, tenía ocho años cuando este juego revolucionó el mercado y nuestras vidas. Y ahí estaba yo, combatiendo en la semifinal de un torneo contra un tipo de unos veinticinco años, gordo e inmenso; tenía, gracias a que trabajaba, las mejores cartas de las ediciones hasta ese momento, y un ego enorme que me reventaba por dentro…, pero a mis ocho años, qué le iba a hacer: sólo sentía miedo y ansiedad por estar ahí, frente a él, con nuestros últimos Premios por ser ganados. No sé cómo pasó, pero mi último Pokémon Básico era un Rattata, ¡sí, un Rattata de esos con 30 Puntos de Vida y Mordisco como único ataque, que hacía 20 Puntos de Daño!, mientras que el gordo oponente tenía un Dark Charizard algo herido, pero lleno de Energías Fuego. Después de atacarlo durante ese turno, le faltaban dos Mordiscos más para ser eliminado. Tuve suerte que cuando él hizo lo mismo de vuelta, al lanzar la moneda cuatro veces por su ataque Bola de Fuego Continua, todas salieron Sello, por lo que no me hizo ni cosquillas. Soltó un insulto por lo bajo y me cedió el siguiente turno, en el que repetí la última estrategia que me quedaba: atacar con otro Mordisco y esperar lo peor. Todavía puedo recordar su mueca triunfante, como si ya hubiera ganado la partida… Sin embargo, no fue así: a pesar de todo, volvió a fallar todos los lanzamientos de la moneda y mi Rattata quedó otra vez intacto. Juro que sus ojos se llenaron de odio; si no hubiera sido porque estábamos con otros cuantos jugadores mirando nuestro duelo, de seguro se levanta de la mesa y me golpea contra ella hasta matarme. Lo demás fue así: bajé un Squirtle a la Banca (por si las moscas) y volví a atacar con Mordisco, derrotando a su Charizard y sacando al fin mi último Premio. Todos gritaron en el local sin poder creerlo: un mísero Rattata, la versión más irrelevante de todas las que se alcanzaron a editar en todos estos años, derrotó a un colosal Dark Charizard, que en esos tiempos valía oro puro entre los jugadores. ¿Lo puedes creer, Isa? ¡Si hubieras estado ahí, de seguro también gritas y me felicitas como lo hicieron los demás!
Isabella, su nieta de tres años, lo miró fastidiada y le dijo:
−Cállate, viejo culiao’ loco.



Cuento #13: Mala suerte





Sergio bien podía ser la definición exacta de la palabra “mala suerte”: nacido un viernes 13 de la decimotercera semana del año 91 (múltiplo de 13), fue confundido con un enorme cálculo biliar al momento de nacido, cayó estrepitosamente al suelo cuando su madre perdió la vida al tomarlo en brazos, quedó al cuidado de un espantoso tío que no dejó de violarlo desde que tuvo tres años, y que falleció mucho tiempo después en una disputa borracho, con nueve cuchillazos repartidos por todo su rostro, dejándolo así joven y desamparado en la calle, en la miseria, en la necesidad de tener que succionar sudorosos penes de camioneros para ganarse el pan de cada día, y así sufrir meses enteros viviendo peor que un vagabundo, siendo un montón de veces rociado por los Carabineros en protestas iniciadas por los universitarios, y un montón de veces procesado por detectives que no dejaban de declararlo culpable sólo por su piel sucia y facha zarrapastrosa; Sergio podía encarnar tan bien la palabra “mala suerte”, que su foto podría haber aparecido en los diccionarios, junto a la palabra misma, con su mirada despistada y su pose ya tan pasada de moda; podría haber inspirado millones de historias y haber alcanzado su merecido reconocimiento por todo lo que había vivido en tan poco tiempo; Sergio nunca supo si fueron los planetas alineados erróneamente, si las estrellas mandaron algunas señales malignas para salar su suerte, o si, simplemente, Dios quiso jugar un poco con alguien para reírse y burlarse en sus grandes momentos de ocio; en realidad, por desgracia, Sergio nunca se enteró de nada, puesto que su mala suerte lo llevó una noche a transitar por la Capital y ser parte de una conspiración que lo envolvió en una explosión, lo dejó en llamas y moribundo sobre el asfalto, lo suficiente como para que se retorciera y respirara su propia carne quemada con la conciencia totalmente dilatada. Fue tanta su mala suerte, que la gente sigue pensando que él lo había planeado todo desde un principio, desde que nació un viernes 13 de la decimotercera semana del año 91 (múltiplo de 13), cuando fue confundido con un