A pesar que Katy Perry y
Chloë Grace Moretz le hablaban en su mismo idioma, Marco no conseguía entender
mucho de lo que decían. ¡Pero a la mierda, a quién le importaba eso cuando
estabas a punto de hacer un trío con ellas! ¡A nadie!
El cuarto en el que se hallaban era el penthouse de un
edificio alto, iluminado por la luz de las primeras horas de la tarde. Marco se
sentía nervioso pero decidido: oportunidades así no se vivían dos veces en la
vida. Por lo mismo mentalizó su buen desempeño recordando todo lo aprendido con
el porno, preparado para lo que fuera.
Chloë Moretz, vestida de colegiala, buscaba unas esposas
en uno de los cajones apartados del cuarto, diciendo que las había visto por
ahí, en algún lugar. Katy Perry, por su lado, se acercaba a él como una gata
buscando cariño, su mirada penetrante y sus pechos bamboleándose a cada
movimiento que hacía. Su boca se movía, pero no salía ningún sonido de ella. Se
posicionó frente su regazo, se quitó el sostén de encaje negro que llevaba
puesto y metió el pene de Marco entre sus tetas, apretándolo con ayuda de sus
manos.
Marco ahogó un insulto y disfrutó de la placentera
sensación de ser masturbado por una famosa que no le quitaba sus ojazos de
encima, sonriéndole como si ella también lo estuviera disfrutando un montón.
Fue en eso que Chloë Moretz llegó a su lado, le dio un beso en la boca a Katy
Perry (lengua incluida) y se quitó la camisa escolar de encima para comenzar a
pasar sus tiernos pechos por la cara del joven con el afán de que se los
besara. ¡Aquello era el paraíso!
Luego de unos cuantos minutos así, Katy Perry se detuvo
para indicarle a Marco que se acostara en la cama detrás de él con los brazos
extendidos, mientras Chloë Moretz abría las esposas que tanto había demorado en
encontrar (con una sensual expresión de esfuerzo) para después cerrarlas sobre
sus muñecas.
La primera en montarlo fue esta última, desvistiéndose en
el acto. Al principio la sensación de penetración fue algo molesta, mas al
minuto después todo se había tornado oleadas de placer. Katy Perry, por su
lado, le tocaba su escroto con unas manos enérgicas, como si con ello intentara
aumentar la intensidad del coito; como se dio cuenta que no había mucha
diferencia con su ayuda, en vez de hacerlo con las manos, empezó a hacerlo con
su lengua, y ahí las cosas se pusieron mucho mejor.
Un celular sonó y Marco le dio un manotazo para tomarlo y
contestar con los ojos cerrados.
−Aló, buenos días –dijo una operadora del otro lado−, lo
estamos llamando de la central de la compañía de teléfonos.
Marco se desperezó alelado, extrañando la agradable
sensación de la piel tersa y bien cuidada de la actriz que tanto le gustaba;
aún tenía en su retina sus mohines al borde del orgasmo.
−Le llamaba para ofrecerle el nuevo…
−No quiero nada, maldición –le espetó Marco, viendo la
luz de la mañana reflejarse en el techo de su cuarto. Acto seguido cortó la
llamada y se arrebujó entre sus frazadas, dejando el celular a un lado.
Ahora era Katy Perry quien lo montaba, enseñándole sus
parejos dientes y tocando sus grandes y blancos pechos, pasándose los índices
por los pezones. Cambió de posición, acercando sus tetas hasta el rostro del
joven, golpeándolo cariñosamente con ellas. Chloë no se veía por ningún lado…,
hasta que apareció del baño con un látigo negro, de apariencia nuevo. Golpeó el
aire un par de veces antes de comenzar a fustigar la espalda de su compañera. Marco
esperaba que Katy pidiera clemencia o algo por el estilo: los latigazos
resonaban por toda la habitación como un cruel quejido; pero en vez de eso,
parecían avivar cada uno de sus movimientos. El joven vio cómo la cantante se
pasaba la lengua por los labios cada vez que recibía un golpe en las nalgas o
en la espalda.
Tras unos cuantos minutos en la misma posición, la
cantante le quitó las esposas y lo arrastró hasta la mitad de la cama; entonces
llevó el pene de Marco hasta su boca y comenzó a succionar como si no hubiera
mañana, mientras Chloë se levantaba la falda para caer sobre su rostro y
comenzar a frotar su vagina contra sus labios; Marco sintió un sabor dulce,
glorioso, ni comparado con el ruido de su celular que volvía a sonar ese mismo
instante.
−Buenos días, le llamamos para decirle que…
No obstante el joven fue más rápido que la frase: con
todas sus fuerzas arrojó su celular contra la pared frente a su cama,
rompiendo, al parecer, la foto en que salía con su madre en su licenciatura de
Cuarto Medio ocurrida ya hace un par de años. Apretó los ojos intentando
quedarse dormido nuevamente, buscando en su boca residuos del sabor dulce y
glorioso con su lengua, mas no tuvo éxito alguno. Odiando al máximo esas
malditas llamadas matutinas de las empresas que no dejaban a ningún cliente
tranquilo, se levantó con la mente todavía algo nublada para dirigirse al baño
a vaciar su vejiga repleta. Tuvo cuidado de no pisar algún trozo de vidrio esparcido
por el piso y se miró en el espejo del baño, notándose agotado y lleno de
magulladuras en el rostro. En un principio pensó que eran las marcas de las
sábanas de su cama como siempre sucedía, pero al acercarse y mirarse de más
cerca, volvió a encontrarse en el mismo penthouse a eso de las cuatro de la
tarde, en un país que sólo conocía por fotos y videos. Buscó a las mujeres con
la mirada sin poder hallarlas. Sentía sus brazos entumidos y el cuerpo lleno de
cardenales, como si le hubieran correspondido a él también unos cuantos
dolorosos latigazos. Se percató que volvía a tener sus muñecas sujetas al gran
respaldo de esa cama mullida y ajena con las mismas esposas de antes; entonces
comprendió que esa era la razón por la que no sentía sus extremidades
superiores.
Primero apareció Chloë del baño, con aire misterioso, seguida
de Katy, ambas vestidas con túnicas oscuras y máscaras de chacal sobre sus
caras; Marco las reconoció por su tamaño.
El joven no se dio cuenta que traían consigo unos
brillantes y afilados cuchillos de carnicero hasta que las tuvo demasiado
cerca; entonces pudo notar sus amplias sonrisas aún bajo esas máscaras
horribles, así como sus verdaderas intenciones. Chloë tomó su pene fláccido de
la punta, emitiendo un enfermizo gorjeo; Katy puso su cuchillo en la base de
éste –Marco pudo sentir la frialdad y la eficiencia de su hoja− y empezó a
cortarlo lentamente sin dejar de hacer el mismo ruido que su compañera, como si
aquello fuera lo más divertido del mundo. Marco comenzó a chillar con
desesperación, sintiendo blancos y aturdidores relámpagos de dolor, intentando
mover sus brazos y sus piernas, mas las mujeres se habían sentado a horcajadas
sobre ellas. No podía ser cierto, Dios, no: aquello era un sueño, tenía que ser
un sueño, debía ser un sueño: él
estaba en su casa, frente al espejo del baño, a punto de orinarse encima, en
otro sueño más lejano. Sí, esto también debía ser un sueño, un sueño dentro de
otro sueño; pero si era un sueño, nada de esto debería estar ocurriendo porque,
Dios, lo que le hacían le producía tanto
daño, se sentía tan real.
Tan real.