Poema #3: Azul y gris



Si te cortara por la mitad 
como a una mandarina, 
seguramente tu interior 
sería azul y gris, 
con la dulzura y la amargura unidas,
mezcladas. 
Hechas una. 
Como tú.

Reflexión #1: De cartas, proyectos y otras cosas


Este día sábado no fue como cualquier otro día sábado: me levanté temprano (incluso antes de que sonara la alarma despertadora diez minutos antes de las ocho), defequé tranquilamente, me bañé con el agua bien tibia y desayuné buenos alimentos como cualquier otro joven sano de América Latina lo haría. Me sentía como un niño a punto de tener una nueva consola de videojuegos, un computador bien equipado, o, siendo un poco más perverso, a punto de ver su primera teta proyectada (gracias a los rayos catódicos) en un televisor de tamaño considerable. ¡Mierda, si me sentía un niño porque iba a jugar un torneo de cartas, como en los viejos tiempos!
            Pero acá ocurrió un hecho que me devolvió a la realidad: resulta que por cosas fortuitas, un amigo que hice jugando cartas me dio la chance de ir al lugar donde se celebraría el evento (en cuestión) en el mismo auto que Carlos Herrera, uno de los ilustradores más célebres de Mitos y Leyendas (el juego de cartas que justamente íbamos a jugar, cómo si no). Entonces pensé en que el tiempo había pasado volando: ya no tenía dieciséis años como en ése tiempo, me afeito más seguido de lo que malditamente desearía, demoro más de un minuto en empezar a orinar, mi hígado está deteriorado, mi memoria es errática la mayoría del tiempo, ya no necesito masturbarme tanto para mantener mi pene inactivo contra su voluntad y he hecho y elegido cosas que mejor no hubiera hecho ni elegido nunca. Pero ahí estaba, frente a alguien a quien, por motivos más infantiles de los que acostumbro comúnmente, había admirado en mis mejores tiempos de jugador. Sin embargo, en esta ocasión no vi a alguien quien me firmaría una carta o me escribiera una dedicatoria en el género de mis calzoncillos húmedos; no: esta vez vi a alguien quien había ganado todo lo que tiene gracias a su pulso, sudor y esfuerzo, pudiendo vivir más o menos de manera cómoda de lo que más le gustaba hacer en la vida: dibujar.
            La pregunta que le formulé fue sencilla: “¿cómo lo hiciste?”; porque debe haber una fórmula, pienso en mi fuero interno, porque no quiero ser una persona que viva todos los días de su perra y miserable vida haciendo algo que no le gusta hacer: me basta con ver a un millón de personas haciendo sus quehaceres con cara de perro en el mundo, muriendo de a poco, para saber que no quiero eso. Carlos me mira y me dice: “no hice nada más que dibujar”. Y era verdad: Carlos no había hecho nada más que dibujar, dibujar y dibujar cada vez que pudo. Incluso, nos reveló, habían veces en que hablaba con los profesores de su universidad para poder faltar a clases y así evitar el engorroso proceso mental de estudiar materias que se sabía estaban ahí para separar una carrera de instituto con una de universidad. Puta burocracia…
            Para cuando íbamos por la mitad del camino, Carlos ya se había soltado un poco con nosotros y empezó a hablar de lo que pensaba sobre la educación chilena. En resumidas palabras, dijo que la educación básica, media y universitaria era una pérdida de tiempo y energía para los proyectos personales. “Hay gente que no necesita estudiar para hacer lo que quiere. Sólo necesita tiempo, plata y energía”. Y el colegio y la universidad, por lo general, se llevaba todo eso. “El problema está en que la mayoría de la gente piensa que está bien, que hay que perder más de veinte años de vida en algo que no te va a servir para nada”. ¿El problema? Estamos en un país donde un título lo vale todo, y donde un título de ingeniero le vuela la raja al título de un profesor. “Deberían enseñarle eso a los niños de ahora; que si quieren ser músicos, que aprovechen el tiempo en trabajar para ser mejores músicos y comprar mejores instrumentos. Es algo lógico, ¿no?”.
            Después, en todo el torneo, no pude dejar de pensar en que tal vez estaba bien, que mi forma de pensar (y la de muchos de mis amigos) estaba bien. Son muchas personas exitosas que conozco hasta ahora las que han dejado la universidad y ciertos proyectos impuestos por sus padres hasta la mitad para dedicarse cien por ciento a lo que les gusta y ser lo que son ahora gracias a su esfuerzo e ímpetu. Quizá por ahí vaya la cosa, me dije mientras pagaba siete oros para jugar Visión del Ragnarok y dejar la zorra en el campo de batalla. Quizá vaya por ahí.
            Para cuando me despedí de Carlos, el simpático ilustrador, le di la mano y le dije: “gracias por ayudarme. Ahora iré a hacer los trámites para salirme de la U”. ¿Hubiera pensado lo mismo hace más de seis años?