Estado #1

Acabo de despertar y sigo teniendo sueño.
Luego apoyo la cabeza en la almohada y vuelvo a tener sed. ¡Demonios!

Cuento #16: La noche en que se cruzaron los caminos



Cansado y totalmente hambriento, Julián no reparó en que todas las luces de su casa estaban apagadas (a pesar de ser más de las nueve de la noche) hasta que ingresó en ella.
−¿Marta? –llamó a su esposa, extrañado. Forzó su vista y no encontró nada más que difuminadas siluetas reinándolo todo. Al no obtener una respuesta, el hombre chasqueó la lengua y encendió todas las luces del living comedor, quedando cegado por un breve instante.
            No le bastó echar más de una mirada por el lugar para saber que ahí no había nadie más.
Dejando su bolso lleno de pruebas de Matemáticas por corregir a un lado de la entrada, Julián se dirigió tranquilamente a la cocina, comprobando que su esposa tampoco se encontraba ahí; lo mismo le sucedió en el baño de la primera planta y en el cuarto de planchado.
Marta, al parecer, no estaba en casa.
Alzándose ligeramente de hombros, Julián se encaminó hasta su cuarto pensando que probablemente su esposa no tardaría en aparecer, diciendo que había ido a visitar alguna vecina enferma o a comprar algo que necesitaba para preparar el almuerzo del día siguiente. Sola en su hogar y sin ya tener que cuidar de más hijos, era lógico que buscara algo de compañía a la hora del día que más necesitaba de ella.
Julián bostezaba cuando prendió la luz de su habitación; sin embargo, luego de ver lo que había sobre su cama, todo atisbo de cansancio y hambre se borró de inmediato de su cuerpo y rostro.
−¡Mierda! –gritó, presa del pánico.
Ahí, sobre su blanco y mullido cubrecama, se encontraba un hombre totalmente desparramado, boca abajo, y con grandes, profundas y visibles heridas que lo llenaban todo de sangre.
Una especie de alarma se disparó en la cabeza de Julián: pensó que su esposa podía estar en peligro, tal vez raptada, asesinada, o quizá desangrada en el baño contiguo o en cualquier otro lugar de la casa que no había visitado todavía.
Julián estuvo a punto de echar a correr fuera del cuarto y empezar a dar aviso a quien fuera que estuviera transitando por la calle cuando, movido por una curiosidad impropia suya, se acercó al cuerpo del hombre en vez de correr lejos de él.
El tipo llevaba un terno gris y remendado que hacía juego con sus pantalones del mismo color, el pelo corto, bien peinado, y un viejo maletín de cuero abierto cerca de su cabeza, con un montón de papeles similares esparcidos y manchados de rojo, con un cuchillo limpio ubicado a escasos centímetros de él. Sintiendo cómo su corazón parecía querer salir de su pecho, Julián hizo un esfuerzo sobrenatural para tomar la cabeza del cadáver y voltearla hacia un lado, descubriendo que todo en aquel rostro era idéntico al de él; y fue exactamente eso lo que le hizo caer en la cuenta que el tipo iba vestido de la misma manera suya, sin obviar ni un solo detalle.
Fue en eso que Marta abrió la puerta del baño y quedó parada ahí, en el umbral, sosteniendo un cuchillo de cocina totalmente ensangrentado; parecía completamente fuera de sí, jadeando con hombros y pulmones; la sangre que manchaba su rostro la había vuelto casi irreconocible; sus ojos chisporroteaban adrenalina.
−¡¿Quién eres tú?! –le gritó a Julián, sin soltar el cuchillo-. ¡Dime! ¡¿Quién eres tú?!
“Soy yo, Julián, tu esposo”, intentó decir el hombre, pero pensó que sonaría totalmente estúpido habiendo otro Julián muerto en la cama que tenían al lado, la misma que llevaban usando como pareja por muchos años.
−Querida, soy… −iba a decir el hombre, pero otra voz femenina y familiar llamó desde la entrada de la casa.
−¡Julián, ya llegué!