Debo decir, aunque me duela
un poco mencionarlo, que esta vez fui yo el culiao’ penca de la historia, ¡pero
con justos motivos, claro!: en primer lugar, el loco con quien fui (fuimos) penca
se lo merecía por conchesumare, esa clase de parásito que no se aleja de ti
para quitarte el copete de la mano y tomárselo sin pagar ni uno; y en segundo
lugar, porque era el tipo más “miguero” (que recoge las migas que dejan los
demás) con nuestras ex pololas: el güeón nos echaba al agua cada vez que podía o creaba situaciones
falsas para cagarnos y terminar agarrándoselas él; después ponía cara de yo no
fui y llegaba de nuevo, sin que nadie lo llamara, sin que nadie le dijera hola.
Pero un día dijimos con mis amigos: “ya, culiao’, a este
güeón hay que cagarlo”, y así ideamos un ingenioso plan que constó con una gran
cantidad de vellos púbicos de nuestros testículos y anos, marihuana prensada
(rica en cloroformo y comida para perros), uno tres litros de orina después de
haber tomado vino tinto toda la noche y trozos sólidos de nuestras heces; esto
lo hicimos en la casa del Juan, donde separamos todos los materiales en el
patio y liamos pitos de marihuana con nuestros vellos púbicos, llenamos
botellas de cerveza con meado y trozamos la mierda para guardarla en distintos
trozos de envoltorios de bombones artesanales. Entonces fuimos un día a un
carrete y esperamos a que llegara el tipo en cuestión; no pasaron ni quince
minutos cuando nos localizó y se nos pegó como una lapa; fue en eso que saqué
uno de los pitos de mi bolsillo para ponerlo en mi boca (juro que nunca la tocó)
y este güeón vino y se lo puso a fumar él y el olor que salió ¡fue horrible!;
todos aguantamos la risa y vimos como el estúpido ponía una mueca rara. Aguantando
el humo y el asco, el tipo dijo: “oh, está güeno”, con los ojos llorosos, y
como vio que cerca de nuestros pies teníamos unas botellas cerradas de cerveza,
tomó una alegando tener sed y se la echó entera al estómago; “oh, este sabor lo
conozco”, y ahí casi nos cagamos de la risa por su idiotez; pero el punto
máximo fue cuando uno de mis amigos sacó con cuidado los bombones de mierda de
su bolsillo y le dijo: “¿tenís hambre?” y el tipo sonrió (medio hecho pico) y
tomó el trozo de mierda y se lo echó a la boca; “¿tenís más?”, preguntó a los
segundos después el chuchetumare; “sí”, le dijo mi amigo y le pasó todos los
bombones; el loco ni siquiera dio las gracias y mientras se los comía sin
siquiera ofrecernos, nosotros dimos media vuelta y casi nos meamos de la risa.
Pasaron los días y cada vez que nos veíamos con mis
amigos nos reíamos de esa noche y lo feos que se veían los dientes del parásito
todos llenos de mierda; estuvimos así por semanas, hasta que supimos luego que
el tipo había muerto unos cuantos días después de ese carrete por culpa de una
bacteria mortal alojada en el montón de caca que había comido (sin contar el
litro de orina y los porros de vellos púbicos que había consumido también); al
principio dijimos: “oh, nos pitiamos al loco”, pero luego de hacernos los
serios por unos cuatro segundos, nos volvimos a cagar de la risa, esta vez con
mucha más fuerza.