Historia #38: "Palomo"



Palomo se encontraba totalmente desorientado; ni siquiera lograba recordar cómo había llegado ahí, a ese lugar tan alejado de su casa y dueños: era incapaz de sentir olores familiares, y temía que en vez de estar acercándose a la ciudad, se estaba alejando cada vez más de ella; lo temía porque los restos de comida habían empezado a escasear, el agua se hacía más difícil de encontrar y los vehículos transitaban con menor frecuencia por la carretera a su lado.
Hasta que una noche quedó completamente solo: el camino estaba desierto, sin luces, y Palomo terminó por perder toda su fe en volver a casa. No le quedaban energías, realmente se moría de hambre y el frío se había tornado prácticamente inaguantable.
Sin embargo, y sin que pudiera creerlo bien en un principio, el perro olió el aroma de la carne fresca provenir de muy cerca. Levantó la cabeza, ávido, y dirigió su nariz hacia un camino distinto al que había seguido hasta ese entonces; y así, sin pensarlo dos veces, siendo manipulado por una especie de instinto primitivo, se lanzó de lleno a su presa, sintiendo el sabor de la carne incluso mucho antes de tenerla entre sus mandíbulas. Su hambre era tan grande, que ni siquiera le importó que su presa estuviera viva, que chillara hasta hacerle doler los oídos, o que tuviera un enorme parecido físico con su dueña. No, no le importó en lo absoluto: sólo arrancó trozos de carne con su fuerte mandíbula, se alimentó de ella, e hizo guardia a su lado hasta el día siguiente, siendo sorprendido por un camionero que no dejó de vomitar después de ver todo lo que había provocado.
Cuando éste se recompuso, entró inmediatamente a la cabina de su vehículo y llamó por su celular, con las manos sudadas y temblorosas, pálido como la cera.
−¡Aló, aló, Carabineros! ¡Encontré una mujer amarrada a una silla de ruedas…! ¡Sí…! ¡No, no, está muerta! ¡No, mierda: un perro le ha comido las piernas! ¡Sí, un perro…! ¡Dios Santo, por Dios, deben venir ahora!