Dos
amigos, Álvaro y Daniel, se encuentran sorpresivamente haciendo fila para
entrar a un concurrido pub donde tocarán sus bandas favoritas. Son cerca de las
diez de la noche y se saludan de manera efusiva, como siempre lo han hecho tras
no verse en un periodo largo de tiempo.
−¡Güena, maricón! –le dice el
primero al segundo, antes de darle un apretón de manos y el consiguiente abrazo
de rigor.
Daniel le responde con el mismo
gesto, sonrisa en boca, antes de verse ambos separados por un tipo de la misma
edad que ellos (digamos, unos veintiséis años), violenta e inesperadamente.
Tiene algunos mechones de pelo teñidos de rojo, un piercing en la ceja
izquierda y viste una chaqueta de cuero y apretadísimos pantalones oscuros. Les
dice:
−¡Qué se han imaginado tratarse así
de maricones, como si fuera malo!
El par de amigos se percata sin
mucho esfuerzo que el joven que les dirige la palabra está algo bebido y
fumado; su mirada algo perdida, su modular y sus pasos un poco erráticos así lo
dejan en claro.
Álvaro y Daniel se miran y no saben
qué decir; el segundo, que está un poco más animado (o menos cansado que el
primero, por decir), sonríe y le contesta:
−No pasá ná’. Nos tratamos así de
chicos.
Pero el joven del pelo teñido se
indigna aún más y dice en voz alta:
−¡Claro po’, ustedes los machitos
tratando de maricones a otros siempre en tono peyorativo, ¿no?! Se creen los
reyes del mundo por sentirse hombrecitos.
Álvaro está anonadado. Daniel, en
cambio, parece un poco más dispuesto a entender que ya, está bien, el joven de
gestos afeminados está algo pasado de copas y un poco acalorado, pero que
viniera con argumentos como aquellos por la enraizada costumbre de saludar a
otro afectuosa, casi cariñosamente,
llamándolo “maricón”, le parecía un poco absurdo, quizá hasta fuera de lugar.
Daniel piensa hacérselo saber a su
interlocutor cuando, sin que nadie pueda preverlo siquiera, un rápido pero
inseguro puñetazo traza un ángulo contra su rostro, impactando en su mejilla
izquierda; el golpe lo propinó uno de los acompañantes del joven de pelo
teñido. Álvaro alcanza a tomar a su amigo por las axilas para evitar que este
caiga al suelo; por fortuna, el puñetazo no dejó ninguna herida aparente.
−¡Cállense, homofóbicos culia’os!
–les grita el que había golpeado, con voz un poco temblorosa. Pero aquello fue
suficiente para hacer que las demás personas que los rodeaban se sobresaltaran
y comenzaran a tomar cartas en el asunto; y esta vez, por desgracia para Álvaro
y Daniel, enfocando toda su atención en su contra.
−¡Sí, homofóbicos culia’os! –dice
una joven de manera mucho más segura que el primero en gritar. Ni Álvaro ni
Daniel consiguieron dar con ella oculta entre la gente de la fila.
Un empujón descargado por alguien a
su espalda hace que Álvaro esté a punto de caer sobre su amigo; luego otro, casi
ocho segundos después, provoca algo parecido, esta vez con Daniel cayendo sobre
Álvaro.
Así se alzan más gritos e insultos,
todos tomando parte del joven del pelo teñido, quien dicho sea de paso, parece
mucho más seguro y victorioso que en un principio; sus amigos también se ven
más seguros e incluso arrogantes que antes.
Álvaro y Daniel no lo pueden creer,
encuentran que lo que está sucediendo es imposible. ¿Desde cuándo que ya nadie
tolera nada?
Una lata de cerveza pasa rozando la
cabeza de Daniel, repartiendo gotas de líquido por sobre su hombro.
Daniel intenta explicar una vez más
que todo no es más que un error, un malentendido, pero un golpe en su cabeza
(que identificó como a palma extendida) le impide hacerlo.
“Ya no hay vuelta atrás”, piensa
Álvaro, consciente que el conflicto se dirige a otros derroteros mucho más
graves y complicados que lo que fueron en un comienzo.
Por lo mismo toma a su amigo por los
hombros y lo saca de ahí, evitando, por pura suerte, un montón de latas vacías
arrojadas contra ellos y unos cuantos manotazos de personas que no logran
identificar.
Así y todo, consiguen llegar hasta
una calle tranquila y de ambiente más cálido donde se ubican la mayoría de los
pubs para treintañeros y cuarentones. Álvaro y Daniel al fin pueden respirar
tranquilos. Evalúan los daños en sus cuerpos y se percatan que sólo los han
manchado con cerveza y arañado el pelo. Sin embargo no pueden creer el extremo
al que llegó la situación en la fila por algo que les parecía tan corriente y
sin importancia.
−La gente se ha vuelto una
intolerante de mierda –dice Daniel, ofuscado.
−Así son los tiempos modernos –le
responde Álvaro, sosteniendo la idea en mente que dentro de poco llegará un
momento en la historia (que esperaba no fuera eterno) en que nadie podría decir
nada que no fuera públicamente correcto. Piensa eso y se le ocurre de manera
irremediable la Inquisición y sus tiempos oscuros. Pero prefiere dejar esos
pensamientos de lado e invitar a su amigo a una cerveza dentro de uno de los
pubs que tienen cerca.
Procura sentarse a beber y hablar a un volumen
moderado, no vaya a ser que alguien lo juzgara por las cosas que comentaba con
su amigo.