Historia #129: Cigarros en la cajetilla



Desde el supermercado donde trabajo como empaque hasta mi casa hay unos doce minutos de distancia, todo en camino recto por la avenida principal que atraviesa la población hasta el Valle del Elqui. Es por eso que a mi regreso siempre me encuentro de cara con camioneros y toda clase de choferes, como en el caso de hoy en que vi a un repartidor de gas esperando a que su colega hiciera la entrega en uno de los hogares que me quedaban al paso. Claro, estoy acostumbrado a ver a hombres así, esperando a que su colega haga todo el trabajo sucio de la descarga; pero éste…, éste se encontraba fumando con la cabeza afuera de la ventanilla, con un letrero grande y rojo que rezaba: ¡PELIGRO, GAS INFLAMABLE! ubicado en el contenedor del cargamento de gas, atrás suyo. No pude evitar reírme al respecto y encontrarlo lo más gracioso del mundo. Miré mejor el letrero y anoté el número de la compañía en mi celular.
            Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fue tomar el teléfono inalámbrico y marcar el número en cuestión; esperé un poco hasta que contestó una mujer de voz joven; me dijo: ¿qué desea? Quiero darles un mensaje, le dije. ¿Cuál? Quiero decirle que su compañía de gas tiene los mejores choferes del mundo, señorita, los mejores, así que dígales a su jefe y al gerente lo que le estoy diciendo.
            La mujer permaneció un rato callada, como procesando todo lo que le dije. Al cabo de un rato me dijo que ya, que lo haría apenas pudiera.
            −Señorita, no la he escuchado tomar nota ni escribir nada; ningún rasgueo de lapicera sobre un post it o algo por el estilo. Así que espero lo haga ya.
            La mujer del otro lado pensó, quizá, que le iba a cortar, pero empecé a respirar más fuerte, para que se diera cuenta que aún seguía ahí.
            −¿Lo hizo?
            Escuché como si algo golpeara contra la mesa, una punta pequeña y fina, y supe que ella estaba escribiendo cualquier mierda menos lo que deseaba.
            −Sí, ya lo hice. ¿Algo más?
            −No, nada más.
            −Bueno, hasta luego.
            Puse el teléfono inalámbrico en su lugar y calenté mi almuerzo en una olla. Pensé en cuantos cigarros le debían quedar al chofer del camión del gas para acabar su cajetilla antes del fin de su jornada y pude comer muy, muy tranquilo.