Mi fantasía sexual desde siempre ha sido Vilma Dinkley, de Scooby Doo: con sus lentes de grueso
marco negro, su pelo castaño cortado a lo francés antiguo, sus muslos blancos y
grandes bajo esa corta falda marrón y su esculpido cuerpo oculto tras su grueso
chaleco naranja, no pude evitar quedar prendado a ella desde que la veía por la
tele todas las tardes de la semana, cuando era niño. Y es que desde siempre me
han gustado las mujeres con aspecto intelectual, esas que no paran de hablar
sobre cosas interesantes que no sabías o que ni siquiera llegabas a tener idea.
Pero de esas mujeres, por desgracia, quedan ya muy pocas; es por eso que fui
perdiendo la esperanza de mi búsqueda y decidí dejar de hacerme mala sangre al
respecto; porque si seguía con esa idea, probablemente no encontraría a nadie
con quien reproducirme o vivir el resto de mis días.
Sin embargo, una
mañana que estaba solo en casa, fui a atender el llamado de alguien a la puerta:
casi me caí de espaldas al comprobar que quien estaba frente a mí era, nada más
y nada menos que Vilma; ¡sí, la mismísima Vilma Dinkley de Scooby Doo! Farfullé algo que no recuerdo sin quitarle los ojos de
encima y la vi sonreír, levantando ligeramente sus mejillas.
−Hola –me dijo,
agitando su mano derecha; tenía la voz encantadoramente suave−. ¿Tú debes ser
Rogelio, cierto?
Asentí confusamente
con mi cabeza; aún no lo podía creer.
−Bueno, pues he
venido.
−¿Y cómo puede ser
eso posible?
−¿Es que acaso no
crees en los milagros?
−¡No, claro que creo
en los milagros! –me apresuré a decir−. Pero es raro… −No sabía cómo decir lo
que tenía en mente sin que sonara estúpido−. No entiendo cómo pudiste volverte
real.
−Tal vez siempre haya
sido real –comentó, mostrándose un tanto enigmática−. Tal vez yo haya sido
primero que el dibujo animado.
Aquello podía tener
sentido.
−Ya veo –Hice una
corta pausa−. ¿Por qué mejor no entras? ¿Quieres algo para beber?
−No, no, gracias, así
está bien –Vilma volvió a sonreír levantando sus mejillas antes de ingresar a
mi casa−. Sólo venía a visitarte, eso es todo.
No pude no sentirme
algo decepcionado por aquél comentario.
−¿Quieres conocer mi
casa?
−¡Ya, qué buena idea!
Entonces le mostré
todas las habitaciones de ésta, una por una, hasta llegar a mi cuarto, que lo
tenía repleto de dibujos, impresiones y fotos a distintos tamaños de ella.
−Tienes fotos de
Linda Cardellini –dijo Vilma, divertida, mirando un poster de la película Scooby Doo con personajes reales (la
primera) del 2002−. Ella sí que hizo un buen papel.
−¿Tuvieron que
conocerse mucho?; digo: ¿tuvo que ocurrir eso para que ella pudiera hacer bien
de ti en la película?
−Algo así –Vilma
volvió a sonreírme; acto seguido, recorrió la habitación con la mirada por segunda
vez−. Rogelio, yo sé que te gusto –dijo de un de repente.
Mi cara se azoró tan
rápido, que temí desmayarme.
−¿Cómo…, cómo sabes
eso?
−No seas tontito: es
cosa de mirar tu cuarto –Vilma se rio−. Además, siempre lo he sabido. Porque tú
también me gustas.
Creí no haber
escuchado bien.
−¿Qué cosa?
−Que tú también me
gustas.
−¿Pero… cómo?
−Has visto todos los
capítulos de la serie desde que tienes menos de cuatro años y aun así crees que
no te conozco.
−Puede ser…
−No seas tontito –Y
dicho esto, se acercó a mí lo suficiente como para notar todas las pecas de su
cara y sentir su fresca respiración frente a mí−. No seas tontito.
Entonces me dio el
mejor beso que me han dado en la vida, y yo, como era de esperar, se lo
devolví; no sé cuánto duró, pero las cosas aceleraron drásticamente al meterme
ella una de sus manos bajo los pantalones.
−Oh, Vilma…
−Oh, Rogelio…
Metí mis manos bajo
su grueso chaleco naranja, apreté sus caderas, sintiendo su suave y tersa piel
blanca, y decidí subirlas hasta llegar a su corpiño, donde toqué sus pechos
(los mejores pechos que he tocado en mi vida) antes de decidir quitarle por fin
la prenda de vestir que le cubría el cuerpo casi entero.
Vilma estaba
excitadísima: no paraba de respirar con fuerza y tocarme las partes bajas, como
si no se cansara de buscar algo que nunca encontraba. Le quité el sostén y lo
arrojé lejos; ella hizo lo mismo con mi polera antes de lanzarme sobre mi cama.
−Oh, mierda…
Ahí se puso encima
mío; abrió la correa de mis pantalones y los sacó al cabo de unos cuantos trabajosos
segundos. Tomó mi pene y se lo echó a la boca, mientras no dejaba de mirarme
tras sus gruesos lentes, haciendo fuertes sonidos de succión y botando un
montón de saliva cada vez que mi miembro entraba y salía de su boca; estuvo así
unos diez minutos, más o menos, y pensé que no podía estar más feliz que en ese
momento. Entonces sostuvo mi pene, corrió el calzón (que justamente era también
de color naranja) debajo de su falda y se lo introdujo en su ya dilatada vagina.
Al principio sentí que me iba a correr de inmediato, pero luego de calmarme un
poco y ver cómo Vilma apretaba sus labios con sus grandes dientes blancos,
decidí que no podía desaprovechar una cosa como la que me estaba sucediendo,
menos aún por comportarme como un verdadero idiota y querer llenarla de
inmediato con mi semen, como si se tratara de un pavo asado para la cena.
Vilma, por su parte,
no paraba de decirme cosas lindas, poner expresiones calientes y besarme en el
cuello; cambiamos de posición unas cuantas veces (viendo hipnóticamente cómo se
movían sus deliciosos pechos de claros pezones sobre y bajo mi cuerpo) hasta
que después de más de media hora, por fin terminamos (milagrosamente) los dos
al mismo tiempo. Acto seguido, nos recostamos agotados, sudados y con la
respiración totalmente agitada; mi corazón parecía querer huir de mi pecho.
−¡Mierda, estuvo
buenísimo! –dijo ella, riendo.
−¡Sí! No me sentía
así desde hace mucho.
−Creo que sí nos
correspondíamos el uno con el otro.
−Lo mismo pienso.
Me acerqué a ella
para besarla y lamer su cuello con ternura; lo hice por un buen rato,
arrancándole tiernas cosquillas, hasta que me percaté que cerca de su oreja
izquierda tenía un extraño y diminuto pliegue de piel, como una pequeña arruga;
era casi imperceptible. Como no le dije nada y pensé que no era otra cosa más
que piel poco hidratada o algo así, tomé aquél punto con mis dedos e intenté
aplastarla; no obstante, en vez de lograr lo que quería, sólo conseguí que el
pliegue se extendiera, partiéndose un poco en un punto.
−¿Qué estás haciendo,
Rogelio? –preguntó ella rápidamente, notoriamente preocupada.
Entonces pensé: “no
puede ser, no puede ser”. Aquello no podía ser posible. Volví a tomar la arruga
antes que Vilma hiciera cualquier ademán de desprenderse de mí y la corrí hasta
dejar al descubierto una rara capa verdeazulada bajo ella.
−¡Mierda! –exclamé
antes de incorporarme inmediatamente de mi cama y saltar a un lado, sin perder
de vista a Vilma−. ¿Qué… quién eres?
−No tenías por qué haber
descubierto esto –dijo Vilma con expresión triste, levantándose lentamente de
la cama; sus pechos bambolearon bajo ella, siempre tan hipnóticos−. No tenías
por qué descubrirlo.
La apertura de piel
que había provocado en su rostro comenzó a abrirse lentamente, como si el
pegamento que la sostenía no diera más y empezara a desprenderse de a poco.
Así, segundo tras segundo, fue quedando al descubierto una fea criatura con
aspecto femenino de color verdeazulado; su piel parecía estar hecha de escamas
y sus ojos no eran otra cosa más que dos pequeños pozos oscuros; sin embargo,
su cuerpo no había cambiado en nada: seguía siendo tan atractiva como la Vilma
con la que había follado minutos atrás.
−No tenías por qué
descubrirlo así, de esta manera –volvió a repetir la criatura.
No sabía qué pensar
en realidad: no sabía si me quería hacer daño (matarme o devorar mi alma), o si
de verdad había venido hasta mí con otras intenciones mucho mejores, las que
había demostrado desde un principio.
−¿Qué…, qué eres? –quise
saber.
−Soy esto –replicó
ella, alicaída−. Soy una chica que se siente atraída hacia ti.
Intentó acercarse a
mí, pero como me eché hacia atrás por una cosa de instinto, se detuvo de
sopetón.
−No te haré daño –me
dijo−. En serio. Si quisiera matarte, lo habría hecho hace ya mucho rato,
mientras lo hacíamos.
Estuve a punto de
sentir algo de repugnancia al escuchar esto último, pero luego de recordar su
cuerpo (el cuerpo de Vilma) moviéndose encima mío, aquélla amarga sensación
desapareció casi al instante.
−¿Qué es lo que
quieres? –le pregunté, mucho más calmado.
−Te quiero a ti. Me
has gustado desde siempre.
Se me ocurrió pensar
que cómo había ocurrido eso; de hecho, estuve a punto de preguntárselo, pero me
contuve. ¿Tenía sentido preguntar algo así a esas alturas?
−Vaya, por eso me
parecía raro que viniera Vilma hasta mi casa.
−Pero si lo piensas,
Vilma de verdad vino a tu casa. De hecho, tuviste sexo con ella, lamiste sus
pezones y hasta acabaste adentro suyo –Hizo una pausa−. Es parte de creer en
los milagros; y esto, lo que pasó, fue un milagro. ¿O no?
Aquello sí que me
había puesto en jaque. Y claro, tenía
mucha razón al respecto: porque bien podía pensar: “me follé a Vilma, acabo de
hacerlo con ella”; o bien: “me follé a alguien con el aspecto de Vilma, pero en
realidad era una criatura que inexplicablemente se parecía a ella”. El asunto
radicaba en creer firmemente en el milagro, o verme afectado por la decepción
de haber creído que todo se trataba de un milagro.
−¿Puedes ser Vilma cuantas
veces quieras, cierto? –le pregunté como toda respuesta.
−Sí –afirmó−. Así
como también puedo ser quien tú quieras.
−¿Quién yo quiera?
−Claro.
Desde ese momento,
entonces, que es mi novia. Se la presenté a mis padres, la traje a vivir
conmigo, nos casamos y ahora vivimos en una casa muy apartada de la ciudad,
donde la vida depende sólo de nosotros.
Vilma a veces es Vilma, otras es Katy Perry, unas
cuantas Jennifer Lawrence o Mia Khalifa. Sin embargo, lo importante es que a
pesar de que su superficie cambie cuantas veces ella o yo quiera, su interior
no ha variado ni un poco. Después de todo, creo que eso es lo único que de
verdad importa.