Mi mamá solía tener
tendencias fascistas e irracionales a favor del Gobierno y sus dictámenes, por
lo que siempre terminábamos peleando por quién tenía la razón cuando
almorzábamos o tomábamos onces juntos mirando las noticias. Que los estudiantes
eran unos flojos de mierda, que los trabajadores en paro eran unos decadentes que
no se satisfacían con nada, que no sabía por qué la gente reclamaba tanto, si
lo tenían todo en un país tan espléndido como el nuestro.
Pero afortunadamente eso cambió de manera abrupta y drástica
gracias a enterarse de la gran estafa en la que estaba embaucada al igual que
otros tantos miles de chilenos. Y es que es imposible negarse a algo tan grande
como lo es con el caso de las AFPs, el hecho de darse cuenta que a pesar de
todo el trabajo que uno llegue a realizar día a día para ganar un sueldo que
alcanza apenas para el mes entero, tendremos una pensión de mierda que,
probablemente, como van las cosas desde un tiempo hasta ahora, no nos dará
nunca la vida que imaginamos tener para cuando mayores. Y es que es aterrador
el sólo hecho de pensar en no tener dinero ni la capacidad física para obtenerlo,
con un montón de enfermedades y dolencias a cuestas recordándonos
constantemente que nos pasamos una vida trabajando para no tener luego
absolutamente nada.
Por lo mismo entonces, cuando mi mamá me dijo hace un mes
que había ido a la marcha en contra de las AFPs con sus colegas y amigas en el
centro de la ciudad, me emocioné y no pude ocultar mi alegría. Mi mamá por fin
ha cambiado, pensé. Si ella lo hizo, ojalá lo haga también el montón de gente
restante que aún no se decide a participar en estos movimientos. Así que si
mamá-tendencias-fascistas pudo, con toda seguridad podrán hacerlo miles y miles
más hasta abarrotar las calles y dejar en claro que el pueblo no transa con
delincuentes.
¡Por eso a marchar mañana, cabros y la güeá, para que
después no nos quejemos cuando nos estén dando unas pensiones de mierda y
metiendo el dedo en el culo!