Historia #214: Principio de intolerancia

Dos amigos, Álvaro y Daniel, se encuentran sorpresivamente haciendo fila para entrar a un concurrido pub donde tocarán sus bandas favoritas. Son cerca de las diez de la noche y se saludan de manera efusiva, como siempre lo han hecho tras no verse en un periodo largo de tiempo.
            −¡Güena, maricón! –le dice el primero al segundo, antes de darle un apretón de manos y el consiguiente abrazo de rigor.
            Daniel le responde con el mismo gesto, sonrisa en boca, antes de verse ambos separados por un tipo de la misma edad que ellos (digamos, unos veintiséis años), violenta e inesperadamente. Tiene algunos mechones de pelo teñidos de rojo, un piercing en la ceja izquierda y viste una chaqueta de cuero y apretadísimos pantalones oscuros. Les dice:
            −¡Qué se han imaginado tratarse así de maricones, como si fuera malo!
            El par de amigos se percata sin mucho esfuerzo que el joven que les dirige la palabra está algo bebido y fumado; su mirada algo perdida, su modular y sus pasos un poco erráticos así lo dejan en claro.
            Álvaro y Daniel se miran y no saben qué decir; el segundo, que está un poco más animado (o menos cansado que el primero, por decir), sonríe y le contesta:
            −No pasá ná’. Nos tratamos así de chicos.
            Pero el joven del pelo teñido se indigna aún más y dice en voz alta:
            −¡Claro po’, ustedes los machitos tratando de maricones a otros siempre en tono peyorativo, ¿no?! Se creen los reyes del mundo por sentirse hombrecitos.
            Álvaro está anonadado. Daniel, en cambio, parece un poco más dispuesto a entender que ya, está bien, el joven de gestos afeminados está algo pasado de copas y un poco acalorado, pero que viniera con argumentos como aquellos por la enraizada costumbre de saludar a otro afectuosa, casi cariñosamente, llamándolo “maricón”, le parecía un poco absurdo, quizá hasta fuera de lugar.
            Daniel piensa hacérselo saber a su interlocutor cuando, sin que nadie pueda preverlo siquiera, un rápido pero inseguro puñetazo traza un ángulo contra su rostro, impactando en su mejilla izquierda; el golpe lo propinó uno de los acompañantes del joven de pelo teñido. Álvaro alcanza a tomar a su amigo por las axilas para evitar que este caiga al suelo; por fortuna, el puñetazo no dejó ninguna herida aparente.
            −¡Cállense, homofóbicos culia’os! –les grita el que había golpeado, con voz un poco temblorosa. Pero aquello fue suficiente para hacer que las demás personas que los rodeaban se sobresaltaran y comenzaran a tomar cartas en el asunto; y esta vez, por desgracia para Álvaro y Daniel, enfocando toda su atención en su contra.
            −¡Sí, homofóbicos culia’os! –dice una joven de manera mucho más segura que el primero en gritar. Ni Álvaro ni Daniel consiguieron dar con ella oculta entre la gente de la fila.
            Un empujón descargado por alguien a su espalda hace que Álvaro esté a punto de caer sobre su amigo; luego otro, casi ocho segundos después, provoca algo parecido, esta vez con Daniel cayendo sobre Álvaro.
            Así se alzan más gritos e insultos, todos tomando parte del joven del pelo teñido, quien dicho sea de paso, parece mucho más seguro y victorioso que en un principio; sus amigos también se ven más seguros e incluso arrogantes que antes.
            Álvaro y Daniel no lo pueden creer, encuentran que lo que está sucediendo es imposible. ¿Desde cuándo que ya nadie tolera nada?
            Una lata de cerveza pasa rozando la cabeza de Daniel, repartiendo gotas de líquido por sobre su hombro.
            Daniel intenta explicar una vez más que todo no es más que un error, un malentendido, pero un golpe en su cabeza (que identificó como a palma extendida) le impide hacerlo.
            “Ya no hay vuelta atrás”, piensa Álvaro, consciente que el conflicto se dirige a otros derroteros mucho más graves y complicados que lo que fueron en un comienzo.
            Por lo mismo toma a su amigo por los hombros y lo saca de ahí, evitando, por pura suerte, un montón de latas vacías arrojadas contra ellos y unos cuantos manotazos de personas que no logran identificar.
            Así y todo, consiguen llegar hasta una calle tranquila y de ambiente más cálido donde se ubican la mayoría de los pubs para treintañeros y cuarentones. Álvaro y Daniel al fin pueden respirar tranquilos. Evalúan los daños en sus cuerpos y se percatan que sólo los han manchado con cerveza y arañado el pelo. Sin embargo no pueden creer el extremo al que llegó la situación en la fila por algo que les parecía tan corriente y sin importancia.
            −La gente se ha vuelto una intolerante de mierda –dice Daniel, ofuscado.
            −Así son los tiempos modernos –le responde Álvaro, sosteniendo la idea en mente que dentro de poco llegará un momento en la historia (que esperaba no fuera eterno) en que nadie podría decir nada que no fuera públicamente correcto. Piensa eso y se le ocurre de manera irremediable la Inquisición y sus tiempos oscuros. Pero prefiere dejar esos pensamientos de lado e invitar a su amigo a una cerveza dentro de uno de los pubs que tienen cerca.

Procura sentarse a beber y hablar a un volumen moderado, no vaya a ser que alguien lo juzgara por las cosas que comentaba con su amigo.