Luego de un fuerte y
prolongado espasmo, Alonso se echó a un lado de la desordenada cama con el
corazón completamente agitado; Carla, por su lado, cansada pero con una
radiante sonrisa estampada en su rostro, se recostó a su lado, apoyando la
cabeza en su pecho. Estuvieron así un buen rato, mientras sus pulsos se
regulaban con lentitud.
−¿Desde hace cuánto que no hacíamos esto? –preguntó ella
mientras contemplaba el techo.
−No sé… Ya perdí la cuenta.
−Ah…
Alonso se acomodó un poco, poniendo el brazo derecho bajo
su cabeza.
−Siempre me ha llamado
la atención que dos personas coincidan tan bien al momento de acabar; como
nosotros –dijo él.
−Es por la costumbre –explicó Carla, sonriendo antes de
añadir−: Es porque lo hicimos tantas veces, por tantos años, que nuestros
cuerpos ya no se olvidan de eso.
Alonso, por toda respuesta, besó la coronilla de su ex
novia.
−¿Qué hacías en la fiesta de Javiera? –preguntó esta
última.
−Me invitó ella.
−¿Desde cuándo que eres su amiga?
−Desde hace un tiempo; no me acuerdo mucho.
−Ah…
Carla removió un poco las sábanas con sus pies y se
reacomodó en el pecho de Alonso.
−¿Sabes? –dijo ella−, cuando terminamos, siempre supe que
esto iba a pasar algún día; reencontrarnos por casualidad.
−¿En serio?
−Sí; de hecho, fue una coincidencia lo que nos unió la
primera vez, ¿no?
−Tienes razón: todavía me acuerdo de ese día que nos
quedamos atrapados en el ascensor –Alonso esbozó una sonrisa que Carla no pudo
ver−. ¿Te acuerdas de lo que decía el tipo que nos debía salvar?
−¡Sí! –Carla rió antes de carraspear la voz y hablar
grave, imitando al interlocutor de aquel día−: “Si no quieren morir aplastados
abajo como tomates, será mejor que no se muevan; ya vamos en camino”.
Alonso comenzó a reír; Carla hizo lo mismo, divertida.
−¡Era el salvador con menos tacto del mundo!
−¡Deberían contratarlo para anunciarle a la gente que se
va a morir de cáncer! –dijo Carla, y ambos volvieron a reír.
−¿Quién agregó primero a quién?; no lo recuerdo.
−Yo tampoco… −Carla se sonrojó−. Pero creo que fui yo.
−Nadie puede negar que eres una chica osada.
−Pero si no hubiera sido yo, jamás hubiera pasado nada
–dijo Carla con un dejo molesto.
−Tranquila, Charlie, nadie te está diciendo nada –Alonso
volvió a besar la cabeza de la chica−. Te agradezco un montón que hayas hecho
eso.
−Gracias –dijo Carla, incorporándose un poco sobre su
codo para darle un beso en la boca−. Pero la forma en que intentabas calmarme
fue adorable. De hecho, me atrevería a decir que fue eso lo que me enamoró de
ti.
−Siempre me dices lo mismo.
−¿No te gusta que te lo repita?
−No te he dicho eso.
Carla se mantuvo en silencio, volviendo a posar su cabeza
en el pecho de Alonso. Alonso, por su parte, empezó a acariciar los pechos de
Carla.
−Me gustan tus tetas –comentó este último.
−¿En serio te gustan?
−Te lo he dicho un montón de veces.
−Sí, claro, pero ya que ha pasado un montón de tiempo…
−Pero tus tetas no han cambiado en lo absoluto; siguen
siendo igual de deliciosas que siempre –y dicho esto, Alonso apretó uno de sus
pechos con delicadeza.
−¡Ay, basta, me haces cosquillas! –Carla se movió a todos
lados, riendo con creciente desesperación; tuvo que volver a incorporarse y
besar en la boca a Alonso para que éste se detuviera−. Lo mismo podría
decir yo de tus besos.
−¿En serio te gustan?
−Es como besar una almohada.
−¿Estás diciendo que soy un afeminado? –dijo Alonso,
sonriendo.
−Sí, estoy diciendo que eres el tipo más afeminado del
mundo –y dicho esto, le dio un suave mordisco en su cuello−. También me gusta
tu mancha con forma de espada que tienes en la oreja izquierda.
−Pocos se dan cuenta de ella.
−Ya lo creo…
Carla parecía a punto de agregar algo, pero al final no
dijo nada.
−Creo que ha crecido un poco –dijo Alonso, sin percatarse
de aquel detalle.
−¿En serio?
−No lo sé; mi mamá dijo eso.
−Tu mamá siempre ha sido media ciega.
−Tú lo has dicho.
Carla se acercó a la cara de Alonso y comenzó a examinar
su mancha.
−No sé…, podría ser que tal vez haya crecido uno o dos
milímetros.
−Entonces mi mamá estaba en lo cierto.
−Puede ser posible.
Alonso tomó la muñeca de Carla con delicadeza y la trajo
hacia sí para besarla de manera más prolongada.
−Se me había olvidado lo rico que besas –dijo el primero,
dedicándole una tierna sonrisa a su ex.
−Ya lo creo…
−¿Te pasa algo, Carla?; de hace rato que estás un poco
rara.
−No me pasa nada –dijo la aludida, sin mirarlo a los ojos
y volviendo al pecho de Alonso. Estuvo en silencio por unos cuantos segundos,
mirando el techo como si esperara que de él apareciera algo, cualquier cosa.
Entonces tragó saliva y añadió−: ¿Con cuántas mujeres has estado después que
terminaste conmigo?
−¿Cómo? –La pregunta había pillado por sorpresa a Alonso.
−Que con cuántas mujeres has estado después que
terminaste conmigo, con cuántas has follado…
−¿Qué te pasa, Carla? –Alonso se incorporó (quitando
suavemente la cabeza de la chica de su pecho) hasta quedar cara a cara−. ¿Por
qué preguntas eso?
−Sólo es… curiosidad.
−¿Debería interesarte lo que hice o no hice cuando no estuve contigo?
Carla se quedó callada.
−Creo que eso está fuera de lugar, Carla…
−Supe que te follaste a la Sofía, en la fiesta de Navidad
del año pasado.
Alonso hizo el gesto de no poder creer lo que estaba
escuchando.
−Si así fuera, ¿por qué debería importarte?
−¡Porque es tu amiga! –dijo Carla totalmente compungida−.
¡Porque es tu amiga, maldición!
−¿Ya, y?
−¡O sea que lo aceptas!
−¡Tú fuiste quien me mandó a la mierda ese verano, no yo!
–Alonso se incorporó un poco, quedando unos cuantos centímetros distanciado de
Carla−. ¡Yo no fui quien vino con toda esa mierda de que te hacía mal y que no
sabía qué quería: esa fuiste tú!
−¡Pero estaba confundida, qué querías que hiciera!
−¡Escucharme, esperar, quererme un poco, maldición; me
trataste peor que un perro y yo no sabía qué mierda te pasaba!
−¡Cuando te iba a decir lo arrepentida que estaba te
fuiste!
−¡Obvio, si estaba hecho mierda!
Carla agachó un poco la cabeza.
−Podrías haber esperado un poco.
−Carla –Alonso respiró hondo−, ¿por qué haces esto ahora?
−No sé, sólo quería saber si te habías metido con más
personas…
−Eso no es de tu incumbencia…
−¡Pero si me acabas de decir que te culiaste a la Sofía
en su fiesta de Navidad!
−¡No estaba contigo, entiéndelo!
−¡Pero era tu amiga, cómo quieres que confíe en ella de ahora
en adelante si…!
−Carla, me voy a casar con ella.
−¡…si te la culiaste y todo!
Hubo una tensa y corta pausa entre ambos.
−¿Qué acabas de decir? –preguntó Carla, pestañeando
rápidamente.
−Que me voy a casar con ella; me voy a casar con Sofía.
−¡¿Qué?!
Alonso se relamió los labios; sus manos y su boca
temblaban.
−Me voy a casar con Sofía dentro de cuatro meses.
Carla lo miró fijo.
−En serio, Alonso, si esto es una broma, es mejor que
pares ahora, porque…
−Estoy lejos de estar bromeando, Carla.
−¿Pero cómo, si son… amigos?
−Y lo seguimos siendo.
−¿Cómo… pudiste?
−¡Me dejaste tirado, Carla, me dejaste tirado cuando más
te necesitaba! ¡Mi papá se estaba muriendo en el hospital, en mi casa nadie
tenía trabajo y tú llegaste y me dejaste así como si nada, todo porque a la muy
tonta se le ocurrió tener otro de sus brillantes episodios de locura!
−¡Estaba confundida, Alonso, te lo dije!
−¡Ya, pero poco te importó todo lo demás, ¿no?!
−Alonso…
−Carla, mi papá se estaba muriendo… Ni siquiera estuviste
ahí cuando fueron sus funerales –Alonso se mordió un labio para no ponerse a
llorar; los recuerdos le llegaban como un fuerte torrente a la cabeza−. Pero
claro, ahora debo pensar en ti y en que el tener una relación con tu mejor
amiga es el peor error del mundo, ¿no?
−Cómo puedes ser así, Alonso, era tu amiga…
−¡Me dejaste tirado, Carla, me dejaste como a un perro,
me dejaste y todo te importó una mierda!
−Yo no… Yo no quería… No sé qué decirte, Alonso, no sé…
−Nunca sabes nada, ése es tu problema.
Dicho esto,
Alonso se levantó de la cama y empezó a buscar sus ropas arrojadas por toda la
habitación.
−¡No te vayas,
por favor, no te vayas! –exclamó Carla, agarrándose de uno de sus brazos−. ¡Por
favor, no me dejes, por favor!
−¡Suéltame,
Carla, ya, déjate de tonteras!
−¡Alonso,
escúchame, lo siento, no quise hacerte daño, no quise…!
−Pero ya lo
hiciste, Carla, ya está hecho –dijo Alonso mientras se alejaba del alcance de
Carla y se ponía los pantalones.
−¡No, Alonso,
aún falta, aún nos queda mucho por delante, yo…!
−¿Sabes lo que
es peor, Carla? –dijo Alonso−, es que cuando te vi donde la Javiera, supe que lo
que sentía por ti jamás ha muerto; se congeló por un tiempo sí, y lo creí enterrado, pero nunca lo estuvo. Fue cosa de mirarte a los ojos, verte sonreír,
para saber que por ti seguía sintiendo lo mismo de siempre, lo mismo que sentía
cuando nos besamos por primera vez.
Los ojos de
Carla brillaban esperanzados.
−Fue por eso
que me importó una mierda el matrimonio y decidí aceptar tu invitación a este
motel aun cuando sabía el mal que le estaba haciendo a la pobre Sofía. Te di
una nueva oportunidad…, de hecho, nos la
dimos, y todo salió bien…, hasta que vuelves a hacer tus niñerías de siempre.
−¡Yo sólo
quería saber…!
−Pero ahora
sabes más de la cuenta –Alonso se puso la camisa y abrochó su cinturón−. Si le
dijera a Sofía que no estoy seguro del matrimonio con ella, que quizá podríamos
cancelarlo y todo, podría dar por hecho que su respuesta sería un está bien, quizá no deberíamos haber ido tan
rápido, porque ella me entiende, es mi amiga, lo ha sido toda la vida… Pero
llegaste tú con tus cosas tontas y lo arruinaste de nuevo.
−¡Eres tú el
que se va a casar y acaba de tener sexo conmigo!
−Pero eres tú la
que acabas de arruinar esto por segunda vez –Y dicho esto, Alonso tomó sus
zapatos y salió de la habitación cerrando la puerta fuertemente detrás de sí.
Carla, sin
moverse de la cama donde había hecho el amor por última vez con Alonso, susurró
un leve perdón y se echó a llorar
sobre ella. Aún podía sentir su olor entre las sábanas.