Iba
con mi mamá en el auto por el centro de la ciudad cuando justo nos tocó el
semáforo en rojo. Entonces el hombre harapiento que esperaba a un lado del paso
de cebra se levantó y se posó frente a nosotros.
−¿Qué piensa hacer? −dijo mi mamá, tratando de ver qué
escondía tras su espalda; como no tenía a mano ni pelotas para hacer malabares,
ni tambores para percutir, ni nada con que pudiera hacer alguna gracia para
ganar dinero, nos llevamos una gran sorpresa al ver que el hombre sacaba ante
todos un feo y destrozado oso de peluche, el que levantó mientras no dejaba de
sonreír en ningún momento.
Entonces, sin que nadie lo sospechara siquiera, el
hombre lanzó el oso por los aires sin quitarle la vista en ningún momento,
hasta volver a tenerlo entre sus brazos, apretujándolo fuertemente; acto
seguido, lo volvió a levantar ante todos los vehículos que esperaban a que
dieran la luz verde, como afirmando que su actuación había concluido de forma
satisfactoria, comenzando a internarse entre ellos con la mano extendida.
Todos lo miraban sin entender nada, boquiabiertos; fue
por eso que cuando pasó por nuestro lado, nos demoramos en abrir una de las
ventanas y darle un par de monedas de cien pesos que mi mamá tenía tiradas
sobre el salpicadero.
−¿Te diste cuenta? –dijo ella mientras aceleraba,
dejando atrás al hombre con su oso−. Eso sí se llama tener creatividad.
−Nadie va a poder decir nunca lo contrario.
−Bueno, deberías aprender un poco de él entonces,
maldito vago.
Sólo gruñí como toda respuesta.