Historia #87: El culiao' penca de la historia



Debo decir, aunque me duela un poco mencionarlo, que esta vez fui yo el culiao’ penca de la historia, ¡pero con justos motivos, claro!: en primer lugar, el loco con quien fui (fuimos) penca se lo merecía por conchesumare, esa clase de parásito que no se aleja de ti para quitarte el copete de la mano y tomárselo sin pagar ni uno; y en segundo lugar, porque era el tipo más “miguero” (que recoge las migas que dejan los demás) con nuestras ex pololas: el güeón nos echaba al agua  cada vez que podía o creaba situaciones falsas para cagarnos y terminar agarrándoselas él; después ponía cara de yo no fui y llegaba de nuevo, sin que nadie lo llamara, sin que nadie le dijera hola.

            Pero un día dijimos con mis amigos: “ya, culiao’, a este güeón hay que cagarlo”, y así ideamos un ingenioso plan que constó con una gran cantidad de vellos púbicos de nuestros testículos y anos, marihuana prensada (rica en cloroformo y comida para perros), uno tres litros de orina después de haber tomado vino tinto toda la noche y trozos sólidos de nuestras heces; esto lo hicimos en la casa del Juan, donde separamos todos los materiales en el patio y liamos pitos de marihuana con nuestros vellos púbicos, llenamos botellas de cerveza con meado y trozamos la mierda para guardarla en distintos trozos de envoltorios de bombones artesanales. Entonces fuimos un día a un carrete y esperamos a que llegara el tipo en cuestión; no pasaron ni quince minutos cuando nos localizó y se nos pegó como una lapa; fue en eso que saqué uno de los pitos de mi bolsillo para ponerlo en mi boca (juro que nunca la tocó) y este güeón vino y se lo puso a fumar él y el olor que salió ¡fue horrible!; todos aguantamos la risa y vimos como el estúpido ponía una mueca rara. Aguantando el humo y el asco, el tipo dijo: “oh, está güeno”, con los ojos llorosos, y como vio que cerca de nuestros pies teníamos unas botellas cerradas de cerveza, tomó una alegando tener sed y se la echó entera al estómago; “oh, este sabor lo conozco”, y ahí casi nos cagamos de la risa por su idiotez; pero el punto máximo fue cuando uno de mis amigos sacó con cuidado los bombones de mierda de su bolsillo y le dijo: “¿tenís hambre?” y el tipo sonrió (medio hecho pico) y tomó el trozo de mierda y se lo echó a la boca; “¿tenís más?”, preguntó a los segundos después el chuchetumare; “sí”, le dijo mi amigo y le pasó todos los bombones; el loco ni siquiera dio las gracias y mientras se los comía sin siquiera ofrecernos, nosotros dimos media vuelta y casi nos meamos de la risa.

            Pasaron los días y cada vez que nos veíamos con mis amigos nos reíamos de esa noche y lo feos que se veían los dientes del parásito todos llenos de mierda; estuvimos así por semanas, hasta que supimos luego que el tipo había muerto unos cuantos días después de ese carrete por culpa de una bacteria mortal alojada en el montón de caca que había comido (sin contar el litro de orina y los porros de vellos púbicos que había consumido también); al principio dijimos: “oh, nos pitiamos al loco”, pero luego de hacernos los serios por unos cuatro segundos, nos volvimos a cagar de la risa, esta vez con mucha más fuerza.