Lo despertó una dolorosa punzada
en la espalda, luego vino el azote del aire fresco contra su rostro, haciendo
que su pelo levitara un poco por sobre su flequillo; entonces fue que recobró
la mayoría de su consciencia al ser golpeado por el penetrante olor de la sal
en la nariz. Abrió los ojos y descubrió que el techo de su cuarto había sido
reemplazado por un inmenso cielo gris; tardó en darse cuenta que en realidad se
trataba de nubes y no del decorado de un cuarto donde probablemente había
dormido. Se removió un poco, levantándose costosamente unos cuantos
centímetros, hasta percatarse que el punzante dolor que sentía en la espalda
era producido por uno de los bordes de una pesada caja de madera bajo suyo.
Murmuró una maldición, sin saber muy bien qué estaba pasando, y volvió a mirar
hacia todos lados, hallándose rodeado de cajas y más cajas, la mayoría de ellas
con un extenso plástico cubriéndolas. Alcanzó a pensar “dónde mierda estoy”,
sintiendo los furiosos contraataques de la dura resaca en la cabeza, antes de
escuchar aislados trozos de una conversación que se estaba llevando a cabo
detrás del lugar donde se hallaba; tuvo que esperar un rato, escondiéndose
instintivamente en un punto donde no podía ser visto, para comprender (a duras
penas) que el idioma que hablaban las dos personas no era el español, ni el
inglés, y que al parecer estaban tratando de resolver un problema serio por la
manera agresiva que tenían para intercambiar palabras.
“Dónde mierda estoy…”.
Haciendo un esfuerzo inmenso,
trató de recordar los últimos momentos de la noche: estaba con sus amigos,
celebrando como todo el mundo; alguien había comprado un balde de cerveza, otro
un montón de cortos de tequila…; al cuarto de esos cortos, la mente empezó a
oscurecérsele y funcionar mal. De ahí en adelante, todo era un enorme mar de
confusión.
El sonido de aves hizo que el
joven mirara nuevamente hacia el cielo, encontrándose con unas cuantas gaviotas
revoloteando por sobre su cabeza. “¡Mierda!” pensó, siendo consciente de cómo
una especie de advertencia se encendía en su adolorida cabeza. “¡Dónde chucha estoy!”
volvió a pensar, esta vez sintiendo un incipiente miedo anidar en su corazón,
mientras que la conversación del otro lado de su escondite se había vuelto más
fuerte, más violenta; fue ahí que se dio cuenta que el idioma que hablaban los
hombres podía ser chino, japonés, o una de las tantas lenguas existentes en
aquél trozo de mundo. Escuchó cómo uno le gritaba al otro con rabia, cómo el
otro le respondía el doble de fuerte, cómo el primero de ellos sentenciaba a su
interlocutor llenándolo de miedo, haciendo que gritara antes de sentir una
fuerte e indudable detonación de un arma de fuego.
El joven se llevó una mano a la
boca, aguantando las repentinas ganas de ponerse a vomitar ahí mismo. Trató de
no moverse mientras escuchaba cómo las gaviotas parecían reírse de la desgracia
humana y la escena bajo ellas. El hombre que con toda seguridad había efectuado
el disparo tosió tranquilamente y clamó a alguien para ordenarle quién sabía
qué cosa antes de marcharse de ahí caminando por donde había venido.
Un sentimiento de urgencia hizo
que el joven se acercara a la desembocadura de aquél sitio lleno de cajas y ver
lo que había del otro lado, encontrándose con una amplia plataforma de carga
ornamentada con el cuerpo del tipo que había escuchado morir recién.
−Estoy en un… barco… −dijo sin
poder creerlo.
Más allá de las barandas del
barco (no sabía si estaba en la parte delantera o trasera de éste) se extendía
un infinito mar del mismo color que el cielo nublado; además de eso, no había
ninguna señal de tierra firme cerca.
−¡Qué hago aquí! –alcanzó a
susurrar para sí mismo antes de escuchar los pasos de alguien acercarse; como
no tenía otro lugar más donde refugiarse, volvió tras sus pasos hasta las cajas
donde había despertado para esperar a que las cosas se calmaran un poco,
maldiciéndose a sí mismo por tener la mala costumbre de siempre perder la
consciencia en mitad de todas las celebraciones, no importando con quién
estuviera, no importando qué fecha fuera, no importando cuán desastrosas fueran
las consecuencias.