Ni siquiera eran las cinco de la
tarde y ya tanto hombres como mujeres se hallaban en un evidente estado de
ebriedad. Eran los últimos días de vacaciones de verano y nadie quería volver a
clases sin un merecido deterioro hepático, por lo que todas las energías se
concentraron en llevar abundantes cantidades de alcohol al lugar que los
organizadores habían propuesto para la reunión (un hermoso mirador perdido en
un erial, con toda La Serena brillando abajo). Por asuntos de trabajo, habían
sido pocos los que habían integrado la primera avanzadilla de amigos a eso de
las tres de la tarde; los demás, obviamente, iban a ir llegando por cuenta
propia, siguiendo las pulcras indicaciones entregadas en el evento virtual de
Facebook.
Fue así como los demás invitados
empezaron a arribar a cuentagotas, todos con sus latas y botellas de cerveza a
cuestas, riendo por los saludos que le dedicaban a distancia los que habían
llegado primero, borrachos.
La reunión era toda risas, música
y gritos sin sentido, conversaciones que no iban a parar a ningún lado y
pensamientos que morían estancados en la nada. Fue por eso que nadie se percató
que Leonel, quien se dirigía solo al lugar de reunión, caminaba por otro sendero
que no era el estipulado, pisando piedras puntiagudas y otros escombros de
construcciones jamás finalizadas. Brian, quien estaba orinando a contraviento
encima de una loma, se percató de ello y comenzó a gritarle a su amigo que
volviera al camino señalado; pero por culpa de la distancia y el viento, Leonel
sólo vio que su amigo hacía morisquetas con una mano, casi como si estuviera
bromeando. El chico sonrió para sus adentros y siguió caminando por entre las
jodidas piedras que no dejaban de causarle molestia en sus pies. A Brian se le
unieron los demás chicos, que a su vez empezaron a gritar igual que el primero,
advirtiéndole a Leonel que volviera al lugar señalado, que no siguiera por ahí,
que se desviara antes de que fuera…
¡KABOOM!
Una enorme explosión llenó el
sitio de tierra y polvo, dejando a todos con la boca cerrada o desencajada.
Nadie podía creer lo que había sucedido.
Una vez se hizo todo más visible,
del lugar donde se encontraba Leonel sólo había un enorme agujero humeante.
Nada parecía dar señales que ahí hubiera alguien malherido o vivo.
Leonel había desaparecido
completamente de la faz de la Tierra.
−Puta el güeón pao’ −chistó
Brian, abriendo otra de sus latas de cerveza.