Historia #130: Anti AFPs



Mi mamá solía tener tendencias fascistas e irracionales a favor del Gobierno y sus dictámenes, por lo que siempre terminábamos peleando por quién tenía la razón cuando almorzábamos o tomábamos onces juntos mirando las noticias. Que los estudiantes eran unos flojos de mierda, que los trabajadores en paro eran unos decadentes que no se satisfacían con nada, que no sabía por qué la gente reclamaba tanto, si lo tenían todo en un país tan espléndido como el nuestro.
            Pero afortunadamente eso cambió de manera abrupta y drástica gracias a enterarse de la gran estafa en la que estaba embaucada al igual que otros tantos miles de chilenos. Y es que es imposible negarse a algo tan grande como lo es con el caso de las AFPs, el hecho de darse cuenta que a pesar de todo el trabajo que uno llegue a realizar día a día para ganar un sueldo que alcanza apenas para el mes entero, tendremos una pensión de mierda que, probablemente, como van las cosas desde un tiempo hasta ahora, no nos dará nunca la vida que imaginamos tener para cuando mayores. Y es que es aterrador el sólo hecho de pensar en no tener dinero ni la capacidad física para obtenerlo, con un montón de enfermedades y dolencias a cuestas recordándonos constantemente que nos pasamos una vida trabajando para no tener luego absolutamente nada.
            Por lo mismo entonces, cuando mi mamá me dijo hace un mes que había ido a la marcha en contra de las AFPs con sus colegas y amigas en el centro de la ciudad, me emocioné y no pude ocultar mi alegría. Mi mamá por fin ha cambiado, pensé. Si ella lo hizo, ojalá lo haga también el montón de gente restante que aún no se decide a participar en estos movimientos. Así que si mamá-tendencias-fascistas pudo, con toda seguridad podrán hacerlo miles y miles más hasta abarrotar las calles y dejar en claro que el pueblo no transa con delincuentes.
            ¡Por eso a marchar mañana, cabros y la güeá, para que después no nos quejemos cuando nos estén dando unas pensiones de mierda y metiendo el dedo en el culo!

Cuento #81: Consecutivo



A pesar que Katy Perry y Chloë Grace Moretz le hablaban en su mismo idioma, Marco no conseguía entender mucho de lo que decían. ¡Pero a la mierda, a quién le importaba eso cuando estabas a punto de hacer un trío con ellas! ¡A nadie!
            El cuarto en el que se hallaban era el penthouse de un edificio alto, iluminado por la luz de las primeras horas de la tarde. Marco se sentía nervioso pero decidido: oportunidades así no se vivían dos veces en la vida. Por lo mismo mentalizó su buen desempeño recordando todo lo aprendido con el porno, preparado para lo que fuera.  
            Chloë Moretz, vestida de colegiala, buscaba unas esposas en uno de los cajones apartados del cuarto, diciendo que las había visto por ahí, en algún lugar. Katy Perry, por su lado, se acercaba a él como una gata buscando cariño, su mirada penetrante y sus pechos bamboleándose a cada movimiento que hacía. Su boca se movía, pero no salía ningún sonido de ella. Se posicionó frente su regazo, se quitó el sostén de encaje negro que llevaba puesto y metió el pene de Marco entre sus tetas, apretándolo con ayuda de sus manos.
            Marco ahogó un insulto y disfrutó de la placentera sensación de ser masturbado por una famosa que no le quitaba sus ojazos de encima, sonriéndole como si ella también lo estuviera disfrutando un montón. Fue en eso que Chloë Moretz llegó a su lado, le dio un beso en la boca a Katy Perry (lengua incluida) y se quitó la camisa escolar de encima para comenzar a pasar sus tiernos pechos por la cara del joven con el afán de que se los besara. ¡Aquello era el paraíso!
            Luego de unos cuantos minutos así, Katy Perry se detuvo para indicarle a Marco que se acostara en la cama detrás de él con los brazos extendidos, mientras Chloë Moretz abría las esposas que tanto había demorado en encontrar (con una sensual expresión de esfuerzo) para después cerrarlas sobre sus muñecas.
            La primera en montarlo fue esta última, desvistiéndose en el acto. Al principio la sensación de penetración fue algo molesta, mas al minuto después todo se había tornado oleadas de placer. Katy Perry, por su lado, le tocaba su escroto con unas manos enérgicas, como si con ello intentara aumentar la intensidad del coito; como se dio cuenta que no había mucha diferencia con su ayuda, en vez de hacerlo con las manos, empezó a hacerlo con su lengua, y ahí las cosas se pusieron mucho mejor.
            Un celular sonó y Marco le dio un manotazo para tomarlo y contestar con los ojos cerrados.
            −Aló, buenos días –dijo una operadora del otro lado−, lo estamos llamando de la central de la compañía de teléfonos.
            Marco se desperezó alelado, extrañando la agradable sensación de la piel tersa y bien cuidada de la actriz que tanto le gustaba; aún tenía en su retina sus mohines al borde del orgasmo.
            −Le llamaba para ofrecerle el nuevo…
            −No quiero nada, maldición –le espetó Marco, viendo la luz de la mañana reflejarse en el techo de su cuarto. Acto seguido cortó la llamada y se arrebujó entre sus frazadas, dejando el celular a un lado.
            Ahora era Katy Perry quien lo montaba, enseñándole sus parejos dientes y tocando sus grandes y blancos pechos, pasándose los índices por los pezones. Cambió de posición, acercando sus tetas hasta el rostro del joven, golpeándolo cariñosamente con ellas. Chloë no se veía por ningún lado…, hasta que apareció del baño con un látigo negro, de apariencia nuevo. Golpeó el aire un par de veces antes de comenzar a fustigar la espalda de su compañera. Marco esperaba que Katy pidiera clemencia o algo por el estilo: los latigazos resonaban por toda la habitación como un cruel quejido; pero en vez de eso, parecían avivar cada uno de sus movimientos. El joven vio cómo la cantante se pasaba la lengua por los labios cada vez que recibía un golpe en las nalgas o en la espalda.
            Tras unos cuantos minutos en la misma posición, la cantante le quitó las esposas y lo arrastró hasta la mitad de la cama; entonces llevó el pene de Marco hasta su boca y comenzó a succionar como si no hubiera mañana, mientras Chloë se levantaba la falda para caer sobre su rostro y comenzar a frotar su vagina contra sus labios; Marco sintió un sabor dulce, glorioso, ni comparado con el ruido de su celular que volvía a sonar ese mismo instante.
            −Buenos días, le llamamos para decirle que…
            No obstante el joven fue más rápido que la frase: con todas sus fuerzas arrojó su celular contra la pared frente a su cama, rompiendo, al parecer, la foto en que salía con su madre en su licenciatura de Cuarto Medio ocurrida ya hace un par de años. Apretó los ojos intentando quedarse dormido nuevamente, buscando en su boca residuos del sabor dulce y glorioso con su lengua, mas no tuvo éxito alguno. Odiando al máximo esas malditas llamadas matutinas de las empresas que no dejaban a ningún cliente tranquilo, se levantó con la mente todavía algo nublada para dirigirse al baño a vaciar su vejiga repleta. Tuvo cuidado de no pisar algún trozo de vidrio esparcido por el piso y se miró en el espejo del baño, notándose agotado y lleno de magulladuras en el rostro. En un principio pensó que eran las marcas de las sábanas de su cama como siempre sucedía, pero al acercarse y mirarse de más cerca, volvió a encontrarse en el mismo penthouse a eso de las cuatro de la tarde, en un país que sólo conocía por fotos y videos. Buscó a las mujeres con la mirada sin poder hallarlas. Sentía sus brazos entumidos y el cuerpo lleno de cardenales, como si le hubieran correspondido a él también unos cuantos dolorosos latigazos. Se percató que volvía a tener sus muñecas sujetas al gran respaldo de esa cama mullida y ajena con las mismas esposas de antes; entonces comprendió que esa era la razón por la que no sentía sus extremidades superiores.
            Primero apareció Chloë del baño, con aire misterioso, seguida de Katy, ambas vestidas con túnicas oscuras y máscaras de chacal sobre sus caras; Marco las reconoció por su tamaño.
            El joven no se dio cuenta que traían consigo unos brillantes y afilados cuchillos de carnicero hasta que las tuvo demasiado cerca; entonces pudo notar sus amplias sonrisas aún bajo esas máscaras horribles, así como sus verdaderas intenciones. Chloë tomó su pene fláccido de la punta, emitiendo un enfermizo gorjeo; Katy puso su cuchillo en la base de éste –Marco pudo sentir la frialdad y la eficiencia de su hoja− y empezó a cortarlo lentamente sin dejar de hacer el mismo ruido que su compañera, como si aquello fuera lo más divertido del mundo. Marco comenzó a chillar con desesperación, sintiendo blancos y aturdidores relámpagos de dolor, intentando mover sus brazos y sus piernas, mas las mujeres se habían sentado a horcajadas sobre ellas. No podía ser cierto, Dios, no: aquello era un sueño, tenía que ser un sueño, debía ser un sueño: él estaba en su casa, frente al espejo del baño, a punto de orinarse encima, en otro sueño más lejano. Sí, esto también debía ser un sueño, un sueño dentro de otro sueño; pero si era un sueño, nada de esto debería estar ocurriendo porque, Dios, lo que le hacían le producía tanto daño, se sentía tan real. 
Tan real.

Historia #129: Cigarros en la cajetilla



Desde el supermercado donde trabajo como empaque hasta mi casa hay unos doce minutos de distancia, todo en camino recto por la avenida principal que atraviesa la población hasta el Valle del Elqui. Es por eso que a mi regreso siempre me encuentro de cara con camioneros y toda clase de choferes, como en el caso de hoy en que vi a un repartidor de gas esperando a que su colega hiciera la entrega en uno de los hogares que me quedaban al paso. Claro, estoy acostumbrado a ver a hombres así, esperando a que su colega haga todo el trabajo sucio de la descarga; pero éste…, éste se encontraba fumando con la cabeza afuera de la ventanilla, con un letrero grande y rojo que rezaba: ¡PELIGRO, GAS INFLAMABLE! ubicado en el contenedor del cargamento de gas, atrás suyo. No pude evitar reírme al respecto y encontrarlo lo más gracioso del mundo. Miré mejor el letrero y anoté el número de la compañía en mi celular.
            Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fue tomar el teléfono inalámbrico y marcar el número en cuestión; esperé un poco hasta que contestó una mujer de voz joven; me dijo: ¿qué desea? Quiero darles un mensaje, le dije. ¿Cuál? Quiero decirle que su compañía de gas tiene los mejores choferes del mundo, señorita, los mejores, así que dígales a su jefe y al gerente lo que le estoy diciendo.
            La mujer permaneció un rato callada, como procesando todo lo que le dije. Al cabo de un rato me dijo que ya, que lo haría apenas pudiera.
            −Señorita, no la he escuchado tomar nota ni escribir nada; ningún rasgueo de lapicera sobre un post it o algo por el estilo. Así que espero lo haga ya.
            La mujer del otro lado pensó, quizá, que le iba a cortar, pero empecé a respirar más fuerte, para que se diera cuenta que aún seguía ahí.
            −¿Lo hizo?
            Escuché como si algo golpeara contra la mesa, una punta pequeña y fina, y supe que ella estaba escribiendo cualquier mierda menos lo que deseaba.
            −Sí, ya lo hice. ¿Algo más?
            −No, nada más.
            −Bueno, hasta luego.
            Puse el teléfono inalámbrico en su lugar y calenté mi almuerzo en una olla. Pensé en cuantos cigarros le debían quedar al chofer del camión del gas para acabar su cajetilla antes del fin de su jornada y pude comer muy, muy tranquilo.