Cuando tenía unos ocho años, las
Cartas Pokémon estaban en pleno apogeo: todos jugaban, no importaba si eran
hombres o mujeres, grandes o chicos; lo hacían en los recreos, después de
clases, en la calle, en los locales de cartas intercambiables, o en sus casas,
mientras comían algo o escuchaban música. Muchos podrían decir que fue una
moda, pero sinceramente, se jugaba a las cartas porque era todo un estilo de
vida, una forma de desprenderse de esas malditas horas que pasábamos agobiados
y encerrados en las salas de clases, o en las oficinas que muchos deseaban
incluso quemar con sus jefes adentro.
Bueno, como te decía, Isa, tenía
ocho años cuando este juego revolucionó el mercado y nuestras vidas. Y ahí
estaba yo, combatiendo en la semifinal de un torneo contra un tipo de unos
veinticinco años, gordo e inmenso; tenía, gracias a que trabajaba, las mejores
cartas de las ediciones hasta ese momento, y un ego enorme que me reventaba por
dentro…, pero a mis ocho años, qué le iba a hacer: sólo sentía miedo y ansiedad
por estar ahí, frente a él, con nuestros últimos Premios por ser ganados. No sé
cómo pasó, pero mi último Pokémon Básico era un Rattata, ¡sí, un Rattata de esos
con 30 Puntos de Vida y Mordisco como único ataque, que hacía 20 Puntos de
Daño!, mientras que el gordo oponente tenía un Dark Charizard
algo herido, pero lleno de Energías Fuego. Después de atacarlo durante ese
turno, le faltaban dos Mordiscos más para ser eliminado. Tuve suerte que cuando
él hizo lo mismo de vuelta, al lanzar la moneda cuatro veces por su ataque Bola
de Fuego Continua, todas salieron Sello, por lo que no me hizo ni cosquillas.
Soltó un insulto por lo bajo y me cedió el siguiente turno, en el que repetí la
última estrategia que me quedaba: atacar con otro Mordisco y esperar lo peor.
Todavía puedo recordar su mueca triunfante, como si ya hubiera ganado la
partida… Sin embargo, no fue así: a pesar de todo, volvió a fallar todos los
lanzamientos de la moneda y mi Rattata quedó
otra vez intacto. Juro que sus ojos se llenaron de odio; si no hubiera sido
porque estábamos con otros cuantos jugadores mirando nuestro duelo, de seguro
se levanta de la mesa y me golpea contra ella hasta matarme. Lo demás fue así:
bajé un Squirtle
a la Banca (por si las moscas) y volví a atacar con Mordisco, derrotando a su Charizard y
sacando al fin mi último Premio. Todos gritaron en el local sin poder creerlo:
un mísero Rattata,
la versión más irrelevante de todas las que se alcanzaron a editar en todos
estos años, derrotó a un colosal Dark Charizard,
que en esos tiempos valía oro puro entre los jugadores. ¿Lo puedes creer, Isa?
¡Si hubieras estado ahí, de seguro también gritas y me felicitas como lo
hicieron los demás!
Isabella, su nieta de tres años,
lo miró fastidiada y le dijo:
−Cállate, viejo culiao’ loco.