Especial #6: Fiestas Patrias ("Siempre a la mitad de todas las celebraciones")



Lo despertó una dolorosa punzada en la espalda, luego vino el azote del aire fresco contra su rostro, haciendo que su pelo levitara un poco por sobre su flequillo; entonces fue que recobró la mayoría de su consciencia al ser golpeado por el penetrante olor de la sal en la nariz. Abrió los ojos y descubrió que el techo de su cuarto había sido reemplazado por un inmenso cielo gris; tardó en darse cuenta que en realidad se trataba de nubes y no del decorado de un cuarto donde probablemente había dormido. Se removió un poco, levantándose costosamente unos cuantos centímetros, hasta percatarse que el punzante dolor que sentía en la espalda era producido por uno de los bordes de una pesada caja de madera bajo suyo. Murmuró una maldición, sin saber muy bien qué estaba pasando, y volvió a mirar hacia todos lados, hallándose rodeado de cajas y más cajas, la mayoría de ellas con un extenso plástico cubriéndolas. Alcanzó a pensar “dónde mierda estoy”, sintiendo los furiosos contraataques de la dura resaca en la cabeza, antes de escuchar aislados trozos de una conversación que se estaba llevando a cabo detrás del lugar donde se hallaba; tuvo que esperar un rato, escondiéndose instintivamente en un punto donde no podía ser visto, para comprender (a duras penas) que el idioma que hablaban las dos personas no era el español, ni el inglés, y que al parecer estaban tratando de resolver un problema serio por la manera agresiva que tenían para intercambiar palabras.
“Dónde mierda estoy…”.
Haciendo un esfuerzo inmenso, trató de recordar los últimos momentos de la noche: estaba con sus amigos, celebrando como todo el mundo; alguien había comprado un balde de cerveza, otro un montón de cortos de tequila…; al cuarto de esos cortos, la mente empezó a oscurecérsele y funcionar mal. De ahí en adelante, todo era un enorme mar de confusión.
El sonido de aves hizo que el joven mirara nuevamente hacia el cielo, encontrándose con unas cuantas gaviotas revoloteando por sobre su cabeza. “¡Mierda!” pensó, siendo consciente de cómo una especie de advertencia se encendía en su adolorida cabeza. “¡Dónde chucha estoy!” volvió a pensar, esta vez sintiendo un incipiente miedo anidar en su corazón, mientras que la conversación del otro lado de su escondite se había vuelto más fuerte, más violenta; fue ahí que se dio cuenta que el idioma que hablaban los hombres podía ser chino, japonés, o una de las tantas lenguas existentes en aquél trozo de mundo. Escuchó cómo uno le gritaba al otro con rabia, cómo el otro le respondía el doble de fuerte, cómo el primero de ellos sentenciaba a su interlocutor llenándolo de miedo, haciendo que gritara antes de sentir una fuerte e indudable detonación de un arma de fuego.
El joven se llevó una mano a la boca, aguantando las repentinas ganas de ponerse a vomitar ahí mismo. Trató de no moverse mientras escuchaba cómo las gaviotas parecían reírse de la desgracia humana y la escena bajo ellas. El hombre que con toda seguridad había efectuado el disparo tosió tranquilamente y clamó a alguien para ordenarle quién sabía qué cosa antes de marcharse de ahí caminando por donde había venido.
Un sentimiento de urgencia hizo que el joven se acercara a la desembocadura de aquél sitio lleno de cajas y ver lo que había del otro lado, encontrándose con una amplia plataforma de carga ornamentada con el cuerpo del tipo que había escuchado morir recién.
−Estoy en un… barco… −dijo sin poder creerlo.
Más allá de las barandas del barco (no sabía si estaba en la parte delantera o trasera de éste) se extendía un infinito mar del mismo color que el cielo nublado; además de eso, no había ninguna señal de tierra firme cerca.
−¡Qué hago aquí! –alcanzó a susurrar para sí mismo antes de escuchar los pasos de alguien acercarse; como no tenía otro lugar más donde refugiarse, volvió tras sus pasos hasta las cajas donde había despertado para esperar a que las cosas se calmaran un poco, maldiciéndose a sí mismo por tener la mala costumbre de siempre perder la consciencia en mitad de todas las celebraciones, no importando con quién estuviera, no importando qué fecha fuera, no importando cuán desastrosas fueran las consecuencias.

Historia #40: Mensaje de emergencia




Apenas llegó la luz en la villa donde vivía, no tardó en abrir la tapa de su notebook para encenderlo y conectarse a Internet. Esperó los clásicos cinco minutos que demoraba Windows en funcionar del todo y abrió la ventana de su buscador favorito para encontrarse con un extraño mensaje proveniente de Facebook que decía más o menos así: “TERREMOTO EN CHILE. COMPROBACIÓN DEL ESTADO DE SEGURIDAD DE FACEBOOK”. El joven susurró:
−Bah, la clásica mierda de inicio –antes de cerrar la ventana y seguir haciendo lo que tenía en mente; sin embargo, una breve sacudida en su cuerpo le impidió hacer click en el lugar correcto; al principio creyó que eran los nervios o algo por el estilo, pero otro respingo repentino le hizo saber que quizá la cosa no fuera tan fortuita como pensaba.
Entonces esperó un rato, se llevó una mano al pecho, sin saber muy bien qué hacer, y siguió haciendo lo suyo.
Hasta que lo volvió a atacar el mismo temblor, ésta vez mucho más fuerte que los dos primeros. Inconscientemente se llevó una de sus manos hasta la nariz, comprobando que sangraba profusamente al tiempo que el mensaje de Facebook volvía a aparecer en pantalla. El joven farfulló una maldición e intentó cerrar nuevamente aquél estúpido mensaje. Pero el mensaje, como era de esperar, no desapareció; de hecho, en vez de eso, lo atacó otro temblor mucho más fuerte, como si se tratara de una potente descarga eléctrica, haciéndolo caer al suelo gritando de dolor:
−¡Aghhhh, mierda! –viendo destellos de todos los colores frente a sus ojos.
El joven esperó un rato sin moverse de donde estaba hasta que hubo recuperado un poco el aliento, percatándose que unos cuantos de sus dientes se habían caído y unas cuantas salpicaduras de su sangre teñían ahora el limpio piso de su cuarto. Con sus últimas energías, logró sentarse otra vez frente al notebook y vio aparecer otra vez aquél mensaje de Facebook: “TERREMOTO EN CHILE. COMPROBACIÓN DEL ESTADO DE SEGURIDAD DE FACEBOOK”.
−No, mierda… −rezongó antes de salir fuertemente disparado hacia atrás, golpeando todos los libros que tenía en el estante a su espalda, produciendo un horrible crujido al quebrarse su columna contra ella. Un montón de libros cayeron sobre su cuerpo exánime, ocultándolo mientras el mensaje de Facebook seguía brillando en la pantalla de su computador, preguntando si se encontraba bien luego del terremoto.