Cuando el mimo de camisa blanca
con rayas negras se percató que había otro de su especie (luciendo una camisa
roja con rayas azules) entreteniendo a su público en la
esquina que le correspondía, sintió una terrible y enorme rabia.
−¡PII-PII-PII, PI PI, PIIIII! −le
increpó, dirigiéndose airadamente hacia él, empujándolo por la espalda−.
¡PII-PII, PI PI! −lo insultó, para luego tomarlo por el cuello.
El otro mimo no alcanzó a
reaccionar hasta que chocó su cabeza contra el escaparate de una tienda,
haciéndolo temblar violentamente. Varias personas se congregaron alrededor de
ellos, sin dejar de reír y gritar de felicidad; incluso la dueña del local que
salió a ver de qué se trataba todo el alboroto reinante, comenzó a reírse
apenas los vio enfrascados en su pelea.
−¡Piii pii pii, pii-pii-pii! −le
replicó el mimo de camisa roja, haciendo el ademán de agarrar un florero
invisible con su mano derecha para luego estrellarlo contra la cabeza de su
atacante, provocándole una ligera pérdida del sentido y una limpia herida en su
sien−. ¡Pii! −le gritó, propinándole una patada en la boca del estómago,
haciendo que se doblara por la mitad.
El mimo de camisa blanca tosió
sangre unas tres veces antes de percibir que su enemigo se movía detrás suyo
para volver a atacarlo por la espalda, por lo que alcanzó a imaginarse un
rápido y destellante escudo mágico a su alrededor, haciendo que el pie de éste
rebotara y se desviara de su objetivo. Entonces tuvo el tiempo suficiente para
ponerse de pie y pensar en una filosa y manipulable espada blandida por su mano
derecha; acto seguido, dio un mandoble en dirección a su enemigo, el cual fue
respondido por un sonoro ruido de espadas: el mimo de camisa roja también había
pensado en la misma arma que él para defenderse.
−Pii-pii −sonrió, al ver que el
primero se sorprendía de su rapidez.
Fue así que estuvieron por unos
cuantos minutos, luchando espada contra espada, haciéndose ligeros cortes en
los brazos de vez en cuando.
Para cuando el tumulto de gente a
su alrededor era el triple de lo que era en un principio, los dos mimos se
encontraban cansadísimos, transpirando chorros de agua
sobre su ropa.
−Pii-pii, pii −dijo el mimo de
camisa blanca, secándose el sudor con el dorso de su sucio guante.
−Pii, pii. Pii −le devolvió el
otro, levantándole, además, el dedo del medio.
El mimo de camisa blanca hizo el
gesto de arrojar su arma lejos y se incorporó, juntando sus manos para
llevarlas atrás, sin separarlas. Entonces empezó a decir:
−Pi-pi… pi-pi… ¡PIII! −para
invocar una enorme esfera de luz y calor que salió despedida desde la unión de
sus palmas, dirigida perfectamente hacia su contrincante. No obstante, fue como
si éste hubiera estado esperando un movimiento de ese estilo desde el comienzo,
porque no hizo más que concentrarse y darle un golpe con la mano abierta a la
esfera de energía invocada, enviándola contra tres familias de transeúntes que
explotaron apenas hicieron contacto con ella, llenándolo todo de sangre.
La gente rió aún más; algunos
llegaban a doblarse
de la risa, sosteniéndose en los postes de luz más cercanos o en los carteles de las
tiendas aledañas.
El mimo de camisa roja volvió a
reír, enseñando sus dientes, mostrándose arrogante. En seguida se encogió un
poco, como haciendo fuerza para lucir sus músculos, y desató un grito mudo que
retumbó por todos lados, haciendo volar algunos papeles y envoltorios de comida
vacíos del piso. Para cuando todos se recuperaron del efecto del aullido,
vieron que el mimo se encontraba alzándose lentamente en el aire, con los
brazos fuertemente apretados a un lado. Varios espectadores aplaudieron,
boquiabiertos.
Entonces empezó a recitar otras
palabras mágicas para invocar un nuevo y más poderoso ataque, haciendo un
pausado y secuenciado movimiento con sus manos:
−¡Pii, pii… Pii.. PII!
Pero cuando su poder estaba listo
para salir despedido por sus palmas, se oyeron dos disparos continuos que lo
silenciaron todo.
El mimo de camisa roja se miró el
pecho y descubrió que había ahí un hueco que, por
supuesto, antes no estaba. Sin que pudiera pensar siquiera en ello, comenzó a
descender lentamente, sintiendo cómo su vida e imaginación se iban a otro lado.
Cuando volvió a tocar el piso y se hizo un ovillo en él, ya estaba totalmente
muerto.
El mimo de camisa blanca, en
cambio, rió una y otra vez por la mala fortuna de su enemigo, sin darse cuenta
de que por las comisuras de sus labios también brotaba sangre; demoró unos
cuantos segundos en darse cuenta que su estómago estaba igual de perforado que
el pecho de su fallecido contrincante. Entonces utilizó todas sus energías
restantes para buscar con la mirada al causante de su desgracia.
−Pii, pii −lo saludó otro mimo de
camisa verde con rayas rojas, a unos cuantos metros más allá, mientras que con
su mano derecha hacía el gesto de sostener firmemente una pistola a la altura
de su rostro; casi se podían ver cómo salían pequeñas y finas líneas de humo
desde su invisible cañón.
−Pii… −murmuró el mimo herido,
desvaneciéndose de una vez por todas sobre el asfalto. Estaba completamente
muerto.
−¡Pii-pii! −saludó el mimo de camisa
verde a todo el público reunido. Todos le devolvieron el saludo, aplaudiendo y
silbando−. ¡Pii pii, pii…! −estaba anunciando, cuando apareció de la nada otro
mimo de camisa color amarillo con rayas negras detrás suyo, y aplastó su cabeza
contra el suelo.
Esta vez, la gente rió mucho más
fuerte que antes.