El horario protegido duraba desde
las 11:15, hasta las 14:30. Se suponía que los alumnos debían ir a marchar a
las calles por el bien social, por un futuro y un país mejor, pero la gran
mayoría prefirió largarse a su casa, o fumar porros, o beber unas cuantas
cervezas con sus amigos en el parque de la universidad. De hecho, para cuando
el grupo de compañeros llegó al lugar, éste ya se encontraba atestado de
personas; estaba claro, entonces, que pocos habían hecho caso del llamado
social convocado.
Los chicos se sentaron bajo una
descuidada pérgola y comenzaron a sacar las cervezas de sus mochilas, mientras
que los que tenían las manos libres empezaban a armar sendos pitos de
marihuana, uno tras otro. Alguien se encargó de la música, conectando unos
parlantes a su celular; otros se encargaron de llamar a las mujeres, para saber
si iban a llegar o no. Se destaparon las latas, se fumaron los primeros porros,
sonaron los primeros acordes de Jammin, se
entrecerraron (inconscientemente) muchos ojos antes de tornarse rojos. Al cabo
de un rato llegaron las mujeres, aún con sus delantales de las Prácticas de
Observación encima, con unas cuantas botellas de pisco y vodka escondidas en
sus mochilas. Muchos reían, el volumen y la cadencia de las voces aumentaban.
Se sirvieron los tragos, se destaparon otras latas, se fumaron más pitos de
marihuana. Bob Marley dio paso a Cultura Profética, Cultura Profética a The
Doors, The Doors a Hechizo, y Hechizo a Grupo Red. Nadie entendía nada. Nadie
tenía noción de la hora que era; el que el horario protegido durara hasta las
14:30 poco importaba: ya muchos habían dado por sentado que se ausentarían
durante las clases de la tarde.
–¡Salud! –exclamó uno de los
chicos.
–¡Salud! –imitaron los demás,
alzando lo que tenían en sus manos.
−¡Por el horario protegido!
−¡Por el horario protegido!
Alguien se encargó de pedirle
dinero a los presentes, para juntarlo y así ir a la casa de un vendedor a
comprar más marihuana; resultaba que ya se habían fumado toda la que tenían.
Tras la pérgola, había una pareja besándose apasionadamente, como si no les
importaran las miradas perplejas de los demás. A muchos ya le había entrado el
hambre; otros cuantos sólo querían vomitarlo todo. Todo se había tornado
caótico en muy poco tiempo.
Hasta que alguien preguntó sobre
el chico que había ido a comprar marihuana. Nadie sabía nada de él, y ya había
pasado un buen rato desde que se había marchado. Lo llamaron a su celular, pero
no contestaba.
−Al menos lo tiene prendido
–comentó alguien, refiriéndose a su celular.
Muchos se alzaron de hombros,
como si no les importara mucho la cosa; los demás apretaron los dientes,
temiendo que el implicado se hubiera largado con todo el dinero recolectado.
−Ya volverá –dijo alguien,
buscando entre los despojos de las latas una que no estuviera completamente
vacía.
Uno de los amigos, con toda su
capacidad mental reducida y dañada, pensó en que era raro que los grupos de
chicas que iban al baño no volvieran después de tantos minutos lejos; mas no se
lo comentó a nadie, pues nadie parecía preocuparse por ello. La pareja que se
estaba besando había desaparecido; los ánimos se estaban relajando un poco; la
cumbia ya no parecía ser el mejor estilo de música para escuchar en ese
momento.
−¿Qué pongo? –dijo uno de los
compañeros, refiriéndose a la música.
−No sé; la radio yo cacho.
−Güena.
Y dicho esto, tomó el celular
encargado de la fiesta y encendió su radio, encontrándose con un montón de
estática en cada una de sus emisoras, cosa que, a decir verdad, a nadie pareció
extrañarle mucho, dado que a veces la señal era horrible en lugares como ése;
hasta que, casi llegando al final del dial digital, el chico que manipulaba el
aparato se encontró con un mensaje bastante particular, apenas audible. Al
principio no pudo regularlo de la manera correcta, pero al cabo de un rato
logró sintonizarlo lo mejor que pudo.
El mensaje decía más o menos así:
−¡No hay nadie con
vida! ¡Están todos muertos! ¡Repito! ¡Están todos muertos! ¡Permanezcan en un
lugar seguro hasta que haya más información! ¡Repito! ¡Están todos muertos!
−¿Qué mierda significa eso?
−No lo sé.
A lo lejos se vio un enorme joven
de dreadlocks
acercarse a ellos. Con toda seguridad, venía a conseguir un encendedor, fósforos
o papelillos para liar otro pito de marihuana. Sin embargo, para cuando se hubo
aproximado lo suficiente hasta la pérgola, los chicos notaron que su semblante
estaba casi gris, los ojos pequeñísimos, y que se movía con un extraño peso en
sus pies; tropezó con las raíces de un árbol, mas no cayó y siguió avanzando.
−Hola, hermano. ¿Necesitas fuego
de nuevo? –quiso saber uno de los chicos, buscando instintivamente su
encendedor en sus bolsillos. Pero sólo hubo un gruñido como por toda respuesta.
“Está volao’”,
pensó, antes de ver que el joven de los dreads alzaba sus
brazos como para abrazarlo; para cuando vio que éste empezaba a mostrar sus
dientes como un animal hambriento, ya era demasiado tarde: el alcohol y las
drogas habían neutralizado casi todos sus buenos reflejos. Luego de abalanzarse
encima suyo, el tipo de los dreads lo arrojó
al piso para desgarrarle el cuello a brutales dentelladas.
Ninguno de los compañeros supo
qué hacer: sólo se dedicaron a gritar y a mirar la escena con asco y horror;
hasta que alguien, movido por la rabia y el shock, arrancó uno de los palos de
una banca y, sin pensarlo dos veces, la enterró en la espalda del atacante al
menos unas cuatro veces, dejando grandes trozos de astillas en cada una de sus heridas
provocadas…; pero el tipo de los dreads seguía vivo.
−¡Conchetumare…!
Para cuando el chico armado con
el palo giró sobre sus talones para ver a sus demás amigos, comprobó que estos
ya habían echado a correr lejos, dejándolo atrás con todas sus demás
pertenencias. Entonces escuchó un gruñido y un gorgotear apagado y moribundo:
el joven de los dreads
se estaba levantando trabajosamente, mientras que su amigo herido, bajo su
cuerpo, lo miraba en silencio, con rabia, lleno de sangre, con la garganta
abierta, destrozada, como queriendo decir: no me dejes, hijo de
perra.
Pero tenía que ser así: se tenía
que marchar; tenía que irse por el bien de su vida.
Entonces dio media vuelta y se
largó, saltando torpemente una de las bancas llena de latas vacías, dejando
atrás el mensaje lleno de estática que no paraba de salir por los parlantes, a
todo volumen.
Una vez en el terreno plano y
lleno de vegetación del parque, el chico pudo darse cuenta por qué todos los
que se habían marchado para ir al baño no habían vuelto a la fiesta: habían
enormes grupos de jóvenes atacando a sus propios amigos, mordiéndolos de
gravedad, saltando encima de ellos, arrancándoles los brazos, mutilando sus
rostros con violencia. Un par de chicos que habían huido antes que él de la
pérgola, se habían encontrado con ellos de frente, siendo rodeados en un abrir
y cerrar de ojos, para ser devorados con una rapidez sorprendente; los gritos
no dejaban de taladrar los oídos de los que aún permanecían con vida.
−¡Mierda!
El chico miró al baño con la
esperanza de que ahí no hubiera nadie, pero los manchones de sangre en sus
paredes y los cuerpos de unas cuantas chicas heridas de gravedad levantándose como
si despertaran de un largo sueño, le alertaron que aquél no parecía un lugar
muy seguro. Más allá, en otra de las pérgolas repartidas por el parque, unos
cuantos estudiantes luchaban por sus vidas armados de fierros y cuchillas,
hiriendo a la gran mayoría que trataba de comerlos…; hasta que el número de los
atacantes los repasó notoriamente en número y no pudieron hacer nada más, salvo
chillar de dolor a cada mordisco que les propinaban.
El chico no sabía qué mierda
ocurría; su cabeza sólo le decía: ¡corre, corre, corre,
corre!
Trató de encontrar con la mirada
un lugar seguro por el cual correr, lo focalizó y echó a andar, consciente de
estar jugando una de sus últimas cartas para poder sobrevivir el inexplicable
caos que se había desatado. A medida que el terreno del parque se iba abriendo,
no dejaban de aparecer rastros de pelea y sangre; algunos chicos se encontraban
agachados, comiéndose lentamente los restos de sus amigos; otros no dejaban de
caerse una y otra vez, como si sus pies no pudieran sostenerlos como
correspondía; un par de secretarias de la facultad escapaban de un hambriento
profesor sin dejar de pedir ayuda a gritos, hasta que una quebró uno de los
tacones de sus zapatos y cayó al suelo, sin dejar de chillar…
El chico no miró atrás en ningún
momento, sólo avanzó, pensando vagamente en su familia…
La entrada de la universidad se
hallaba vacía, salvo por algunos puntos en que habían unos cuantos cadáveres
desmembrados; cuando el chico vio a la señora que solía venderle cigarros
sueltos sin la mitad de su cara, toda desparramada, con un extraño gesto de
horror en lo que quedaba de ella, pensó en que nunca se había llegado a
imaginar que pudiera verla muerta, después de todo.
Además de eso, no había nada más.
Entonces lo recordó todo, como un
chispazo: el horario protegido, la marcha, la fiesta, las clases de las 14:30
horas…
Probablemente aún tuviera la
posibilidad de volver a casa sano y salvo.
Atravesó la entrada de la
universidad trotando, encontrando, para su suerte, que del otro lado no había
nada. Absolutamente nadie. Del parque a su espalda sólo provenían más gritos,
gruñidos y sonidos de cumbia a todo volumen. Todo parecía estar marchando de su
lado.
Hasta que los vio doblar en la
esquina, en dirección al mismo punto en el que se hallaba: filas y filas de
estudiantes comprometidos con el movimiento social se acercaban lentamente, arrastrando
los pies, con las bocas desencajadas y la mirada perdida; habían dejado atrás
sus pancartas y gritos de manifestantes, sólo seguían adelante con su hambre y
sus deseos de cambiar las cosas.
El chico los miró con regocijo,
caminando lentamente hacia atrás, sin quitarles la mirada de encima, viendo
cómo aparecían más y más de ellos.
−Conchetumare… −balbuceó,
sintiendo una extraña sensación anidar en su estómago.
Para cuando los manifestantes
empezaron a correr hacia él, así, sin previo aviso, el chico estaba más o menos
listo para hacer también lo suyo: dio media vuelta y dio lo mejor de sí mismo,
completamente seguro de que de todos modos no sería suficiente, seguro de que
cuando lo mataran a mordiscos como a sus demás amigos, le iba a doler tanto,
tanto, que odiaría no haber fumado más marihuana cuando tuvo la oportunidad.