Historia #254: Cuando escucho a Roberto Dueñas


Cuando escucho por la radio a Roberto Dueñas, mi mundo gira acelerado, mi corazón palpita sin frenos, siento que mi vida llega a la culminación de la perfección. Y es que su forma de hablar, la seguridad con la que da sus opiniones y nos cuenta la verdad serenense, hace que me ocurran cosas que nunca antes me habían sucedido. Me hace sentir palpitaciones, breves pero intensos latidos por todo mi cuerpo; mis piernas parecen otras, mi pecho es una flor incinerando pétalos, mi alma es un grito de gozo sagrado.
            Y es que cuando escucho por la radio a Roberto Dueñas, me es inevitable creer en todo lo que nos dice, creer en su forma de ver la vida, creer en su manera de ver las cosas, creer que arriba es abajo y que el agua es capaz de encender mis manos en vez de calmarlas.
El mundo está bien porque Roberto Dueñas habla por la radio. Las mariposas sobrevuelan nuestra existencia, dichosas, el sol brilla radiante en el cénit, la neblina matutina serenense se ha despejado gracias a que Roberto Dueñas habla sobre su gente por la radio.
Roberto Dueñas, hombre de cara incomprendida, belleza subrepticia, ideas complicadas, opiniones acertadas, tu palabra es ley divina, tu risa es vida, como vino aromatizado, especiado, tinto y del blanco. Roberto Dueñas, cuando te escucho por la radio, confío en que el mundo será un lugar mejor, que mi región se liberará de las manos corruptas que le roban el dinero de su dolor, que la verdad será escuchada en cada ámbito de esta tierra que nos heredaron los ahogados subterráneos. Roberto Dueñas, cuando tú hablas, me pasan cosas: mi cuerpo palpita, breves latidos lo sacuden, y yo confío en ti. Subo el volumen de tus palabras, mi boca es una extensión de la tuya, y yo seré obra y acción de tus frases elaboradas.
Cuando escucho por la radio a Roberto Dueñas, mi mundo serenense cambia drásticamente, y no lo encuentro, no lo reconozco. Cuando escucho por la radio a Roberto Dueñas, creo todo lo que me ha contado. 

Diario de vida #1: Grandes victorias

Hoy es domingo 4 de noviembre y Coquimbo Unido se ha marcado un tanto: luego de muchos años de mala racha, ha vuelto a pertenecer a la primera división del fútbol chileno, cosa que me hace enormemente feliz; naturalmente sé que no nací exactamente en aquel espacio geográfico –nací en La Serena−, pero las ciudades han crecido tanto (incluso desde mucho antes que mi llegada a este miserable mundo), ya no hay más que una calle que separa ambas, que he llevado toda una parte de mi vida pensando en éstas como una sola región y no como dos sectores distintos y repelidos. Y con esto no quiero decir que me cambie la camiseta a cada partido, que voy la cerveza esté más fría, o que me suba al carro de la victoria cuando todo indica que las cosas irán bien, porque cuando se enfrentaba La Serena contra Coquimbo (dos equipos y ciudades rivales), siempre iba al estado para el lado de la hinchada de los granates, hasta que por desgracia cayó, cayó y no remontó nunca más –de hecho, desde ese momento rara vez voy al estadio−, sino que apoyo (muy superficialmente) al equipo que sea por 1) representar a la región frente al país, 2) por abrir nuevamente la puerta para que equipos populares afuerinos nos visiten, y 3) por dar la posibilidad de que espectáculos de buen calibre sean presenciados no sólo por la televisión o transmisiones diferidas por internet.
            No me considero más que un aficionado para con el fútbol, pero sinceramente me ha apestado desde siempre la rivalidad sin fundamento que existe entre estos dos equipos y sus barras (así como con lo que pasa entre viñamarinos y porteños); porque ya, está bien que dos grupos de personas se disputen por dar a conocer –o creer− que un equipo es mejor que otro (aunque a veces está muy claro cuál es mejor que el otro), pero otra cosa es la violencia y el arruinar costumbre y ambientes familiares futboleras por no tener claro que a la larga esto es un juego, un respiro de la realidad de mierda que nos tocó vivir por no ser igual de adinerados como los diputados, senadores y presidentes sin escrúpulos que nos manejan.
Y si bien para un grueso de personas el fútbol es una pasión que en un comienzo parece totalmente inofensiva, se debe tener en claro que para muchos de ellos ésta incluso constituye una continuidad familiar, un puñado de toma de decisiones en nombre de algún recién nacido, e incluso una violación de las reglas gramaticales en aras de no utilizar la letra insigne de uno de los clubes deportivos que no son de su agrado. Así tenemos guaguas –criaturas sin ningún atisbo de conciencia lúdica− con las camisetas del equipo favorito de su papá (o sus padres) y/o bautizados con nombres ajenos al círculo cercano tomados de sus ídolos futboleros sin pensar en su destino, en las consecuencias reales que puede sufrir por ello en su vida posterior, en el trascendental hecho de estar tomando decisiones (simples y a la vez muy complejas) de su parte sin tener ninguna certeza de sus gustos, habilidades, temperamento, ideas, etcétera.
Y bueno, claro, muchos dirán que no importa, que de eso se trata la pasión por el fútbol, que el amor por el equipo de sus vidas ha sido una costumbre generacional que debe seguir hasta el final de los días, pero no se dan cuenta que aquello es tan nefasto como elegir la profesión de un niño sin tomar en serio sus aficiones, sueños ni los elementos de su deleite. Ni hablar del fenómeno de reemplazar una vocal (la u) por una consonante (la equis) para no aludir al equipo rival (la Universidad de Chile), el cual me parece una enorme bolsa de bosta cuando se aplica en la cotidianeidad, aun viniendo de la gente que alienta al Colo-Colo, el equipo por el cual me he hecho mierda la garganta cuando La Serena aún era rival de su división.
¿Hemos pensado en cómo nos tomamos el fútbol realmente? Pocas veces, de seguro. El fútbol es un deporte que nos alegra, nos une, nos da vida y nos entrega un gran número de excelentes momentos, así como también nos produce obvias decepciones y rabias y nos lleva a desacuerdos a veces violentos y casi mortales. Sin embargo, hay que tener cuidado de su alcance; no debemos llenarnos la boca de palabras de libertad si aplicamos nuestros gustos como una ley universal para con los demás. Si te gusta, disfruta y deja disfrutar; y si te gusta elegir, disfruta de tus elecciones y deja elegir con total libertad, sobre todo a tus queridos y cercanos.
Yo, por mi parte, acabo de abrir una cerveza para celebrar el ascenso de uno de los equipos de mi región (evento que me lleva a escribir en este momento), la pronta llegada de más equipos a estas tierras, el uso inevitable, constante y bien aprovechado de los estadios construidos hace poco tiempo, y el hecho de que no todos los años uno puede abrazarse con el que está al lado, seguramente igual de borracho que uno en la calle a plena luz del día, y gritar felices, y sacarlo todo afuera, y por un día, por un miserable día, olvidarse de todos los problemas.