Cuento #75: Profesor, rodeado



En la clase de educación física, está un montón de niños de diez y nueve años jugando a la pelota con el profesor a cargo; como han terminado las evaluaciones de resistencia física antes que termine la hora, éste ha decidido pasar un rato agradable con ellos.
            Sin embargo, por desgracia, el profesor no consigue dominar la fuerza exacta para golpear la pelota y con ello sólo logra derribar a uno de sus alumnos, dándole de lleno en la cabeza.
            El profesor corre desesperado hacia el niño golpeado, esperando que nadie le mirara desde alguna sala o patio cercano en ese preciso momento.
Se ha formado un círculo de niños alrededor del herido y el profesor, y todos se percatan que éste ha perdido la consciencia. El profesor mira a los demás con actitud alterada; entonces los alumnos lo quedan mirando fijo y, blandiendo sus dedos índice, deciden apuntarlo de manera acusadora. Empiezan a cantar:
            −¡Ammm, acusadito! –una y otra vez, todos al mismo tiempo.
            El profesor rumia que no puede ser el peor momento para que sus alumnos decidan fastidiarlo; piensa en llamar a uno de los inspectores que debe andar por ahí, pero sabe que de esa manera tendría que aceptar la culpa de ser el causante de tal embrollo.
            Los alumnos no paran de cantarle la misma frase una y otra vez, ammm, acusadito, hasta que el profesor se percata que los ojos de éstos adquirieren un tono verde, un verde fosforescente, lumínico, iris y blanco del ojo, todo. No, no puede ser, piensa el profesor, pero sabe que es cierto; lo siente en lo profundo de su corazón.
            Los niños, con sus dedos índices, comienzan a golpear el cuerpo del profesor a la altura de sus costillas; al principio es sólo molesto, mas al avanzar los segundos y la cantidad de niños sobre él, un creciente dolor empieza a emerger de su interior.
            El hombre no sabe qué hacer: está rodeado y no quiere dañar a los niños, pero a falta de otra solución, empuja a unos cuantos, lo que hace que éstos aumenten la energía de sus punzadas
            (¡Ammm, acusadito!)
            al igual que la luz verde
            (¡Ammm, acusadito!)
            de sus ojos.
            El canto adquiere más potencia, llena todos los espacios de la cancha multipropósito del colegio, y los niños consiguen derrumbar al profesor, quien gritando e imposibilitado de hacer nada al respecto, sólo se deja llevar por el dolor intenso que lo envuelve hasta que pierde el conocimiento, lo que es una fortuna, porque los niños lo aporrean tanto, que le quiebran las costillas en cosa de minutos, y los finos trozos de éstas lo rompen todo por dentro, produciendo una copiosa hemorragia interna.
            Una vez finalizan, toman a su compañero herido del suelo y lo llevan hasta su sala de clases, donde depositan una mano sobre su cuerpo, sus ojos siempre verdes y relampagueantes, hasta devolverle la consciencia.
            El niño se levanta, un poco mareado, y alza su mano en un extraño gesto que los demás repiten.
            −Por Aknal’har –dice.
            Y todos los demás le imitan.
            −¡Por Aknal’har!
            Luego se desperezan y van a por fregonas y bolsas de basura para limpiar la cancha del colegio, esperando poder terminar mucho antes que comience el recreo.