−¿Aló, buenas
tardes?
−Buenas tardes. ¿Qué desea?
La señora Ortíz carraspeó antes de continuar.
−Quisiera saber por qué no ha llegado el gas que
pedí a mi casa.
−¿A qué hora lo hizo?
−Hace más de una hora.
−¿Cuál es su dirección?
−Lago Ensueño, #211.
−Mmmm –Del otro lado se escuchó un rápido teclear−.
Mmmm. Me temo que el gas que pidió jamás podrá llegar a su casa.
−¿Por qué…? −La señora Ortíz no supo de repente qué
otra cosa decir−. ¿Qué pasó…?
−Pues porque el chofer que lo llevaba murió en el
trayecto a su hogar –La operadora telefónica hizo un corto silencio−. Creo que
uno de los galones de gas que llevaba en su camioneta explotó de la nada,
produciendo una reacción en cadena con los demás, o algo parecido. Los bomberos
aún tratan de detener el incendio, a ver si pueden rescatar un poco del…
La señora Ortíz cortó la comunicación de inmediato,
impactando el auricular contra el teléfono en su mesita; ¡no lo podía creer,
por Dios, no lo podía creer!
Había ocurrido con el chico de las pizzas, con el
cartero, con el tipo de los suplementos y ahora con el chofer de los
transportes del gas. ¿Cómo podía siquiera estar sucediendo?
La mujer entonces, siendo presa de un fuerte
fogonazo de lucidez, tomó el teléfono con un raudo movimiento y marcó en menos
de tres segundos el número de celular de su hija; debía alertarla de que no
viniera a casa, menos con la torta que ella misma se había ofrecido a recoger
de la pastelería. Debía impedir que ocupara el lugar del repartidor, debía
impedir que se subiera a su automóvil, debía impedir que viniera a casa…
Del otro lado sonó el tono de espera.
Al cabo de unos segundos, el de ocupado.