Apenas desperté me di cuenta
que mi notebook reposaba a unos cuantos centímetros mío, en mi cama, cerrado y
ubicado de manera que me pareció muy cuidadosa y sospechosa. Aunque bueno, no
reparé en la forma en que éste estaba ubicado hasta que al minuto después de
haber abierto los ojos fui siendo consciente que no recordaba nada de lo
sucedido durante la noche anterior; claro, me acordaba de estar muy borracho en
la fiesta de unos amigos y que a duras penas pude llegar a casa, pero de ahí,
nada más: todo oscuro y sin más pistas sobre mis acciones.
Corrí las frazadas que me cubrían y puse mis pies
desnudos en el suelo, sintiendo el tacto extraño de un papel debajo de uno de
ellos. Era una bola de papel higiénico pegoteada, muy particularmente seca.
Entonces recordé lo que hice la noche anterior antes de
quedarme dormido: estaba viendo porno en mi computador, acostado, gastando las
últimas energías de mi cuerpo para expulsar toda la calentura de la noche
afuera, cuando todo se fue a negro y me quedé profundamente dormido.
Pensé en lo improbable que era haber actuado sonámbulo
para cerrar mi computador, dejarlo a un lado con cuidado, limpiarme el miembro
con el papel higiénico para luego arrojarlo al suelo y cubrirme con las
frazadas al final para dormir tranquilamente. No, eso no era posible; al menos
no así como me lo planteaban los detalles esa mañana.
Abrí la pantalla de mi computador sólo para comprobar que
éste seguía encendido y que la página que estaba viendo antes de cerrarlo era,
efectivamente, una porno; de hecho, aparecía en pantalla la imagen en pausa de
una mujer rubia abriendo su boca, chorreando algo parecido a un batido de clara
de huevos.
Tragué saliva y escuché a alguien deambulando por la
cocina. Por la hora que era, con toda seguridad se trataba de mamá.
Me puse las pantuflas y, respirando hondo, abrí la puerta
de mi cuarto para ir por algo de comida a la cocina.
Mi mamá no se dio cuenta que estaba detrás de ella hasta
que volteó para alcanzar unas zanahorias sobre la mesa a su espalda. Ahogó un
grito y desvió inmediatamente la mirada al suelo. “Me asustaste”, me dijo algo
nerviosa antes de seguir con lo suyo. En cuanto a mí, puse un pan en la
tostadora y esperé hasta que quedara muy crujiente y caliente. También esperé a
que mamá me dijera algo, por supuesto, pero estaba más callada que de
costumbre. Entonces, sin que me lo esperara, lanzó lo que tantas ganas tenía de
decirme: “debes tener cuidado con dejar tu computador prendido en la noche.
Puedes quemarte…, ya sabes, con la frazada y esas cosas”; habló rápido, de
manera atropellada, como si sintiera mucha vergüenza de decirme lo que me
decía.
Como es lógico
no me bastó mucho devaneo de sesos saber que ella me había visto con el miembro
asomándose fuera de las frazadas, con una porno reproduciéndose sin nadie que
la mirara en mi computador. Supuse que ella fue la que se apiadó de mí, me
limpió como un bebé y ordenó todo antes de marcharse fuera de mi habitación
lamentando tener un hijo tan miserable como yo, dejándolo todo como si yo
hubiera sido el responsable de tanto cuidado.
“Creo… creo que
deberías apagar tu computador antes de quedarte dormido”, volvió a repetir y
siguió con lo suyo, sin quitar la mirada del piso. Le dije que ya, que aquello
dejaría de ocurrir para no preocuparla más, y me fui a mi cuarto con mis
tostadas listas para ser engullidas. Sin embargo una vez encerrado ahí dentro,
tomé el papel usado del suelo y reproduje nuevamente la porno de la noche
anterior, desde el comienzo: esta vez sí estaba lo suficientemente consciente
como para llegar hasta su esperado desenlace.