En la clase de educación
física, está un montón de niños de diez y nueve años jugando a la pelota con el
profesor a cargo; como han terminado las evaluaciones de resistencia física antes
que termine la hora, éste ha decidido pasar un rato agradable con ellos.
Sin embargo, por desgracia, el profesor no consigue dominar
la fuerza exacta para golpear la pelota y con ello sólo logra derribar a uno de
sus alumnos, dándole de lleno en la cabeza.
El profesor corre desesperado hacia el niño golpeado,
esperando que nadie le mirara desde alguna sala o patio cercano en ese preciso
momento.
Se ha formado
un círculo de niños alrededor del herido y el profesor, y todos se percatan que
éste ha perdido la consciencia. El profesor mira a los demás con actitud
alterada; entonces los alumnos lo quedan mirando fijo y, blandiendo sus dedos
índice, deciden apuntarlo de manera acusadora. Empiezan a cantar:
−¡Ammm, acusadito! –una y otra vez, todos al mismo
tiempo.
El profesor rumia que no puede ser el peor momento para
que sus alumnos decidan fastidiarlo; piensa en llamar a uno de los inspectores
que debe andar por ahí, pero sabe que de esa manera tendría que aceptar la
culpa de ser el causante de tal embrollo.
Los alumnos no paran de cantarle la misma frase una y
otra vez, ammm, acusadito, hasta que el profesor se percata que los ojos de éstos
adquirieren un tono verde, un verde fosforescente, lumínico, iris y blanco del
ojo, todo. No, no puede ser, piensa el profesor, pero sabe que es cierto; lo
siente en lo profundo de su corazón.
Los niños, con sus dedos índices, comienzan a golpear el
cuerpo del profesor a la altura de sus costillas; al principio es sólo molesto,
mas al avanzar los segundos y la cantidad de niños sobre él, un creciente dolor
empieza a emerger de su interior.
El hombre no sabe qué hacer: está rodeado y no quiere
dañar a los niños, pero a falta de otra solución, empuja a unos cuantos, lo que
hace que éstos aumenten la energía de sus punzadas
(¡Ammm, acusadito!)
al igual que la luz verde
(¡Ammm, acusadito!)
de sus ojos.
El canto adquiere más potencia, llena todos los espacios
de la cancha multipropósito del colegio, y los niños consiguen derrumbar al
profesor, quien gritando e imposibilitado de hacer nada al respecto, sólo se
deja llevar por el dolor intenso que lo envuelve hasta que pierde el conocimiento,
lo que es una fortuna, porque los niños lo aporrean tanto, que le quiebran las
costillas en cosa de minutos, y los finos trozos de éstas lo rompen todo por
dentro, produciendo una copiosa hemorragia interna.
Una vez finalizan, toman a su compañero herido del suelo
y lo llevan hasta su sala de clases, donde depositan una mano sobre su cuerpo,
sus ojos siempre verdes y relampagueantes, hasta devolverle la consciencia.
El niño se levanta, un poco mareado, y alza su mano en un
extraño gesto que los demás repiten.
−Por Aknal’har
–dice.
Y todos los demás le imitan.
−¡Por Aknal’har!
Luego se desperezan y van a por fregonas y bolsas de
basura para limpiar la cancha del colegio, esperando poder terminar mucho antes
que comience el recreo.