¿Qué hacer en caso de...? #2: Instrucciones para derramar casualmente un vaso de cerveza



Derramar un vaso de cerveza puede llegar a iniciar una larga y dura pelea entre pares. Sin embargo, las culpas pueden difuminarse al hacer de esto un acto completamente casual. ¿Cómo? ¡Pues fácil!
            Para eso, es necesario comenzar entablando una conversación relajada, donde los interlocutores sean capaz de mostrarse alegres por encontrarse e intercambiar palabras una vez más en la vida; luego, siguiendo con el plan, se necesita de una férrea fuerza de voluntad para resistir los embates del alcohol en la sangre a medida que la tertulia se vaya desarrollando: el estar borracho puede dificultar enormemente el actuar durante el siguiente paso, donde el control mental es un elemento fundamental. Así que mucho cuidado.
            Porque llega el momento en que el vaso debe caer y derramar toda la cerveza, y eso debe verse, para las demás personas al menos, como un acto completamente casual. Es por lo mismo que es necesaria una capacidad de concentración de energía para provocar el desastre sin ir más allá, develando los verdaderos motivos de nuestra vil misión. Primero, piensa en algo que te dé rabia, sobre todo si aquello está estrictamente relacionado con el afectado en cuestión; el motivante puede ser una deuda, una vieja pelea de años atrás o una traición amorosa, etcétera, siempre y cuando esté dosificado y permita que la acción se ejecute con una pasividad propia de un azar. Segundo (y quizá para esto se necesite de un poco de práctica), prepara tu mejor cara de estúpido para fingir que en realidad nunca quisiste hacer nada de eso.
Entonces, con la rabia acumulada y la conversación andando en su mejor momento, realizas cualquier movimiento que desestabilice el vaso del futuro afectado, procurando que caiga lo más cerca de sus pantalones, y luego de ver cómo todo su contenido se desparrama por sobre su ropa, fingir una verdadera cara de “yo no fui”, exclamando inmediatamente un “¡perdón, perdón!”, o el clásico “¡lo siento, no fue mi intención!”; podrás ver su cara desfigurarse, pensando en romperte la cara de un puñetazo ahí mismo, pero si todo ha seguido el orden estipulado, es probable que se calme y diga: “ya, está bien”, resignándose a llegar a casa hediondo, sin su dosis justa de alcohol.
Debe saberse que la probabilidad de fallar los primeros intentos es alta, pero una vez realizados los pasos a la perfección, el resultado te dejará riéndote (en secreto) por mucho, mucho tiempo.

Cuento #43: Coincidencia



Mi fantasía sexual desde siempre ha sido Vilma Dinkley, de Scooby Doo: con sus lentes de grueso marco negro, su pelo castaño cortado a lo francés antiguo, sus muslos blancos y grandes bajo esa corta falda marrón y su esculpido cuerpo oculto tras su grueso chaleco naranja, no pude evitar quedar prendado a ella desde que la veía por la tele todas las tardes de la semana, cuando era niño. Y es que desde siempre me han gustado las mujeres con aspecto intelectual, esas que no paran de hablar sobre cosas interesantes que no sabías o que ni siquiera llegabas a tener idea. Pero de esas mujeres, por desgracia, quedan ya muy pocas; es por eso que fui perdiendo la esperanza de mi búsqueda y decidí dejar de hacerme mala sangre al respecto; porque si seguía con esa idea, probablemente no encontraría a nadie con quien reproducirme o vivir el resto de mis días.
            Sin embargo, una mañana que estaba solo en casa, fui a atender el llamado de alguien a la puerta: casi me caí de espaldas al comprobar que quien estaba frente a mí era, nada más y nada menos que Vilma; ¡sí, la mismísima Vilma Dinkley de Scooby Doo! Farfullé algo que no recuerdo sin quitarle los ojos de encima y la vi sonreír, levantando ligeramente sus mejillas.
            −Hola –me dijo, agitando su mano derecha; tenía la voz encantadoramente suave−. ¿Tú debes ser Rogelio, cierto?
            Asentí confusamente con mi cabeza; aún no lo podía creer.
            −Bueno, pues he venido.
            −¿Y cómo puede ser eso posible?
            −¿Es que acaso no crees en los milagros?
            −¡No, claro que creo en los milagros! –me apresuré a decir−. Pero es raro… −No sabía cómo decir lo que tenía en mente sin que sonara estúpido−. No entiendo cómo pudiste volverte real.
            −Tal vez siempre haya sido real –comentó, mostrándose un tanto enigmática−. Tal vez yo haya sido primero que el dibujo animado.
            Aquello podía tener sentido.
            −Ya veo –Hice una corta pausa−. ¿Por qué mejor no entras? ¿Quieres algo para beber?
            −No, no, gracias, así está bien –Vilma volvió a sonreír levantando sus mejillas antes de ingresar a mi casa−. Sólo venía a visitarte, eso es todo.
            No pude no sentirme algo decepcionado por aquél comentario.
            −¿Quieres conocer mi casa?
            −¡Ya, qué buena idea!
            Entonces le mostré todas las habitaciones de ésta, una por una, hasta llegar a mi cuarto, que lo tenía repleto de dibujos, impresiones y fotos a distintos tamaños de ella.
            −Tienes fotos de Linda Cardellini –dijo Vilma, divertida, mirando un poster de la película Scooby Doo con personajes reales (la primera) del 2002−. Ella sí que hizo un buen papel.
            −¿Tuvieron que conocerse mucho?; digo: ¿tuvo que ocurrir eso para que ella pudiera hacer bien de ti en la película?
            −Algo así –Vilma volvió a sonreírme; acto seguido, recorrió la habitación con la mirada por segunda vez−. Rogelio, yo sé que te gusto –dijo de un de repente.
            Mi cara se azoró tan rápido, que temí desmayarme.
            −¿Cómo…, cómo sabes eso?
            −No seas tontito: es cosa de mirar tu cuarto –Vilma se rio−. Además, siempre lo he sabido. Porque tú también me gustas.
            Creí no haber escuchado bien.
            −¿Qué cosa?
            −Que tú también me gustas.
            −¿Pero… cómo?
            −Has visto todos los capítulos de la serie desde que tienes menos de cuatro años y aun así crees que no te conozco.
            −Puede ser…
            −No seas tontito –Y dicho esto, se acercó a mí lo suficiente como para notar todas las pecas de su cara y sentir su fresca respiración frente a mí−. No seas tontito.
            Entonces me dio el mejor beso que me han dado en la vida, y yo, como era de esperar, se lo devolví; no sé cuánto duró, pero las cosas aceleraron drásticamente al meterme ella una de sus manos bajo los pantalones.
            −Oh, Vilma…
            −Oh, Rogelio…
            Metí mis manos bajo su grueso chaleco naranja, apreté sus caderas, sintiendo su suave y tersa piel blanca, y decidí subirlas hasta llegar a su corpiño, donde toqué sus pechos (los mejores pechos que he tocado en mi vida) antes de decidir quitarle por fin la prenda de vestir que le cubría el cuerpo casi entero.
            Vilma estaba excitadísima: no paraba de respirar con fuerza y tocarme las partes bajas, como si no se cansara de buscar algo que nunca encontraba. Le quité el sostén y lo arrojé lejos; ella hizo lo mismo con mi polera antes de lanzarme sobre mi cama.
            −Oh, mierda…
            Ahí se puso encima mío; abrió la correa de mis pantalones y los sacó al cabo de unos cuantos trabajosos segundos. Tomó mi pene y se lo echó a la boca, mientras no dejaba de mirarme tras sus gruesos lentes, haciendo fuertes sonidos de succión y botando un montón de saliva cada vez que mi miembro entraba y salía de su boca; estuvo así unos diez minutos, más o menos, y pensé que no podía estar más feliz que en ese momento. Entonces sostuvo mi pene, corrió el calzón (que justamente era también de color naranja) debajo de su falda y se lo introdujo en su ya dilatada vagina. Al principio sentí que me iba a correr de inmediato, pero luego de calmarme un poco y ver cómo Vilma apretaba sus labios con sus grandes dientes blancos, decidí que no podía desaprovechar una cosa como la que me estaba sucediendo, menos aún por comportarme como un verdadero idiota y querer llenarla de inmediato con mi semen, como si se tratara de un pavo asado para la cena.
            Vilma, por su parte, no paraba de decirme cosas lindas, poner expresiones calientes y besarme en el cuello; cambiamos de posición unas cuantas veces (viendo hipnóticamente cómo se movían sus deliciosos pechos de claros pezones sobre y bajo mi cuerpo) hasta que después de más de media hora, por fin terminamos (milagrosamente) los dos al mismo tiempo. Acto seguido, nos recostamos agotados, sudados y con la respiración totalmente agitada; mi corazón parecía querer huir de mi pecho.
            −¡Mierda, estuvo buenísimo! –dijo ella, riendo.
            −¡Sí! No me sentía así desde hace mucho.
            −Creo que sí nos correspondíamos el uno con el otro.
            −Lo mismo pienso.
            Me acerqué a ella para besarla y lamer su cuello con ternura; lo hice por un buen rato, arrancándole tiernas cosquillas, hasta que me percaté que cerca de su oreja izquierda tenía un extraño y diminuto pliegue de piel, como una pequeña arruga; era casi imperceptible. Como no le dije nada y pensé que no era otra cosa más que piel poco hidratada o algo así, tomé aquél punto con mis dedos e intenté aplastarla; no obstante, en vez de lograr lo que quería, sólo conseguí que el pliegue se extendiera, partiéndose un poco en un punto.
            −¿Qué estás haciendo, Rogelio? –preguntó ella rápidamente, notoriamente preocupada.
            Entonces pensé: “no puede ser, no puede ser”. Aquello no podía ser posible. Volví a tomar la arruga antes que Vilma hiciera cualquier ademán de desprenderse de mí y la corrí hasta dejar al descubierto una rara capa verdeazulada bajo ella.
            −¡Mierda! –exclamé antes de incorporarme inmediatamente de mi cama y saltar a un lado, sin perder de vista a Vilma−. ¿Qué… quién eres?
            −No tenías por qué haber descubierto esto –dijo Vilma con expresión triste, levantándose lentamente de la cama; sus pechos bambolearon bajo ella, siempre tan hipnóticos−. No tenías por qué descubrirlo.
            La apertura de piel que había provocado en su rostro comenzó a abrirse lentamente, como si el pegamento que la sostenía no diera más y empezara a desprenderse de a poco. Así, segundo tras segundo, fue quedando al descubierto una fea criatura con aspecto femenino de color verdeazulado; su piel parecía estar hecha de escamas y sus ojos no eran otra cosa más que dos pequeños pozos oscuros; sin embargo, su cuerpo no había cambiado en nada: seguía siendo tan atractiva como la Vilma con la que había follado minutos atrás.
            −No tenías por qué descubrirlo así, de esta manera –volvió a repetir la criatura.
            No sabía qué pensar en realidad: no sabía si me quería hacer daño (matarme o devorar mi alma), o si de verdad había venido hasta mí con otras intenciones mucho mejores, las que había demostrado desde un principio.
            −¿Qué…, qué eres? –quise saber.
            −Soy esto –replicó ella, alicaída−. Soy una chica que se siente atraída hacia ti.
            Intentó acercarse a mí, pero como me eché hacia atrás por una cosa de instinto, se detuvo de sopetón.
            −No te haré daño –me dijo−. En serio. Si quisiera matarte, lo habría hecho hace ya mucho rato, mientras lo hacíamos.
            Estuve a punto de sentir algo de repugnancia al escuchar esto último, pero luego de recordar su cuerpo (el cuerpo de Vilma) moviéndose encima mío, aquélla amarga sensación desapareció casi al instante.
            −¿Qué es lo que quieres? –le pregunté, mucho más calmado.
            −Te quiero a ti. Me has gustado desde siempre.
            Se me ocurrió pensar que cómo había ocurrido eso; de hecho, estuve a punto de preguntárselo, pero me contuve. ¿Tenía sentido preguntar algo así a esas alturas?
            −Vaya, por eso me parecía raro que viniera Vilma hasta mi casa.
            −Pero si lo piensas, Vilma de verdad vino a tu casa. De hecho, tuviste sexo con ella, lamiste sus pezones y hasta acabaste adentro suyo –Hizo una pausa−. Es parte de creer en los milagros; y esto, lo que pasó, fue un milagro. ¿O no?
            Aquello sí que me había puesto en jaque. Y claro, tenía mucha razón al respecto: porque bien podía pensar: “me follé a Vilma, acabo de hacerlo con ella”; o bien: “me follé a alguien con el aspecto de Vilma, pero en realidad era una criatura que inexplicablemente se parecía a ella”. El asunto radicaba en creer firmemente en el milagro, o verme afectado por la decepción de haber creído que todo se trataba de un milagro.
            −¿Puedes ser Vilma cuantas veces quieras, cierto? –le pregunté como toda respuesta.
            −Sí –afirmó−. Así como también puedo ser quien tú quieras.
            −¿Quién yo quiera?
            −Claro.
            Desde ese momento, entonces, que es mi novia. Se la presenté a mis padres, la traje a vivir conmigo, nos casamos y ahora vivimos en una casa muy apartada de la ciudad, donde la vida depende sólo de nosotros.  
Vilma a veces es Vilma, otras es Katy Perry, unas cuantas Jennifer Lawrence o Mia Khalifa. Sin embargo, lo importante es que a pesar de que su superficie cambie cuantas veces ella o yo quiera, su interior no ha variado ni un poco. Después de todo, creo que eso es lo único que de verdad importa.