Cansado y totalmente hambriento, Julián no reparó en que todas las luces
de su casa estaban apagadas (a pesar de ser más de las nueve de la noche) hasta
que ingresó en ella.
−¿Marta? –llamó a su
esposa, extrañado. Forzó su vista y no encontró nada más que difuminadas
siluetas reinándolo todo. Al no obtener una respuesta, el hombre chasqueó la
lengua y encendió todas las luces del living comedor, quedando cegado por un
breve instante.
No le
bastó echar más de una mirada por el lugar para saber que ahí no había nadie
más.
Dejando su bolso lleno de
pruebas de Matemáticas por corregir a un lado de la entrada, Julián se dirigió
tranquilamente a la cocina, comprobando que su esposa tampoco se encontraba
ahí; lo mismo le sucedió en el baño de la primera planta y en el cuarto de
planchado.
Marta, al parecer, no
estaba en casa.
Alzándose ligeramente de
hombros, Julián se encaminó hasta su cuarto pensando que probablemente su
esposa no tardaría en aparecer, diciendo que había ido a visitar alguna vecina
enferma o a comprar algo que necesitaba para preparar el almuerzo del día
siguiente. Sola en su hogar y sin ya tener que cuidar de más hijos, era lógico
que buscara algo de compañía a la hora del día que más necesitaba de ella.
Julián bostezaba cuando
prendió la luz de su habitación; sin embargo, luego de ver lo que había sobre
su cama, todo atisbo de cansancio y hambre se borró de inmediato de su cuerpo y
rostro.
−¡Mierda! –gritó, presa del
pánico.
Ahí, sobre su blanco y
mullido cubrecama, se encontraba un hombre totalmente desparramado, boca abajo,
y con grandes, profundas y visibles heridas que lo llenaban todo de sangre.
Una especie de alarma se
disparó en la cabeza de Julián: pensó que su esposa podía estar en peligro, tal
vez raptada, asesinada, o quizá desangrada en el baño contiguo o en cualquier
otro lugar de la casa que no había visitado todavía.
Julián estuvo a punto de echar
a correr fuera del cuarto y empezar a dar aviso a quien fuera que estuviera
transitando por la calle cuando, movido por una curiosidad impropia suya, se
acercó al cuerpo del hombre en vez de correr lejos de él.
El tipo llevaba un terno
gris y remendado que hacía juego con sus pantalones del mismo color, el pelo
corto, bien peinado, y un viejo maletín de cuero abierto cerca de su cabeza,
con un montón de papeles similares esparcidos y manchados de rojo, con un
cuchillo limpio ubicado a escasos centímetros de él. Sintiendo cómo su corazón
parecía querer salir de su pecho, Julián hizo un esfuerzo sobrenatural para
tomar la cabeza del cadáver y voltearla hacia un lado, descubriendo que todo en
aquel rostro era idéntico al de él; y fue exactamente eso lo que le hizo caer
en la cuenta que el tipo iba vestido de la misma manera suya, sin obviar ni un
solo detalle.
Fue en eso que Marta abrió
la puerta del baño y quedó parada ahí, en el umbral, sosteniendo un cuchillo de
cocina totalmente ensangrentado; parecía completamente fuera de sí, jadeando
con hombros y pulmones; la sangre que manchaba su rostro la había vuelto casi
irreconocible; sus ojos chisporroteaban adrenalina.
−¡¿Quién eres tú?! –le
gritó a Julián, sin soltar el cuchillo-. ¡Dime! ¡¿Quién eres tú?!
“Soy yo, Julián, tu
esposo”, intentó decir el hombre, pero pensó que sonaría totalmente estúpido
habiendo otro Julián muerto en la cama que tenían al lado, la misma que
llevaban usando como pareja por muchos años.
−Querida, soy… −iba a decir
el hombre, pero otra voz femenina y familiar llamó desde la entrada de la casa.
−¡Julián, ya llegué!