Especial #2: 20 de Abril ("Cuatrocientos veinte")




Cuando los chicos liaron los dos gramos de marihuana en un único, largo y estrecho pito, decidieron que era el momento indicado para llamar al cumpleañero y dueño de casa haciendo gestos con la mano. Al cabo de un rato, el aludido se acercó a ellos. Preguntó:
−¿Qué onda?
Uno de sus amigos le mostró el enorme cigarrillo que acababan de manufacturar. El cumpleañero tragó saliva, balanceándose un poco; luego respondió, con los ojos brillosos, pero decididos:
−Vamos.
Entonces salieron en medio del bullicio de las chicas haciendo topless en la piscina, los grupos de borrachos esnifando cocaína cerca de las jardineras, y del incesante ruido de la música que salía por los grandes altoparlantes. Cruzaron la amplia cocina y la entrada de la casa hasta dar con la reja y el jeep del cumpleañero estacionado del otro lado.
−Súbanse –murmuró el chico, desactivando los seguros de las puertas. Cuando todos hubieron ingresado al vehículo, éste lo encendió y lo echó andar calle arriba.
−¿Adónde vamos? –preguntó alguien.
−A la plaza del otro día –dijo el cumpleañero, escudriñando en la oscuridad−. Ésa, en la que vomitaste la otra vez. ¡Ahí, mira!
Y ahí estaba la plaza, toda vacía y lúgubre; parecía como si durmiera conteniendo una gran pena. Todos los presentes sabían que desde ese punto era imposible que alguien los descubriera infringiendo la ley de consumo de drogas.
A lo lejos se escuchaba el martilleo sin fin de la fiesta.
−Oye, toma –dijo uno de los muchachos, extendiéndole el pito al cumpleañero−. Feliz cumpleaños.
−Sí, feliz cumpleaños –dijo otro.
−Sí, güeón, feliz cumple.
−Gracias, cabros –sonrió el aludido; parecía sinceramente agradecido−. Se valora el gesto, en serio –y dicho esto, encendió el enorme cigarrillo echando una gran cantidad de humo al aire. Alcanzó a darle cuatro rápidas caladas antes de empezar a toser como un verdadero tuberculoso. Le pasó el cigarrillo a uno de sus amigos, sin dejar de carraspear con fuerza.  
−¡Está buenísimo!
Para cuando el pito iba a alcanzar al cuarto amigo, uno de ellos apuntó al reloj digital del jeep y anunció, con energía:
−¡Ohhhhh, son las 4:20! –y todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo y miraron, por supuesto, al lugar indicado: eran las 4 de la madrugada con 20 minutos−. ¡Estamos bendecidos por Jah!
−¡Sí! –alcanzó a gritar alguien.
Y sin que nadie pudiera preverlo, todo el humo concentrado dentro del jeep comenzó a acumularse en un solo punto, formando una esfera grande y compacta, como una pelota de basquetbol.
Nadie dijo nada.
La bola de humo empezó a adquirir particulares rasgos humanos a medida que iba dando vueltas cada vez más rápidas en su propio eje; de a poco se fueron formando unos ojos, una nariz algo torcida, una barba descuidada, una frondosa cabellera desprolija. Al cabo de unos segundos, los chicos estaban frente a una cabeza tamaño natural de Snoop Dogg flotando, hecha completamente de humo de marihuana.
−¡Güeón, qué chucha! –exclamó el cumpleañero, acurrucándose ligeramente en su asiento.
Tranquilo, cabros –dijo la cabeza parlante, modulando cada palabra que salía de él; hablaba lento, arrastrando las palabras, y en inglés; si no fuera por una voz que parecía provenir de todos lados, que les traducía todo lo que les decía Snoop Dogg, los chicos, con toda seguridad, no hubieran entendido nada−. Tranquilos. Soy el Rey de la Marihuana, y han conseguido invocarme. Pueden pedirme un deseo, ¡sólo uno, el que quieran!, pero debe estar relacionado con la marihuana. Si no está relacionado con la marihuana, temo no podré ayudarlos.
Los amigos se miraron entre ellos, en silencio, mientras la bola de humo seguía sostenida al medio.
−Uno solo... –susurró el cumpleañero, ensimismado.
Sí, uno solo.
−Mmmm…
Los chicos se mantuvieron un buen rato callados, sopesando la situación. A lo lejos, la música de la fiesta había bajado un poco; de la casa del cumpleañero provenía una intermitente luz roja: eran los Carabineros, probablemente alertados por los propios vecinos del sector.
−Podríamos pedir… marihuana ilimitada… ¿o no?
−Sí, puede ser…
−Me parece bien…
−Por mi está bien…
Entonces el cumpleañero tomó la palabra:
−Okey, Rey de la Marihuana, te pedimos, en nombre de todos, marihuana ilimitada.
¿Están seguros?
−Sí, obvio.
Bueno, aquí tienen. ¡Que lo disfruten! –y dicho esto, Snoop Dogg, el Rey de la Marihuana, con sus ojos siempre entornados, su barba y su pelo desgreñado, empezó a echar humo por la boca, llenando todo el interior del vehículo con él. Todos respiraban como unos posesos, alegres, sin poder creer lo que estaban viviendo: ¡se drogaban a cada inhalación, por Dios!
El Rey de la Marihuana no dejó de exhalar en ningún momento, aumentando el grosor de la cortina de humo a cada tanto. Pasados unos noventa segundos, los amigos ya no podían ver los rostros de los otros, menos lo que había del otro lado de las ventanas; al cabo de cinco minutos, ni siquiera podían ver lo que había delante de sus narices. Todo lo que tenían que hacer era inhalar, inhalar e inhalar.
Se escuchaban risas, alguien tosiendo sin cesar, pero nadie abrió nunca ninguna de las puertas ni ventanas.
−¡Ja ja ja ja!
−¡Ja ja ja ja ja!
−¡Ji ji ji ji!
−¡JA JA JA JA!
−¡JI JI JI JI JI JI! ¡JI JI JI JI JI!
−…
           −…


−¿Cuántos son?
−Cuatro.
Estaba amaneciendo y dos Carabineros acababan de inspeccionar el interior de un jeep estacionado al lado de una plaza, mientras sus compañeros no dejaban de sacar fotos y poner unas cuantas franjas de contención alrededor del lugar de los hechos.
−Qué pendejos más idiotas –dijo uno de ellos de repente, como escupiendo un mal sabor de la boca−. ¿Cuál es esa nueva moda estúpida de drogarse con monóxido de carbono usando una manguera? ¡No lo puedo creer!
Su compañero se alzó de hombros y empezó a rellenar el formulario que tenía en sus manos.
−No lo sé, en realidad –replicó, sin mirar a su interlocutor.
El Carabinero caminó sobre sus pasos y volvió a mirar al interior del vehículo: ahí dentro, repartidos en los asientos de éste, se hallaban cuatro muchachos, entre ellos el dueño de casa de una gran fiesta en la madrugada, todos sin vida, con una gran sonrisa clavada en sus rostros.
−Payasos estúpidos… −murmuró el hombre, antes de sacar su lapicera y comenzar a rellenar un aburrido y largo formulario que a nadie le importaba.