Apreté mi oído contra tu
pecho y escuché cómo algo dentro reclamaba por un hogar, un lugar donde vivir y
ser amado. Escuché los arroyos de sangre fluir parsimoniosos en el centro de tu
vitalidad, en el centro de tu universo, en el abismo de tus resuellos. Apreté
mi oído fuerte y llamé de vuelta, deseando por fin abandonar esta sensación de
soledad que me está matando por dentro, volver de una vez por todas verano
estos fríos días. Así fue que escuché tus lentos arrullos, la dulce canción de
cuna que provenía de tus entrañas, y pude descansar por fin entre tus brazos
como un niño pequeño y cansado.
Entonces te llamé mi hogar.