Mientras caminaba por los
pasillos de un mall con mi hermana, escuché cómo una niña de unos 5, 6 años, le pedía
a gritos a su mamá una de las costosas muñecas que exhibían fuera de una juguetería; al no recibir la atención que quería, la niña comenzó a
llorar desconsoladamente, quedándose clavada justo en frente del escaparate; su
mamá, por su lado, continuó caminando sin prestarle mucha atención. Con mi
hermana la miramos y dijimos: al fin una mamá ha puesto en su lugar a su
maldita hijita malcriada, y nos reímos. La niña al ver que su mamá
había doblado la esquina que finalizaba el pasillo sin tomarla en cuenta, corrió en pos de ella chillando
desesperada para reclamarle que ahora quería un peluche de la máquina de
peluches que estaba frente a ellas; y como vio que su mamá volvía a alejarse chasqueando la lengua, indiferente, la niña volvió a llorar y a gritar, esta vez mucho más
fuerte; tan fuerte así, que con mi hermana sentimos que nos llegaba a hacer
daño en los oídos. Su mamá dio media vuelta, y al darse cuenta que todos
estabábamos mirando la escena como diciendo “señora, calme a su hija de mierda”,
rechistó y volvió sobre sus pasos; apenas su hija vio esto, dejó de llorar
(¡incluso dejó de lagrimar!) y sonrió; con mi hermana pudimos escuchar que su
mamá le decía: “esta es la última vez”, y que su hija, su hija malcriada de
mierda, se ponía a reír sin prestarle mucha atención; no sé qué fue lo que me
llevó a acercarme a ellas y tocarle la espalda a la más grande para llamar su
atención. ¿Qué pasa?, me dijo. ¿Sabe lo que pasa?, le dije, lo que pasa es
que usted está malcriando a su hija, y en el futuro eso no sólo le va a pesar a
usted; la señora me miró como diciendo “¿qué se cree este güeón?”, mientras que
su hija me observaba boquiabierta. En el futuro, seguí, esto mismo le pasará a todas
las personas que se tengan que relacionar con ella: sus colegas, sus vecinos,
sus pololos, todo porque usted está criando a la típica persona de mierda que nadie quiere en ningún lado, la que todos
saben que es una perra malcriada, la que todos quieren ver con
sus piernas quebradas. La madre no dijo nada. Parecía muda. Tenga cuidado, señora, le dije, está criando a
la clásica persona que nadie querrá a futuro. Ni como colega, ni como
compañera, ni como polola, ni como nada, y nos fuimos con mi hermana: la
experiencia me decía que los posibles árboles chuecos eran mejor enmendarlos
cuando aún había tiempo; después era muy, muy, demasiado tarde.