Cuando estallaron los fuegos
artificiales de año nuevo sobre la playa, ya llevaba en mi haber una caja de
latas de cerveza vacía y otra hasta menos de la mitad y sumando; estaba
borrachísimo viendo cómo la gente alrededor se daba abrazos, gritaban y
celebraban cada uno de los destellos en el cielo, todo lo contrario a mí, que
estaba ubicado lejos de mi familia (me cargaba que me molestaran con sus
abrazos cuando sólo quería ver los fuegos artificiales), parado solo sobre la
arena. “Ahí va otro año de mierda”, pensé sin soltar la lata de mi mano, viendo
las figuras que se formaban en la mezcla de las nubes y la pólvora esparcida.
Para cuando terminaron los fuegos, sólo me quedaban tres latas de cerveza (contando
la que bebía en ese momento), por lo que decidí volver donde mi familia, a unos
cuantos metros más allá.
−¡Feliz año! –me dijo mi mamá apenas me vio, así como mi
papá, mis hermanos, mis tíos y mis primos−. ¡Que éste sea muy bueno para ti!
−Gracias, mamá, para ti igual.
−¿Estás borracho?
−Sólo un poco.
Mi mamá me miró con expresión de reproche.
−¿Qué van a hacer ahora? –le pregunté; mis otros
familiares desarmaban la mesa en la que habían puesto las champañas, las cajas
de cerveza, las copas y las cosas para comer durante los fuegos.
−Ir al departamento; ¿vendrás con nosotros?
−Tengo que ir donde el Juan más tarde –dije con un
modular de mierda−. Pero creo que primero tendré que cagar.
−¡Ay, Felipe, siempre con tus ordinarieces!
Vi por el rabillo del ojo que uno de mis primos (mayor
que yo) se acercaba para darme el abrazo de año nuevo; se notaba tan borracho
como yo.
−¡Güena, güeón culiao’! –me dijo, chocando sus manos con
las mías−. ¡Feliz año, que te vaya la raja en éste!
−¡Gracias, a ti igual!
Mi primo me tomó del hombro, miró si
mis papás andaban cerca y acercó su rostro al mío; olía como los viejos que
solían estar bebiendo el día entero en las cantinas.
−Oye, ¿te vai’ al tiro?
−No: voy a al departamento a cagar
un poco y a robar unas chelas; ¿tú?
−No cacho, unos amigos quedaron de
llamarme y la güeá –Volvió a mirar a todos lados−. Oye, tengo unos pitos re
güenos; ¿apañai’?
−¡Ya po’!
−¡Oigan, nos vamos! –gritó mi papá a
unos cuantos metros más allá, sosteniendo la mesa plegable−. ¿Van a venir?
−Sí, allá vamos.
Mis otros primos se nos unieron y
nos fuimos en grupo al departamento que habían arrendado nuestros padres, todos
llevando cosas en sus manos. Cuando llegamos a la entrada de estos, el guardia
nos saludó como si nos hubiéramos conocido de toda la vida (se notaba algo
achispado) y al llegar al ascensor, dejamos que nuestros primos más chicos
llevaran todas las cosas hasta nuestros padres.
−¿Qué van a hacer? –nos preguntó uno
de ellos.
−Invocar a Bob Marley –dijo mi primo
más grande, riéndose antes de apretar el botón para enviarlos directo al piso
de nuestro departamento−. Ahora sí.
−¿Dónde fumamos sin que nos pillen?
–preguntó otro primo.
−En la piscina; ahí no hay nadie.
Cachen.
Todos miramos por la puerta de
vidrio que daba al patio del edificio y nos dimos cuenta que el sector de la
piscina estaba completamente a oscuras.
−Perfecto.
Cruzamos el hall y salimos por la
puerta indicada; el viento costero traía todo el bullicio de la gente y sus
celebraciones. Nos internamos en las sombras del patio y nos sentamos en el
borde de la piscina, en círculo.
−¿Ya, cabros, quién quiere empezar?
–dijo mi primo mayor.
−Yo –dijo el que estaba a la
derecha. Lo encendió y tosió de inmediato−. ¡Oh, esta güeá está güenísima! –y
lo rotó con el que estaba a su derecha.
−¡Oh, conchetumare! –el que lo tenía
botó el aire sin poder aguantarlo−. ¡Mierda! –y se lo pasó al siguiente, y de
ahí al siguiente, y así sucesivamente hasta que ya no fue posible seguir
fumándolo sin quemarse la punta de los dedos−. ¿Quién tiene matacolas?
−A ver, pásamelo –dijo mi primo
mayor, extendiendo su brazo; a lo lejos se seguían escuchando estallidos aislados
de petardos y el incesante ruido de las cumbias y el regetón.
Con lo poco y nada que pude
apreciar, mi primo tomó su encendedor y puso el pito en el agujero del gas;
después tomó el encendedor de mi otro primo y lo encendió inhalando por el
resquicio del nivelador; dio una calada corta pero fuerte; luego se lo extendió
a mi primo que había fumado al último, éste le dio una calada y tosió de
inmediato; después me lo pasó y prendí otra vez el pito: entonces sentí como si
pasaran una tela fría por todo mi cerebro, desde la nuca hasta la frente.
−¡Conchetumare! –dije sintiendo que todo se iba a la mierda−. ¡Oh, p̷̀a̵͞l̸̡ pi͞cǫ͟!
Y͜͞Y ̶̀͘a͠śí̢̨ ̢̡́f͠҉u̡̧e̡
q̧̕uè ̕e̸҉͘m͘p̡͞ȩ̕c̴̕͞é ͠a̧̕͝ ҉v̕e̶r̡̡ t̵̕o͡d̢o͏ ̴́͢b͠ò̷r̛͘r̷̶ó̢͠śo̷͟͞
͠y̢͡ ̴̨l̴̡͢os ś̨e̡n̛͠͝ti͏d͝ơ̢s͢ s̸̷̛e̶̛͝ ́m̧e͟͜ ̷͜f̡͘͞u̷͘ę͡ro͟n ̀̀a̶̴ l̵͟a
m̷̛͠i͏e̢r̢d̷̛à͢͝ ̡̛̛y̶̶ t͏o̧̢̢d̵̛͞o͘ ̡͠c̶͝om̵e͠n͘͝z̶͢͞ó̕ ́͟a̵ ̡͟d̸͡a̧r̸͠
̧̀̀v̢ue̷̡͜lt͘a̸͢͡s̀;͟͏ ͢͡n̢̢o̢ ̧s̨en̕͟͡t̨̛í҉͡a̸͡ ͟m͟͟i̵̴͟s̡̧ ̶͢͠m̷á̸ń̸̵o̢s҉
̧͏ǹ͡i̡͠ ͞ḿ̸͜i̴͘ ̷͘c͟a͞b̨̀͟e҉ź͏̷a̵̕;̛́͟ ̕m̡҉i҉s̨ ͡pr͟ì́m̨ǫ̢s̴̷ ̨s̶̨͝e̷
͏̶n͢o̡t̕͡҉a͘b̡͝a̢͢n͢͜ ͟͟͜i͏͜g̴͞ual̴͟ ̧̧q̵̨úe̢ ͝͏yò̀, ̧t̕a̶l̸̸ ̡̧͠v̨e̕z̸
͠ḿ͡e͠j͡҉o͟r̛,̛҉ ́̕͝no͜ ̀͘͜s̢̛é̶̀͠;̴ ̶͟a͏͢l͘g̨u̢͡i̧̕e̵n ̴d͞i͞҉̵jo̸̡: ̢“̨es҉̷t͘͜ò͏͜y
҉pa̷l ̧́͘p̷̴̢í͝ço”̸ ̸y̶ ͞a̵̵h͘͠í͜ ͞a̷̡c̨͏͡ab̨͝͏ó ̢͡t̡od͜o̷:̴̴ t҉͡ơ̴d͝o̷
s̷e̸̛͝ ͏̕ḿ̨e̷̷ ̀͟f͘̕ue̶̵ ҉ą͝ ̢͢ǹ͢eg̶͠r̶͟o ̡y̶̢ n҉̢o҉̧́ re̸͢c̶͡uè̵ŗ̶d҉̛o͜͞
̛n̵͢͠a҉̕d̀͡a̷͝ ͜h͘a̷̢s̴t͘a ͢͞q̧̧͞u͝e͠ ̡d̨͡es̸p̨ert҉̵é̡͏ ̧a̸̸͟l͝ ̡ò͞t͞͏ro̴̡
dí̷͠a ҉̡͡e̕n͜ ̴͟͞m̷̵͘i ̵̴c͞ą͝m̸̶a̷ (͡¡̢͠͡e͞n ̢̛m̴͡i̸̡̛ ̧͠p͝r̵͞o͘͝p̛҉i̶a͏
̧c͏a̷m͢a̴,̨͏ ̴̢ḱi̡͟l͡ó̕ḿe͏̀t͟͢ro̧͘s̷̢,̛͘ ͜͜ḩ͞ò͢r͠a͡s̀ ͏l̀͟e̷j͢ơ͠s͠!͞͏)́͏
̨̨̨ve͜s҉t̢͡i̷dơ ̸e̢͢͢n̶͢͞tè̴r̀͡͡o,͠ con l҉҉͟ą̶͡t̴̷͡a̛͟s ̵de
́͞c̛͠e̛r̡̕͡v̡͘͜e̡z̡͢a̸̢͠ ͘a̧b͞ǫ́l͏̷l̕͢͠a̶d̢a̷s ̛e͡n̨͢ ̡ų̀͡ǹ̶͞o ̧͡de
͢ļ́o̶s҉̶ ́b҉o̸͞ĺ̛͠s̸͠҉i͡l̴l̡ơs̕̕͜ ḑe̶ ͢mi̵̸ ͢c͜h̨a͢q̵u͢͠e͘͢͞t̨͢a̴̢ ̸y̡̕
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͏̛o̧t͠r̴̛o; ̶́mi̛e̵r̀d̢̢́a͞,̶̸̢ ̶l̢̀͞a̕ res̸̷a̴̷ç͡a҉̸̧ ̡ér̶͝a̕
̀h̵̢or̛͏r̴i̶b̕l͜͝e̡̛;̷͘ ̧͘a͜҉u̷̡͡nq͢͡ú͠e͢
͘p͜͟r̴̶͝o͠b͏̢á͝b҉l̀e̕̕m̧̛̕e̶̛ǹ̷t̶̸e͘҉̛ ̢̢͟B͜͡o̕b̀͜ M̕a̡͠ŕ̨l̴e̶̛͞ý̡̕
̵̨̛h͝͡u̧bie̷̢rá̴́ ̛e͞s̷̀͞ta̛͏d͘͏o͢͏͜ ̷o͡rg̸̶̡ų͜l͠lo̸s̴̨͟o̷̧ ͟d͘͢e̡l͜
̢p̕͜ód͏̛͝er̶̡ǫ́s̢o͞ ̡̛e̛f̡e҉c̵to ͜d̴̀e̸͠l͠ pi̡͝t҉o҉̧ ̢͟ȩn̸ ĺ̢a̷͢
̸b͝o̴̸c͡҉a͝ ̶͏͠d͜é͢l̴͡ ́e̛͜n̨͡c͏͜én̢҉̷d́͝͝e̴d̕ó̵̀r̛͡
Nu͡n҉̴̵c̵a͜͞ ̛͞҉m͞á̶́s̢͜,̨́͘ ͠҉n̵̢u̧n̛̛c̴̡͘a ̧m̶̴á̧s͝.
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