Historia #33: Tocar



−Cacha que me acordé que una vez le toqué las tetas a una prima.
−¿En serio? ¿Y qué güeá te dijo?
−Me dijo: “oye, güeón, soy tu prima, ¿qué onda?”.
−Ah, la güeona fome.
−Sí, fome la culia’.
−¿Y qué le dijiste vo’?
−“Oye, si no vamo’ a culiar”.
−¿Y?
−Ahí me la comí.
−Ah, güena.

Cuento #30: La espera



−¿Aló, buenas tardes?
−Buenas tardes. ¿Qué desea?
La señora Ortíz carraspeó antes de continuar.
−Quisiera saber por qué no ha llegado el gas que pedí a mi casa.
−¿A qué hora lo hizo?
−Hace más de una hora.
−¿Cuál es su dirección?
−Lago Ensueño, #211.
−Mmmm –Del otro lado se escuchó un rápido teclear−. Mmmm. Me temo que el gas que pidió jamás podrá llegar a su casa.
−¿Por qué…? −La señora Ortíz no supo de repente qué otra cosa decir−. ¿Qué pasó…?
−Pues porque el chofer que lo llevaba murió en el trayecto a su hogar –La operadora telefónica hizo un corto silencio−. Creo que uno de los galones de gas que llevaba en su camioneta explotó de la nada, produciendo una reacción en cadena con los demás, o algo parecido. Los bomberos aún tratan de detener el incendio, a ver si pueden rescatar un poco del…
La señora Ortíz cortó la comunicación de inmediato, impactando el auricular contra el teléfono en su mesita; ¡no lo podía creer, por Dios, no lo podía creer!
Había ocurrido con el chico de las pizzas, con el cartero, con el tipo de los suplementos y ahora con el chofer de los transportes del gas. ¿Cómo podía siquiera estar sucediendo?
La mujer entonces, siendo presa de un fuerte fogonazo de lucidez, tomó el teléfono con un raudo movimiento y marcó en menos de tres segundos el número de celular de su hija; debía alertarla de que no viniera a casa, menos con la torta que ella misma se había ofrecido a recoger de la pastelería. Debía impedir que ocupara el lugar del repartidor, debía impedir que se subiera a su automóvil, debía impedir que viniera a casa…
Del otro lado sonó el tono de espera.
Al cabo de unos segundos, el de ocupado.



           

Reseña #2: El signo del gato


Título: El signo del gato (The cat's pajamas).
Idioma original: inglés.
Autor: Ray Bradbury
Año de publicación: 2004




Cuando solía pensar en Ray Bradbury, famoso autor de las Crónicas marcianas y Fahrenheit 451, jamás creí que el hombre en cuestión pudiera dedicarse hasta el último de sus viejos días a escribir y producir textos como lo hiciera en el mejor momento de su vida; contemporáneo a un montón de otros famosos escritores ya muertos, siempre pensé que el pobre Ray había sufrido la misma suerte que ellos hacía ya tiempo, comprobando, otra vez, que mi desinformación sobre ciertos temas me hacían quedar como un verdadero estúpido aún conmigo mismo.
            Di con este libro en la amplia estantería de un amigo, y más que atraerme su bonita portada llena de gatos hecha por el mismísimo autor, me llamó enormemente la atención la fecha de elaboración del dibujo (2003), haciéndome dar cuenta que Bradbury, en realidad, no estaba tan muerto como pensaba y que, al final de todo, seguía teniendo ganas de introducirnos en las fantásticas situaciones que fraguaba su mente, aún después de todo.
            El signo del gato es una colección que materializa distintas historias concebidas por Ray desde 1946 hasta el año 2004, aproximadamente; sin embargo, y a pesar que la diferencia temporal de un texto con otro es prácticamente enorme (más de cincuenta años), no hay un contraste patente que nos haga darle razón a esa gran cantidad de días y meses que parece haber sido casi una eternidad: de hecho, la misma energía que implementó para sus primeras obras vuelve para arremeter contra las páginas en blanco del nuevo milenio y demostrar que hay oficios que no se olvidan nunca, así como que la habilidad para escribir madura e hipnóticamente sólo suele mejorar cuando de fondo hay un trabajo arduo y el incansable suceder del tiempo es bien aprovechado.
            Por otro lado, cabe destacar el cuento que le da el nombre a la colección, llamado originalmente The cat’s pajamas (El piyama del gato) y uno de los más recientes del libro, en donde se cuenta una peculiar situación que envuelve a una pareja de jóvenes y un particular y encantador gato. Escrita de una forma inquieta, apasionada y fresca, pareciera que la historia fue producida en los años más jóvenes de Bradbury; si no fuera por la fecha que él mismo adjudica como año de escritura del cuento, con toda seguridad el lector podría decir todo lo contrario. Si llegan a leer El piyama del gato probablemente entenderán a lo que me refiero.
            Y cuando uno llega al final del libro y se encuentra con el poema (el único dentro de toda la colección) dedicado a todos los fallecidos contemporáneos de Bradbury, uno no puede hacer menos que acongojarse, compartir los sentimientos de abandono y melancolía, y pensar que la real inteligencia de una persona queda demostrada cuando ésta manifiesta un notorio pensamiento de respeto y condescendencia hacia la muerte, no alardeando de ella; aquí lo dice en cada una de sus partes: el tiempo les llega a todos por igual, sólo hay que estar preparado para el gran viaje en tren lleno de viejos amigos de todas las épocas.
            Es una pena que un gran autor como Ray Bradbury haya fallecido, aún después de haber hecho tanto en vida; pero es que a veces mueren nuestros pequeños y frágiles héroes y nos quedamos con sus palabras e ideas, imágenes y creencias, y todo lo demás es enseñanza. Como ésta, por ejemplo, que nos dice que jamás dejemos de hacer lo que nos gusta, porque es lo único que nos va a mantener con vida, incluso después de la muerte.